De víctimas y verdugos
¿Qué es España?
El precio de la vida #2
El precio de la vida #2
Sobre la tarea de los escritores
Cuando era muy joven, pensaba que un gran escritor escribía lo que quería y cómo queria; después, con el paso de los años, entendía que un buen escritor escribía lo que debía. Y siguieron pasando los años, lo que llaman trayectoria, y ahora pienso que un escritor escribe lo que puede. Esta es mi trayectoria, este es mi premio
Sobre la tarea de los escritores
Cuando era muy joven, pensaba que un gran escritor escribía lo que quería y cómo queria; después, con el paso de los años, entendía que un buen escritor escribía lo que debía. Y siguieron pasando los años, lo que llaman trayectoria, y ahora pienso que un escritor escribe lo que puede. Esta es mi trayectoria, este es mi premio
Gorki: existencialista y vagabundo
-Bueno, y con toda razón -continuó explicando la psicología de los escritores- se les debe distinguir por eso. ¿Verdad que sí? Porque ellos comprenden más que los otros y les señalan a los demás las diferentes anormalidades. Y ahora, vamos conmigo. ¿Qué soy yo, por ejemplo? Un vagabundo descalzo y desnudo, un borrachín, un chiflado. Mi vida no tiene disculpa. ¿Para qué vine yo al mundo, a quién le hago falta mirándolo bien? No tengo hogar, ni mujer, ni hijos y ni siquiera ganas de tenerlos. Vivo, echo de menos… ¿Para qué? No se sabe. Me falta un camino dentro de mí, ¿comprendes? ¿Cómo lo diría yo? No tengo en el alma esa chispilla que da… ¿fuerza quizás? Bueno, me falta una cosa, ¡y eso es todo! ¿Me entiendes? Y vivo y busco esa cosa y la echo de menos, aunque no sé lo que es…
Y sin embargo, en aquellos tiempos (los de la servidumbre) se podía vivir. Libremente. Había dónde ir. Mientras que ahora no hay más que silencio y resignación… si se mira desde fuera, la vida hasta se ha vuelto completamente pacífica. Libritos, ilustración… Pero, de todos modos, el hombre vive sin defensa y nadie se preocupa de él. Le está prohibido pecar, pero no pecar es imposible… Por eso en las calles hay orden, pero las almas están perturbadas. Y nadie puede comprender a nadie.
Hay gente para quien lo más valioso o lo mejor de la vida es una enfermedad de su alma o de su cuerpo. Viven toda su vida por ella y para ella; sufren por ella y de ella se nutren, se quejan de ella a los demás y atraen así la atención a sus semejantes. Por eso la gente les paga tributo de compasión y aparte de ello no tienen nada. Si se les quita esa enfermedad, si se les cura, se sienten infelices, porque se les priva de su único medio de vida y quedan vacíos. A veces, la vida del hombre es tan indigente, que, quiéralo o no, se ve obligado a apreciar su vicio y a vivir de él. Hay que decir que a veces la gente es viciosa por culpa del aburrimiento.
Yo mismo comprendía que todo lo que decía no era todavía yo, sino algo en lo que erraba como un ciego. Debía encontrarme a mí mismo en la abigarrada mezcolanza de impresiones y aventuras vividas por mí, pero no sabía hacerlo, temía hacerlo. ¿Quién era yo? ¿Qué era? Este interrogante me inquietaba. Estaba encolerizado con la vida, que me había empujado ya a cometer la ultrajante estupidez de intentar suicidarme. No comprendía a la gente, su existencia se me antojaba injustificada, necia y sucia. Fermentaba en mí la sutil curiosidad del hombre que necesita escudriñar todos los rincones oscuros de la vida, las honduras de todos sus secretos, y, a veces, me sentía capaz de cometer un crimen por curiosidad: estaba dispuesto a matar para saber qué sería luego de mí.
Siete versos para escribirlo en la pared y mirarlos
Tu alma está fatigada pero eres alto en la fatiga:
hablas a dioses extinguidos.
No hay semejanza en ti: hay infección y fuego dentro de tu lengua
y la pureza es tu enfermedad.
Subes hasta un lugar de espinos; tocas el borde del crepúsculo.
Eres tardío como las sustancias destinadas a la dulzura.
No hay semejanza en ti.
A. Gamoneda
Vida sin centro
Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. ¡Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.
H. Hesse «el caminante»