Cuando ella era buena – Philip Roth

Después de años comprando y almacenando, por recomendación, libros de Philip Roth por fin he leído un libro del autor estadounidense: «Cuando ella era buena». Al parecer, su segunda novela. Al parecer, escrita con treinta y cuatro años. Al parecer, si no me equivoco, una jodida maravilla.
Uno sabía, y eso era lo que más me repelía, que las obras de Roth vienen marcadas por el costumbrismo, aunque sea un costumbrismo ácido, crítico o tan real que es peor que una crítica. La idea no era nueva ni en los sesenta, cuando fue escrita esta novela. «Dublineses», de Joyce, cabalga por los mismos prados, aunque con una diferencia: donde Joyce es pura objetividad, retrato fiel (tan fiel que asusta), Roth añade psicología, subjetividad, paseos de la mano de los protagonistas y de sus más superficiales (no es que baje hasta el fondo del pozo. Tampoco hace falta) miserias y deseos. 
Por resumir: Lucy Nelson es una joven con un padre alcohólico. Lucy Nelson sueña con reformar a su padre y, de paso, a todo el género humano. Lucy Nelson no conforma con aceptar que las personas son como son, sino que tiene fe en la voluntad y considera que aquel que no cambia es porque no quiere. Además, también tiene bastante fe en su visión del bien y del mal y no se explica cómo lo demás no lo ven tan claro y, sobre todo, por qué eligen lo que parece malo conociendo lo que es bueno. Es decir, Lucy estaría del lado de Sócrates y su conocer el bien es lo mismo que practicarlo, mientras que el resto de la humanidad, realistas ellos, estarían con Horacio y su conozco el bien y lo apruebo, pero hago el mal. O algo así. Porque en realidad, el exceso de piedad y buenismo de Lucy acaba siendo tan macabro y teniendo peores resultados que las mínimas maldades del resto, que tampoco son tantas ni tan atroces como Lucy cree.
Por otro lado, Lucy cree que como mujer tiene los mismos derechos que los hombres, pero acaba exigiendo a estos que se comporten como se espera de ellos en un mundo patriarcal. Igualmente, su marido Roy se cree muy hombre, pero no es más que un niño llorón. Julian y Papá Will, por su parte, se creen pilares de la comunidad, pero uno es un putero y el otro un pusilánime. Todos, en suma, creen tener la verdad, pero están tan perdidos como los que asumen no tener ni puñetera idea de nada. La comunidad parece respetable y segura, pero como todas, esconde infidelidades, malos tratos, engaños y traumas infantiles.
Lo mejor es que Roth no presenta todo esto así, bajo una óptica explicativa ni con fines pedagógicos (que podría haber estado tentado), sino como unos hechos que ocurren, que se cuentan, que están ahí y que no pueden ser de otra forma. Y saque usted las conclusiones, parece decir, y a mí no me pregunte nada que yo no soy quién para juzgar. Es por esto que uno, sin guía, tiene que fiarse de sus propios instintos y conocimientos para saber (y al final no saber) si es más digna de simpatía la pobre Lucy, su vago padre, el bueno de Papá Will o todos y ninguno a la vez.
En fin: una buena novela. Una gran novela. Y sí, habrá que leer más de Philip Roth.