Gorki: existencialista y vagabundo

Leí el mes pasado una decena de cuentos de Gorki. Cuentos sobre vagabundos, sobre obreros pobres y humillados, sobre un mundo donde la esclavitud había terminado ayer, pero los hombres seguían viviendo y siendo tratados como bestias. Cuentos narrados por un tipo que no hablaba de oídas, que era todo experiencia y que, precisamente, da lo mejor de sí mismo cuando encara obras en primera persona: cuando conoce bien lo que cuenta porque lo que está contando son las heridas de sus entrañas.
Así ocurre en cuentos como «Konovalov» y «El primer amor», quizás dos de los mejores relatos del libro. Al primero pertenece esta cita, que pertenece a un rufián inculto, depresivo y borrachín:

-Bueno, y con toda razón -continuó explicando la psicología de los escritores- se les debe distinguir por eso. ¿Verdad que sí? Porque ellos comprenden más que los otros y les señalan a los demás las diferentes anormalidades. Y ahora, vamos conmigo. ¿Qué soy yo, por ejemplo? Un vagabundo descalzo y desnudo, un borrachín, un chiflado. Mi vida no tiene disculpa. ¿Para qué vine yo al mundo, a quién le hago falta mirándolo bien? No tengo hogar, ni mujer, ni hijos y ni siquiera ganas de tenerlos. Vivo, echo de menos… ¿Para qué? No se sabe. Me falta un camino dentro de mí, ¿comprendes? ¿Cómo lo diría yo? No tengo en el alma esa chispilla que da… ¿fuerza quizás? Bueno, me falta una cosa, ¡y eso es todo! ¿Me entiendes? Y vivo  y busco esa cosa y la echo de menos, aunque no sé lo que es…

Ese tono meditativo, profundo, existencial, es una de la señas de identidad de Gorki. La vida ha de tener un sentido, todos lo sienten, pero nadie parece capaz de asirlo. Un cuento paradigmático en ese sentido es «la vieja Izerguil». Las tres partes de la obra presentan tres caminos posibles para cada persona. La primera parte es la leyenda de Larra, el proscrito. Larra es el hombre superior de Nietzsche, de Raskolnikov; es el hombre que se siente y se sabe superior y por eso desprecia al resto y busca la soledad: se apropia de lo que quiere y considera que no hay ley superior a su libertad, a la moral que él decida imponerse. El cuento, sin embargo, moraliza que no hay mayor desgracia para ese tipo de hombres que su propia soledad: y por eso el resto de la comunidad no castiga ni mata a Larra, porque su soledad es la más grande de las condenas. La segunda parte es la historia de la propia Izeguil, narradora de la leyenda de Larra. Izeguil cuenta cómo ha sido su vida, cómo saltó de hombre en hombre, de cama en cama, de aventura en aventura. Izeguil es la personificación del hedonismo, del carpe diem. Izeguil buscó el sentido en el vivir sólo para uno mismo, como Larra, pero sin conciencia de superioridad, simplemente acechando la inmediatez del placer y sin considerar, con mesura, qué males posteriores podrían traerle esos placeres. El resultado es una vejez sin gloria, donde nada se ha conseguido salvo la memoria y el dolor por todo lo perdido: la nostalgia de saber que nunca se volverá a ser joven. El tercer relato es, o parece, la apuesta de Gorki: es el relato del corazón de Danko. Echado de sus tierras, un pueblo entero sigue a Danko bosque a través; no se ve nada y las tinieblas asustan a los hombres y les hace pelear entre ellos: muchos desean volver, otros casi enloquecen. Entonces, Danko se saca el corazón del pecho y con él ilumina la marcha de su pueblo. Cuando consigue llevarlos a tierra segura, muere. La moraleja es clara: no hay mayor gloria que sacrificarse por el bien de la comunidad, del pueblo.
Esa opción de Danko fue la de Gorki. No sabemos si eso lo hizo mejor escritor. En todo caso, desde nuestra óptica (determinada, claro, por una cultura individualista) los mejores relatos parecen aquellos en los que, precisamente, Gorki se muestra más extrañado, más ajeno al mundo que lo rodea. El artista, nos parece, asoma mejor cuando, en lugar de tratar de contener en sí al pueblo, se rebela contra ese pueblo y acecha el mundo con su mirada única, diferente, excepcional. El artista es más claro en la duda y en las preguntas que en las certidumbres: es o parece mejor el Gorki que busca el sentido que el que cree haberlo encontrado ya. También a Konoválov pertenece, por ejemplo, esta cita:

Y sin embargo, en aquellos tiempos (los de la servidumbre) se podía vivir. Libremente. Había dónde ir. Mientras que ahora no hay más que silencio y resignación… si se mira desde fuera, la vida hasta se ha vuelto completamente pacífica. Libritos, ilustración… Pero, de todos modos, el hombre vive sin defensa y nadie se preocupa de él. Le está prohibido pecar, pero no pecar es imposible… Por eso en las calles hay orden, pero las almas están perturbadas. Y nadie puede comprender a nadie. 

También el Gorki psicologista, el Gorki conocedor de los abismos de la conciencia tiene pulso de artista. Cuando olvida lo social y se acerca a lo vital o metafísico, Gorki no tiene nada que envidiar a los mejores maestros. Al contrario, se convierte él mismo en maestro. Un primer ejemplo, esta cita de su relato «veintiséis y una», un relato biográfico sobre su vida de panadero, consistente en vivir todo el día en la tahona, al calor sofocante del horno, rodeado de otros veinticinco hombres y con la visita ocasional de Tania, la Una, la Esperanza que los mantiene vivos:

Hay gente para quien lo más valioso o lo mejor de la vida es una enfermedad de su alma o de su cuerpo. Viven toda su vida por ella y para ella; sufren por ella y de ella se nutren, se quejan de ella a los demás y atraen así la atención a sus semejantes. Por eso la gente les paga tributo de compasión y aparte de ello no tienen nada. Si se les quita esa enfermedad, si se les cura, se sienten infelices, porque se les priva de su único medio de vida y quedan vacíos. A veces, la vida del hombre es tan indigente, que, quiéralo o no, se ve obligado a apreciar su vicio y a vivir de él. Hay que decir que a veces la gente es viciosa por culpa del aburrimiento.

Aunque el cénit de profundización psicológica y especulativa de Gorki lo alcanza cuando se refiere a sí mismo, como en este párrafo de «El primer amor», un relato maravilloso, por más cursi que suene la palabra. Un relato que es un milagro y en el que se adelantan ya algunos caminos que luego serán muy seguidos, entre otros, por autores como Henry Miller, que podía haber firmado, perfectamente, este párrafo:

Yo mismo comprendía que todo lo que decía no era todavía yo, sino algo en lo que erraba como un ciego. Debía encontrarme a mí mismo en la abigarrada mezcolanza de impresiones y aventuras vividas por mí, pero no sabía hacerlo, temía hacerlo. ¿Quién era yo? ¿Qué era? Este interrogante me inquietaba. Estaba encolerizado con la vida, que me había empujado ya a cometer la ultrajante estupidez de intentar suicidarme. No comprendía a la gente, su existencia se me antojaba injustificada, necia y sucia. Fermentaba en mí la sutil curiosidad del hombre que necesita escudriñar todos los rincones oscuros de la vida, las honduras de todos sus secretos, y, a veces, me sentía capaz de cometer un crimen por curiosidad: estaba dispuesto a matar para saber qué sería luego de mí.

Hay que leer a Gorki. Y aprender.