La trampa

Digamos que usted dice que va a bajar los impuestos. Digamos que la gente le cree. Y que nadie se molesta en leer la letra pequeña: esa que dice que el porcentaje en que se va a bajar el IRPF en la Comunidad de Madrid es el mismo para todos los tramos, es decir, que se le va a bajar igual a los más ricos que a los más pobres. Esa que dice que, además, son los primeros los que más se van a beneficiar de la (re)desaparición del impuesto sobre transmisiones patrimoniales (ese que Rajoy criticó cuando lo recuperó Zapatero y ahora critica porque usted lo quiere quitar). Esa que dice que, debido a la rebaja, se recaudarán 300 millones de euros menos, la mayoría de ellos procedente de lo que dejarán de pagar por IRPF quienes más tienen. Dinero que, obviamente, se recortará luego de donde siempre: sanidad, educación y transporte. 
Digamos que somos tan tontos que volvemos a votarle porque no nos damos cuenta de que esa bajada de impuestos no es ni siquiera una limosna, sino una trampa: recortar servicios que son básicos para los que menos tienen a cambio de una rebaja mínima en el IRPF y permitir que los ricos, que no usan esos servicios, paguen todavía menos impuestos. Y de paso, matando dos pájaros de un tiro, porque usted puede proclamarse, así, adalid de las clases populares ya que, quién lo duda, ha bajado los impuestos.
La trampa perfecta. 

De víctimas y verdugos

Entiendo la repugnancia al ver a quien asesinó a tu hijo, marido o padre, libre. Entendería, incluso, que alguien se tomara la justicia por su mano. Porque, como bien saben en México los que rezan a Malverde, no es lo mismo ley que  justicia y no se puede pedir a un afectado en primera persona que sea frío y cabal. Para eso, precisamente, está la ley. Y el acuerdo social de respetarla, incluso cuando no nos conviene.
Entiendo, también, que el hecho de que te maten a un hijo, a un marido o a un padre no te da la razón. Más bien al contrario: te la quita. Pues como decía arriba, el afectado en primera persona siente (ira, rabia, frustración), pero ha de ser muy sabio para, además de sentir, pensar con frialdad.
Igualmente, entiendo, que el Estado, como garante de la ley, no puedo evitar cumplir con las sentencias de aquellos tribunales internacionales a cuya jurisdicción ha decidido, voluntariamente, someterse. Igual que entiendo que, en cualquier país sensato del mundo, una ley cuyas penas se aplican retroactivamente se considerará ilegal. 
Por último, también entiendo que no se puede tratar de sacar partido de las víctimas como está haciendo el PP (entre otras cosas, porque víctimas de ETA, de un modo u otro, lo hemos sido todos), diciendo, como ya viene siendo habitual, que si no estás con ellas es que estás contra ellas, es decir, que eres un terrorista, es decir, que merecerías estar en la cárcel. Es tan repugnante que lo que me extraña, y me asusta, es que no haya nadie dentro del partido del gobierno que lo vea así. Pero el aplauso del público manda. Y los votos para mañana. Lo que no manda es, precisamente, la razón.
Pero, quizás, lo más repugnante de esa apropiación de las víctimas es que la lleve a cabo quien, sistemáticamente y desde más de treinta años, viene impidiendo a las víctimas de la Guerra Civil algo tan íntimo y humano como enterrar a sus muertos. Cuando ese debate se pone sobre la mesa, el PP dice que no hay que reabrir heridas. Que es mejor echar tierra (más tierra) sobre los cadáveres. Que hay que pasar página. Siguiendo su argumento, si ellos no están con las víctimas de la guerra es que están a favor de quienes la mataron; si no están con las víctimas de Franco y su dolor, es que son franquistas.
Y lo peor no es que lo sean (que muchos lo son, en cuanto les  rascas un poquito la máscara de demócratas), lo peor es que, ante todo, son unos vividores que, en realidad, sólo quieren mantener su puesto privilegiado y que no han tenido, en su puta vida, algo parecido a una idea o un sentimiento propio. 
Medrar, eso es lo que quieren. Y las víctimas, en realidad, les importan una puta mierda. 

¿Qué es España?

Si España está saliendo de la crisis, pero cada vez hay más familias que viven por debajo del umbral de la pobreza. Si España está saliendo de la crisis, pero cada vez hay más niños que no pueden comer tres veces al día. Si España está saliendo de la crisis, pero no hay dinero para becas ni para bibliotecas. Si España está saliendo de la crisis, pero cada vez hay más parados y menos afiliados a la seguridad social. SI España está saliendo de la crisis, pero crece el número de jóvenes exiliados, obligados a buscar empleo en el extranjero. Si España está saliendo de la crisis, pero las personas que moran en ella no. Si España está saliendo de la crisis, pero sus empresas y familias no. ¿Qué es España?

El precio de la vida #2

Ya hablábamos el otro día sobre la escasa coherencia de los democristianos(!) en su defensa de la vida. Piden ahora los diputados de UPN que a las madres, antes de abortar, se les enseñe una foto del feto. Es, dicen, una medida progresista en defensa del no-nacido. Es decir, el recurso al discurso gallardoniano.
Soprende (bueno, no tanto) el interés, el trabajo, que pone la derecha en defender a los no-nacidos, como ellos los llaman, y el desprecio que sienten por esos mismos niños una vez han salido del cuerpo de su madre. Mientras están dentro son inocentes, hay que protegerlos, tienen derecho a todo. Cuando están fuera, no hay para ellos ni ayudas sociales, ni derecho a la vivienda, ni dinero para becas. Que se jodan. Que se mueran. Una vez dejan de ser no-nacidos para ser sólo nacidos, ¿a quién le importan? Su defensa ya no da votos, sino que los resta, así que a la basura con ellos. Puag.
Que se mueran los enfermos que no pueden pagar sus medicinas. Que se mueran los niños que nazcan con problemas, pues no habrá ayuda a la dependencia. Que se mueran aquellos cuyos padres no tengan dinero para darles de comer. Que se mueran los jubilados que tienen que decidir entre comer o seguir tomando la pastilla para la tensión. Que se mueran todos, menos los nacidos. 
Es como lo de esos defensores de la vida animal que lanzan comentarios en los que desean la muerte a tal o cual torero. Coherencia pura. 
A lo mejor, habría que darles a los diputados de UPN una foto de cada cadáver que su estulticia y su codicia están causando. A ver si así comenzaban a trabajar y a proponer cosas con sentido. 

El precio de la vida #2

Ya hablábamos el otro día sobre la escasa coherencia de los democristianos(!) en su defensa de la vida. Piden ahora los diputados de UPN que a las madres, antes de abortar, se les enseñe una foto del feto. Es, dicen, una medida progresista en defensa del no-nacido. Es decir, el recurso al discurso gallardoniano.
Soprende (bueno, no tanto) el interés, el trabajo, que pone la derecha en defender a los no-nacidos, como ellos los llaman, y el desprecio que sienten por esos mismos niños una vez han salido del cuerpo de su madre. Mientras están dentro son inocentes, hay que protegerlos, tienen derecho a todo. Cuando están fuera, no hay para ellos ni ayudas sociales, ni derecho a la vivienda, ni dinero para becas. Que se jodan. Que se mueran. Una vez dejan de ser no-nacidos para ser sólo nacidos, ¿a quién le importan? Su defensa ya no da votos, sino que los resta, así que a la basura con ellos. Puag.
Que se mueran los enfermos que no pueden pagar sus medicinas. Que se mueran los niños que nazcan con problemas, pues no habrá ayuda a la dependencia. Que se mueran aquellos cuyos padres no tengan dinero para darles de comer. Que se mueran los jubilados que tienen que decidir entre comer o seguir tomando la pastilla para la tensión. Que se mueran todos, menos los nacidos. 
Es como lo de esos defensores de la vida animal que lanzan comentarios en los que desean la muerte a tal o cual torero. Coherencia pura. 
A lo mejor, habría que darles a los diputados de UPN una foto de cada cadáver que su estulticia y su codicia están causando. A ver si así comenzaban a trabajar y a proponer cosas con sentido. 

Gorki: existencialista y vagabundo

Leí el mes pasado una decena de cuentos de Gorki. Cuentos sobre vagabundos, sobre obreros pobres y humillados, sobre un mundo donde la esclavitud había terminado ayer, pero los hombres seguían viviendo y siendo tratados como bestias. Cuentos narrados por un tipo que no hablaba de oídas, que era todo experiencia y que, precisamente, da lo mejor de sí mismo cuando encara obras en primera persona: cuando conoce bien lo que cuenta porque lo que está contando son las heridas de sus entrañas.
Así ocurre en cuentos como «Konovalov» y «El primer amor», quizás dos de los mejores relatos del libro. Al primero pertenece esta cita, que pertenece a un rufián inculto, depresivo y borrachín:

-Bueno, y con toda razón -continuó explicando la psicología de los escritores- se les debe distinguir por eso. ¿Verdad que sí? Porque ellos comprenden más que los otros y les señalan a los demás las diferentes anormalidades. Y ahora, vamos conmigo. ¿Qué soy yo, por ejemplo? Un vagabundo descalzo y desnudo, un borrachín, un chiflado. Mi vida no tiene disculpa. ¿Para qué vine yo al mundo, a quién le hago falta mirándolo bien? No tengo hogar, ni mujer, ni hijos y ni siquiera ganas de tenerlos. Vivo, echo de menos… ¿Para qué? No se sabe. Me falta un camino dentro de mí, ¿comprendes? ¿Cómo lo diría yo? No tengo en el alma esa chispilla que da… ¿fuerza quizás? Bueno, me falta una cosa, ¡y eso es todo! ¿Me entiendes? Y vivo  y busco esa cosa y la echo de menos, aunque no sé lo que es…

Ese tono meditativo, profundo, existencial, es una de la señas de identidad de Gorki. La vida ha de tener un sentido, todos lo sienten, pero nadie parece capaz de asirlo. Un cuento paradigmático en ese sentido es «la vieja Izerguil». Las tres partes de la obra presentan tres caminos posibles para cada persona. La primera parte es la leyenda de Larra, el proscrito. Larra es el hombre superior de Nietzsche, de Raskolnikov; es el hombre que se siente y se sabe superior y por eso desprecia al resto y busca la soledad: se apropia de lo que quiere y considera que no hay ley superior a su libertad, a la moral que él decida imponerse. El cuento, sin embargo, moraliza que no hay mayor desgracia para ese tipo de hombres que su propia soledad: y por eso el resto de la comunidad no castiga ni mata a Larra, porque su soledad es la más grande de las condenas. La segunda parte es la historia de la propia Izeguil, narradora de la leyenda de Larra. Izeguil cuenta cómo ha sido su vida, cómo saltó de hombre en hombre, de cama en cama, de aventura en aventura. Izeguil es la personificación del hedonismo, del carpe diem. Izeguil buscó el sentido en el vivir sólo para uno mismo, como Larra, pero sin conciencia de superioridad, simplemente acechando la inmediatez del placer y sin considerar, con mesura, qué males posteriores podrían traerle esos placeres. El resultado es una vejez sin gloria, donde nada se ha conseguido salvo la memoria y el dolor por todo lo perdido: la nostalgia de saber que nunca se volverá a ser joven. El tercer relato es, o parece, la apuesta de Gorki: es el relato del corazón de Danko. Echado de sus tierras, un pueblo entero sigue a Danko bosque a través; no se ve nada y las tinieblas asustan a los hombres y les hace pelear entre ellos: muchos desean volver, otros casi enloquecen. Entonces, Danko se saca el corazón del pecho y con él ilumina la marcha de su pueblo. Cuando consigue llevarlos a tierra segura, muere. La moraleja es clara: no hay mayor gloria que sacrificarse por el bien de la comunidad, del pueblo.
Esa opción de Danko fue la de Gorki. No sabemos si eso lo hizo mejor escritor. En todo caso, desde nuestra óptica (determinada, claro, por una cultura individualista) los mejores relatos parecen aquellos en los que, precisamente, Gorki se muestra más extrañado, más ajeno al mundo que lo rodea. El artista, nos parece, asoma mejor cuando, en lugar de tratar de contener en sí al pueblo, se rebela contra ese pueblo y acecha el mundo con su mirada única, diferente, excepcional. El artista es más claro en la duda y en las preguntas que en las certidumbres: es o parece mejor el Gorki que busca el sentido que el que cree haberlo encontrado ya. También a Konoválov pertenece, por ejemplo, esta cita:

Y sin embargo, en aquellos tiempos (los de la servidumbre) se podía vivir. Libremente. Había dónde ir. Mientras que ahora no hay más que silencio y resignación… si se mira desde fuera, la vida hasta se ha vuelto completamente pacífica. Libritos, ilustración… Pero, de todos modos, el hombre vive sin defensa y nadie se preocupa de él. Le está prohibido pecar, pero no pecar es imposible… Por eso en las calles hay orden, pero las almas están perturbadas. Y nadie puede comprender a nadie. 

También el Gorki psicologista, el Gorki conocedor de los abismos de la conciencia tiene pulso de artista. Cuando olvida lo social y se acerca a lo vital o metafísico, Gorki no tiene nada que envidiar a los mejores maestros. Al contrario, se convierte él mismo en maestro. Un primer ejemplo, esta cita de su relato «veintiséis y una», un relato biográfico sobre su vida de panadero, consistente en vivir todo el día en la tahona, al calor sofocante del horno, rodeado de otros veinticinco hombres y con la visita ocasional de Tania, la Una, la Esperanza que los mantiene vivos:

Hay gente para quien lo más valioso o lo mejor de la vida es una enfermedad de su alma o de su cuerpo. Viven toda su vida por ella y para ella; sufren por ella y de ella se nutren, se quejan de ella a los demás y atraen así la atención a sus semejantes. Por eso la gente les paga tributo de compasión y aparte de ello no tienen nada. Si se les quita esa enfermedad, si se les cura, se sienten infelices, porque se les priva de su único medio de vida y quedan vacíos. A veces, la vida del hombre es tan indigente, que, quiéralo o no, se ve obligado a apreciar su vicio y a vivir de él. Hay que decir que a veces la gente es viciosa por culpa del aburrimiento.

Aunque el cénit de profundización psicológica y especulativa de Gorki lo alcanza cuando se refiere a sí mismo, como en este párrafo de «El primer amor», un relato maravilloso, por más cursi que suene la palabra. Un relato que es un milagro y en el que se adelantan ya algunos caminos que luego serán muy seguidos, entre otros, por autores como Henry Miller, que podía haber firmado, perfectamente, este párrafo:

Yo mismo comprendía que todo lo que decía no era todavía yo, sino algo en lo que erraba como un ciego. Debía encontrarme a mí mismo en la abigarrada mezcolanza de impresiones y aventuras vividas por mí, pero no sabía hacerlo, temía hacerlo. ¿Quién era yo? ¿Qué era? Este interrogante me inquietaba. Estaba encolerizado con la vida, que me había empujado ya a cometer la ultrajante estupidez de intentar suicidarme. No comprendía a la gente, su existencia se me antojaba injustificada, necia y sucia. Fermentaba en mí la sutil curiosidad del hombre que necesita escudriñar todos los rincones oscuros de la vida, las honduras de todos sus secretos, y, a veces, me sentía capaz de cometer un crimen por curiosidad: estaba dispuesto a matar para saber qué sería luego de mí.

Hay que leer a Gorki. Y aprender. 

Vida sin centro

Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. ¡Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.

H. Hesse «el caminante»