Mi García Márquez
Henry Miller "Una pesadilla con aire acondicionado"
«Esta frenética actividad que nos tiene a todos agarrados, ricos y pobres, débiles y poderosos, ¿a dónde nos está llevando? Hay dos cosas en la vida que yo creo que todos los hombres ansían y muy pocos consiguen (pues ambas pertenecen al ámbito de lo espiritual) y son la salud y la libertad. El farmacéutico, el médico, el cirujano son incapaces de proporcionar salud; el dinero, el poder, la seguridad, la autoridad, no dan libertad. La educación nunca proporcionará sabiduría, ni las iglesias religión, ni la seguridad paz»
Henry Miller «Una pesadilla con aire acondicionado»
Henry Miller "Una pesadilla con aire acondicionado"
«Esta frenética actividad que nos tiene a todos agarrados, ricos y pobres, débiles y poderosos, ¿a dónde nos está llevando? Hay dos cosas en la vida que yo creo que todos los hombres ansían y muy pocos consiguen (pues ambas pertenecen al ámbito de lo espiritual) y son la salud y la libertad. El farmacéutico, el médico, el cirujano son incapaces de proporcionar salud; el dinero, el poder, la seguridad, la autoridad, no dan libertad. La educación nunca proporcionará sabiduría, ni las iglesias religión, ni la seguridad paz»
Henry Miller «Una pesadilla con aire acondicionado»
Un vagabundo toca con sordina – Knut Hansum
Aunque no estabas loco, tú mismo quisiste dejarlo claro con tu último libro, aquel «Por senderos que la maleza oculta». Hiciste lo que hiciste con conciencia y cordura, en uso, como siempre, de tu poderosa libertad. Hiciste lo que hiciste y lo que hiciste fue defender, con tu magnífica palabra, las atrocidades del régimen Nazi. Y me repugna y me digo que ojalá te hubieras quedado en tu cabaña del campo, vagabundeando, sin asomarte ni a la ciudad ni a la política.
Y te odio por demostrarme, una vez más, que no hay héroes ni líderes, que estamos solos. Y que somos, todos, malvados y mezquinos.
Mi inocencia se resquebraja un poco más.
Releo «Un vagabundo toca con sordina», he leído ya «Bajo las estrellas de otoño», camino, sin prisa, hacia «la última alegría». Leo esas traducciones viejas y malas que, dicen los expertos, nunca hay que leer. Y a lo mejor tienen razón, pero últimamente yo también soy un poco vagabundo, también leo sentado en una roca, bajo el frío del otoño y me digo que, tal vez, no te hubiera importado. No tengo mucho dinero y pienso en ti con ternura, Knut, sólo un segundo antes de cerrar el libro y maldecirte.
Por haberme dejado huérfano de nuevo, como cada vez que te leo y me encandilas, para recordarme de inmediato (no tú, ¡yo!) que fuiste un palmero de Hitler, un admirador y un vasallo del mayor criminal de la historia.
Me quedo con tus libros, aunque sean mal traducidos. Te sigo odiando un poco…
Un vagabundo toca con sordina cuando llega al medio siglo
Entonces toca con sordina. Podría expresar este pensamiento de la manera siguiente: «Cuando se llega demasiado tarde en otoño al bosque en que crecen los frutos… ¡bueno!, se ha llegado demasiado tarde. Y si un día uno se halla en disposición de mostrarse satisfecho y de reventar de alegría ante la vida, no se lo censuréis. Por otra parte, está fuera de duda que se necesita cierto grado de inanidad cerebral para vivir en una satisfacción permanente de sí mismo y de todo. Pero todo el mundo ha tenido buenos momentos. El condenado a quien, sentado en la carreta que le lleva al patíbulo, molesta un clavo en el asiento, cambia de sitio y se encuentra mejor. Es absurdo que un capitán ruegue a Dios que le perdone… como él ha perdonado a Dios. Es pura majaradería. Un vagabundo no encuentra todos los días alimento y bebida, trajes, zapatos, techo y lumbre preparados para sus necesidades, y si le falta esa esplendidez, experimenta un sufrimiento exactamente igual a la privación. Si una cosa no marcha, otra se arregla. Pero si la otra tampoco se arregla, no se trata de perdonar a Dios, sino de aceptar la responsabilidad. Hay que arrimar el hombro al golpe de la desgracia; mejor dicho, el hombro ha de inclinarse a este golpe. Produce algún dolor en la carne y en la sangre, y encanece el cabello; pero un vagabundo no deja de dar las gracias a Dios por una vida que, después de todo, fue muy alegre».
He aquí como quisiera expresar este pensamiento. En realidad, ¿para qué tantas exigencias? ¿Qué se gana con ello? ¿Todas las cajas de bombones que un glotón puede desear? ¡Bueno! Pero ¿no habéis visto el mundo cada día y oído el murmullo del bosque? Daba su aroma el jazmín con un bosquecillo de lilas, y alguien que yo conozco se estremecía de placer, no sólo por el aroma del jazmín, sino por cualquier cosa; una ventana iluminada, un recuerdo, un pormenor de la vida. Pero cuando le apartaron del bosquecillo de lilas, ya se había cobrado por anticipado el precio de aquel disgusto.
Y así es: sólo el favor de recibir la vida paga por adelantado todas las miserias de la vida, todas y cada una. No hay razón para creer que uno tiene derecho a recibir más bombones que aquellos que recibe. Un vagabundo se aleja de toda superstición. ¿Qué es lo que pertenece a la vida? Todo. Pero ¿qué es realmente tuyo? ¿La celebridad es tuya? Dinos por qué. No debe uno aferrarse a lo suyo: es demasiado cómico, y un vagabundo se ríe de aquello que es demasiado cómico. Recuerdo a cierto individuo que no podía renunciar a lo suyo: puso leña en la chimenea a mediodía y no consiguió hacerla arder hasta la noche. Y no pudo decidirse a alejarse del calor para ir a acostarse, sino que continuó allí, empeñado en sacarle utilidad, hasta la hora en que los demás empezaron a levantarse. Era un autor noruego, un autor de obras teatrales.
He vagabundeado mucho en otro tiempo, y ahora me siento imbécil y desilusionado. Pero no tengo la perversa creencia senil de ser más sabio que antes. Y además, espero que nunca sabré nada. Es un signo de decrepitud. Cuando le doy gracias a Dios por la vida, no se las doy por la mayor madurez que haya alcanzado con la edad, sino porque siempre tuve la alegría de vivir. La edad no da madurez alguna; la edad no trae más que la vejez.
Knut Hamsun «Un vagabundo toca con sordina»
Gorki: existencialista y vagabundo
-Bueno, y con toda razón -continuó explicando la psicología de los escritores- se les debe distinguir por eso. ¿Verdad que sí? Porque ellos comprenden más que los otros y les señalan a los demás las diferentes anormalidades. Y ahora, vamos conmigo. ¿Qué soy yo, por ejemplo? Un vagabundo descalzo y desnudo, un borrachín, un chiflado. Mi vida no tiene disculpa. ¿Para qué vine yo al mundo, a quién le hago falta mirándolo bien? No tengo hogar, ni mujer, ni hijos y ni siquiera ganas de tenerlos. Vivo, echo de menos… ¿Para qué? No se sabe. Me falta un camino dentro de mí, ¿comprendes? ¿Cómo lo diría yo? No tengo en el alma esa chispilla que da… ¿fuerza quizás? Bueno, me falta una cosa, ¡y eso es todo! ¿Me entiendes? Y vivo y busco esa cosa y la echo de menos, aunque no sé lo que es…
Y sin embargo, en aquellos tiempos (los de la servidumbre) se podía vivir. Libremente. Había dónde ir. Mientras que ahora no hay más que silencio y resignación… si se mira desde fuera, la vida hasta se ha vuelto completamente pacífica. Libritos, ilustración… Pero, de todos modos, el hombre vive sin defensa y nadie se preocupa de él. Le está prohibido pecar, pero no pecar es imposible… Por eso en las calles hay orden, pero las almas están perturbadas. Y nadie puede comprender a nadie.
Hay gente para quien lo más valioso o lo mejor de la vida es una enfermedad de su alma o de su cuerpo. Viven toda su vida por ella y para ella; sufren por ella y de ella se nutren, se quejan de ella a los demás y atraen así la atención a sus semejantes. Por eso la gente les paga tributo de compasión y aparte de ello no tienen nada. Si se les quita esa enfermedad, si se les cura, se sienten infelices, porque se les priva de su único medio de vida y quedan vacíos. A veces, la vida del hombre es tan indigente, que, quiéralo o no, se ve obligado a apreciar su vicio y a vivir de él. Hay que decir que a veces la gente es viciosa por culpa del aburrimiento.
Yo mismo comprendía que todo lo que decía no era todavía yo, sino algo en lo que erraba como un ciego. Debía encontrarme a mí mismo en la abigarrada mezcolanza de impresiones y aventuras vividas por mí, pero no sabía hacerlo, temía hacerlo. ¿Quién era yo? ¿Qué era? Este interrogante me inquietaba. Estaba encolerizado con la vida, que me había empujado ya a cometer la ultrajante estupidez de intentar suicidarme. No comprendía a la gente, su existencia se me antojaba injustificada, necia y sucia. Fermentaba en mí la sutil curiosidad del hombre que necesita escudriñar todos los rincones oscuros de la vida, las honduras de todos sus secretos, y, a veces, me sentía capaz de cometer un crimen por curiosidad: estaba dispuesto a matar para saber qué sería luego de mí.
Vida sin centro
Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. ¡Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.
H. Hesse «el caminante»
Ernesto Sabato y la metafísica (una aproximación)
La existencia es trágica por su radical dualidad, por pertenecer a la vez al reino de la naturaleza y al reino del espíritu: en tanto que cuerpo somos naturaleza y, en consecuencia, perecederos y relativos; en tanto que espíritu participamos de lo absoluto y la eternidad. El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.
Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego,este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, quesurge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión:un Dios no escribe novelas.
Ernesto Sabato y la metafísica (una aproximación)
La existencia es trágica por su radical dualidad, por pertenecer a la vez al reino de la naturaleza y al reino del espíritu: en tanto que cuerpo somos naturaleza y, en consecuencia, perecederos y relativos; en tanto que espíritu participamos de lo absoluto y la eternidad. El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.
Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego,este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, quesurge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión:un Dios no escribe novelas.