Ernesto Sabato y la metafísica (una aproximación)

La existencia es trágica por su radical dualidad, por pertenecer a la vez al reino de la naturaleza y al reino del espíritu: en tanto que cuerpo somos naturaleza y, en consecuencia, perecederos y relativos; en tanto que espíritu participamos de lo absoluto y la eternidad. El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.

La anterior cita pertenece a Ernesto Sábato y está extraída de uno de los artículos que componen «El escritor y sus fantasmas», aunque lo mismo podría haber formado parte de «Abbadón, el exterminador», su tercera y última novela, donde fábula, biografía, Historia y ensayo se unen en un todo que busca indagar no sólo el límite de la novela, sino sobre todo, y de ahí la cita, del alma humana.
De hecho, la cita resume muy bien las tres tentativas novelísticas de Sabato: «El túnel», «Sobre héroes y tumbas» y «Abbadón». Todas ellas son una investigación, cada vez más consciente, sobre lo que el autor argentino llamó «El hombre en crisis»: el hombre despertado del sueño del racionalismo por la segunda Guerra Mundial. Una crisis que, en lo espiritual, llega hasta hoy y a la que todavía no hemos encontrado salida.
La obra de Sabato es, entonces, metafísica. Rozando a veces lo esotérico, es decir, las regiones en las que el alma, un poco más liberada de su carnalidad, se topa con fenómenos inexplicables racionalmente. Fenómenos que, añadiría Sabato, no tienen por qué ser explicables ya que las leyes que rigen para la matería no tienen por qué regir para el espíritu.
El hombre de Sabato es un hombre que no sólo se pregunta por qué o para qué existe, sino que lamenta, a veces, su existencia (aunque, por otro lado, ame la vida, esta vida), pues se halla tironeado por un lado por su cuerpo, hacia la materia y por otro, hacia su espíritu. Y por eso, a veces, como el propio Sabato busca el mundo de la luz y de la ciencia, pero en otras ocasiones, como Fernando Vidal Olmos o Alejandra, su hija, necesita meterse hasta las orejas en la oscuridad, en lo demoniaco, en lo inexplicable e irracional (o arracional).
Todas sus obras son un avance, a ciegas, por ese espacio del alma, por esa búsqueda de sentido del hombre dividido, partido en dos por las necesidades y los gozos de la materia y los goces y debilidades del espíritu. Y también por su sociedad, por su historia, por eso que se llaman Circunstancias y que aparecen siempre en las obras de Sabato, y él así lo explica, como algo inevitable pues el hombre, ningún hombre, se desarrolla en el vacío: y por ello toda novela, incluso las que lo ocultan (y precisamente por ello) son políticas.
Este otro párrafo de «Abbadón» describiría muy bien su pensamiento y puede ser otro perfecto resumen de lo que se puede encontrar en la obra de un Sabato últimamente olvidado cuando no menospreciado, pese a haber adelantado caminos y formas que aún hoy siguen resultando inquietantes, rompedores y maravillosos.

Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego,este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, quesurge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión:un Dios no escribe novelas.

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