Concierto para violín y cuerpo roto no es tanto una reflexión lírica sobre la enfermedad como un lamento, que vira paulatinamente hacia la senda del canto imbuido de esperanza, en torno al drástico fin de una ilusoria conciencia de invulnerabilidad, y todo ello a través de la experiencia de un cáncer de mama vivido en primera persona. El libro supone el regreso a la poesía de Ana Isabel Conejo (Tarrasa, Barcelona, 1970), tras la publicación de obras como Vidrios, vasos, luz, tardes (2004), Grises (2004), Atlas (2005), Rostros (2007) o Zapatos de cristal (2008), y la obtención de destacados galardones como el Premio “Ojo Crítico”, el Premio “Hiperión” o un accésit del Premio Adonáis. Conejo –traductora también- ha venido desarrollando, paralelamente, y bajo el nombre de Ana Alonso, una amplia faceta de narradora para público juvenil, en colaboración con Javier Pelegrín en numerosas ocasiones; labor que igualmente se ha visto reconocida gracias a premios como el “Barco de Vapor”, el “Anaya” o una distinción “White Raven”.
A la manera de la forma musical del concierto, el nuevo poemario de la autora se halla dividido en tres tramos –de hecho, los tres respectivamente se denominan “Primer movimiento”, “Segundo movimiento” y “Tercer movimiento”, sin ambages ni circunloquios-; secciones a las que se añade un epílogo denominado “Coda”, para proseguir el juego –restringido, en cualquier caso- con la terminología musical. Incluso dicha “Coda” toma la forma de canto, si bien más breve que los movimientos anteriores, de una considerable longitud y de un notable acierto a la hora de ver sostenida la doble tensión entrelazada de lirismo y discurso –las secciones segunda y tercera destacan por su lograda estructuración, frente a la más torrencial primera-. La espeluznante valentía de tantos y tantos pasajes de Concierto para violín y cuerpo roto justifican la apelación directa de su impactante inicio (“Eh, tú, no apartes la mirada. / Tengo la noche pintada en el reverso de mi cuerpo”) y conducen, en primera instancia, a la asunción de “un presente de miedo y de sabiduría” donde el cuerpo “ya siempre será grito”. Pero esa sabiduría va decantando en el sujeto poético una nueva identidad, como persona y como mujer, en la que llegan a latir ecos de la obra de Miguel Hernández: “Porque se puede ser de otra manera, / ser carne rota, / sellar lo abierto que supura / savia o sangre, / y continuar creciendo como el árbol / cuando le quitan sus mejores ramas, / con más fuerza, / paciente, / hundiendo más profundas las raíces”. Vida pese al dolor, presente depurado de miedo, amor que reinventa idiomas y territorios, y una esperanza cifrada en el poder del canto se alían en el devenir de una fecunda catarsis; también en sus momentos de alta pausa (“Me quedo quieta a veces, / escucho muy atenta / el murmullo del agua. / Sé adónde va. / Sé adónde voy. / Pero no todavía.”).
Licenciado en Derecho por la Universidad de Jaén, Martín Paredes Aparicio (Jaén, 1975) es una voz emergente en el actual panorama de las letras andaluzas. Textos suyos han aparecido tanto en antologías como en revistas digitales, y 2016 fue el año en que, además de alzarse con el Premio “Cofrade”, organizado por Diario Jaén, pudo ver editado un primer poemario de su autoría, Versos de Vida y Alma. Ahora sale al encuentro de los lectores un segundo libro, La voz de los callados, que ha confirmado plenamente las impresiones generadas en torno a su primera publicación. Según ha dejado escrito Luis Antonio González Torres, “el lector de la poesía de Martín Paredes se ve inmerso en un camino donde divisa claramente unos paisajes perfilados y reconocibles. Con un lenguaje directo y sencillo, sin ser contrario a la elegancia (…) El poeta realiza auténticos malabares con el tiempo, apremiándonos a veces, deteniéndonos otras en seco”.
El trabajo literario de Martín Paredes Aparicio, más aún en una obra como La voz de los callados, pone el acento en la inquietud cívica que viene a recordarnos una premisa ética fundamental, amén de ciertamente fecunda: que el ser humano es un ser social. Y de ahí la mirada al desvalido o al indigente –“Agazapado en tu banco. Solo con un litro que calma la sed de tu alma (…) / Ser invisible es tu destino. / La plaza en la que descansas es un cuadro que nadie mira”-, y también a realidades más excepcionales, aparentemente menos cercanas y cotidianas pero de terrible frecuencia y gravedad, como el drama de los refugiados –en este caso, la situación que afecta a los desplazados de Siria-. De cualquier modo, la poesía de Martín Paredes no se caracteriza por la oscuridad y el pesimismo. La visión de la Naturaleza resulta confortadora –“Siempre amanece una luz en la cima de una montaña”-, y en el poema titulado “Puesta de sol” podemos leer estos versos altamente significativos, casi de redención a través del hecho literario: “Aún existe la esperanza: el hombre ciego quizá pueda ver. / No hay luz más fuerte que la de este poema”.
Construyendo “el escenario mítico de un paisaje rural en extinción”, Esperando las noticias del agua “es un poema único compuesto por cuarenta y ocho fragmentos que, de una forma alegórica y utilizando como hilo narrativo el amor entre dos jóvenes, reflexiona sobre la entereza y la perseverancia como únicas maneras de sobrevivir al extravío ético de nuestras sociedades actuales.” Son palabras del propio autor del libro, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), quien ha sabido combinar su dedicación profesional en el ámbito sanitario –es Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Extremadura- con una intensísima actividad literaria, iniciada en 1983 gracias a la obra A este lado del alba, accésit del Premio Adonáis. Autor también de dos libros de narrativa –El cuenco de la mano y La creación del sentido-, entre sus trabajos poéticos posteriores destacan La mirada apacible (1996, accésit del Premio “Jaime Gil de Biedma”), Para guardar el sueño (2003), Entre una sombra y otra (2006, Premio Unicaja de Poesía), Las estaciones lentas (2008, Premio Tiflos) o Cristalizaciones (2013, Premio Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”). Considerado como un ejemplar exponente de la lírica meditativa contemporánea, su obra poética completa hasta 2009 –salvo su primer libro- ha quedado reunida en el volumen titulado Los bosques de la mirada, aparecido en 2010. Tres años antes, en 2007, recibió el Premio Extremadura a la Creación, a la Mejor Obra Literaria de Autor Extremeño.
En Esperando las noticias del agua, la correspondencia, casi literal, de su segundo poema –o fragmento, por seguir la denominación del autor- con el cuadragésimo octavo y último vendría a sustentar y redondear la tesis constructiva de una latente historia de amor que, de manera muy sutil, va sirviendo de línea argumental a la obra. No obstante, bien lejos estamos aquí de un poemario de corte amoroso, pues la inquietud del sujeto lírico se centra en la posible refundación del mundo, a través, sí, de un compromiso ético y humanista, y por medio también de la redención de un “locus amoenus” perdido: de ahí las constantes apelaciones a la Naturaleza, por supuesto al agua, y todavía más a los árboles, quizá los verdaderos protagonistas del libro –“Pasaremos nosotros / y los árboles / seguirán siendo fieles al horizonte y a la luna”-. La profundidad del tono reflexivo del autor se impone a cualquier tentación de preciosismo descriptivista, mientras se afianza la certeza de que únicamente persistir puede ofrecer la gracia de la salvación: “Hemos traído el sueño de la lluvia / hasta esta tierra estéril (…) / Nuestros rostros / reflejan la hermosura / de los que se debaten, / solitarios, / pero con fuerza aún, en los confines / de la ausencia de Dios”.
Ediciones Vitruvio, Colección “Baños del Carmen”, nº 697.
94 páginas.
“Disculpa mi desvío. / Sinceramente tuyo para siempre”: esto leemos al final de “Correspondencia íntima del poeta redimido”, texto desde su mismo título bien elocuente ya, y que constituye toda una referencia autobiográfica con la que Javier Olalde (Pousada de Rengos, Cangas del Narcea, Asturias, 1944) hace alusión a su silencio poético de casi cinco décadas. Licenciado en Filosofía y con estudios de Literatura Hispánica, Olalde vio publicados, en su juventud, sus tres primeros libros –Ensueños y agonías (1965), Leído en el gris (1968), Alguno habló de soledad (1969)-, y no fue hasta 2017 cuando pudimos conocer su voz madura gracias a Toda la tarde andada, publicado por Ediciones Vitruvio. Bajo el mismo sello ha visto la luz recientemente Mi modo de ser árbol, un poemario que confirma el regreso pleno del autor al panorama lírico actual, junto con su muy buen hacer a la hora de conjugar emociones sutiles y claridades expresivas.
“Capturar palabras, / (…) si fuese árbol, / ése también sería mi modo de ser árbol.” Toda la obra parece trazada para alcanzar tal arrebato de lucidez, siguiendo una estructura en cinco secciones donde el sentimiento amoroso y su universalidad sirven de hilo conductor –“Siempre los mismos bancos y los mismos jardines, / aun siendo otros jardines y otros bancos…”-. El sujeto poético inicia andadura desde la pasión –erótica también-, pero no tarda en atisbarse el inicio del desencanto y la soledad: “Ocurre y luego / todo regresa a ser / sin ti lo mismo”. La plasmación perfecta de la muerte de la pasión –“…conozco lo que sientes, / porque es idéntico / a lo que yo tampoco te confieso”- lleva a ese “país borroso” de la memoria, y al “paisaje devastado” donde se aprenden las más crudas verdades: “Vivimos suspendidos / entre el rumor de olas / de ángeles y demonios / y la quietud del cadáver que espera”. La literatura, en fin, y también la defensa del oficio poético, ofrecen, “donde se extingue el horizonte”, la perspectiva de “una envoltura de palabras”; sin duda esas “pocas palabras verdaderas” de las que hablase don Antonio Machado.
Después de Más allá, Tánger, de 2014 (también Libro recomendado por la Asociación de Editores de Poesía), el poeta extremeño Álvaro Valverde (Plasencia, Cáceres, 1959) nos ofrece El cuarto del siroco, quinta de sus obras que han aparecido bajo el sello de Tusquets –las tres primeras habían sido Ensayando círculos (1995), Mecánica terrestre (2002) y Desde fuera (2008)-. Premio Internacional “Fundación Loewe” en 1991 con Una oculta razón, su creación poética ha merecido la publicación, hasta la fecha, de dos antologías: Un centro fugitivo, con selección y prólogo de Jordi Doce (La Isla de Siltolá, 2012), y Álvaro Valverde. Antología poética (Editora Regional de Extremadura, 2017).
“En las casas patricias sicilianas había una habitación donde las familias nobles se guarecían mientras soplaba el temible siroco, impetuoso viento del sudeste que atraviesa el Mediterráneo procedente de los desiertos del norte de África.” Siguiendo al propio autor, ese “cuarto del siroco” –“la stanza dello scirocco”- se antojaría el “refugio que uno interpreta también como metáfora de la poesía. Y de la vida, que es lo mismo”. Tal premisa, lo suficientemente abierta además de inteligentemente simbólica, le sirve a Álvaro Valverde para dar carta de naturaleza a su libro “menos unitario”, como él mismo reconoce en las notas finales al volumen, donde señala también que la mayoría de los poemas incluidos en sus páginas habían conocido ya difusión a través de revistas de literatura. Con todo, la impronta del poeta placentino es reconocible en todas y cada una de las composiciones de El cuarto del siroco; una impronta basada en la armonía formal, la austeridad expresiva –austeridad, pero nunca sequedad-, cierta predilección por las relaciones entre espacio y tiempo –“Tal vez por eso escribo / acerca de lugares. / Sitios donde la muerte / simplemente es más lenta”- y el lirismo meditativo y concentrado –“Mi vida es interior. / Vivo hacia dentro, / hacia aquello que allí / se oculta oscuro”-. El alma es el territorio donde perderse “confiado / en busca de un tesoro / cada día”; donde hallar poemas como los magníficos “Aquiles” –en forma de monólogo dramático- o “Ventanas”, de intensa brevedad: “Sobre el cristal, / los rastros de las frentes / que al pasar / aquí depositaron su dolor”. Y todo bajo el influjo del agua como “metáfora y verdad”, como razón de toda una poética: “La poesía / que hoy sólo se me antoja / tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed”.
Poetizar como una forma privilegiada de comunicación, dado que atañe al diálogo interno con la palabra que en primera instancia el autor acomete. “En tanto que la palabra funda el ser, me encuentro en la profundidad del ser en esa tarea”, ha declarado Hilario Martínez Nebreda (Burgos, 1945), quien debutó en el panorama editorial en el año 2000, con la publicación del amplio volumen titulado Almanaque de piedra, y que después, ya bajo el sello de Vitruvio, ha podido ir entregando sus obras a los lectores no sólo regularmente, sino también de manera generosa, en un despliegue de encomiable fecundidad: Hombres del esparto y la ballena (2012), Llagas en el mar (2013), Esbozos de Platón en los labios de una musa (2014), Es-cupido de mis cantares (asimismo de 2014), Cantar de mío cantar (2015), Heridas de piedra (2016) y Oráculo de Kíos (2017). Ahora, El caminante y la luna prosigue una trayectoria de gran coherencia creativa, con el aliciente de que nos hallamos ante un cancionero construido a lo largo de cinco décadas, nada menos: de 1966 a 2016.
Como no podía ser de otro modo en un volumen cercano a las 300 páginas, y de las características señaladas antes, El caminante y la luna presenta a los lectores un contenido acertadamente estructurado para facilitar su desentrañamiento. Así, una sencilla obertura da paso a seis amplias secciones de títulos bien sugerentes: “De tierra y mar” (subdividida en “Canciones de la memoria”, “Canciones del camino” y “Canciones a la orilla del mar”), “El animal y la novia”, “El niño y la mar”, “Lunadas”, “El juglar y la momia” y “Romancero del afilador”. Vertebración temática, según puede apreciarse a simple vista, capaz de dar vuelo a los hallazgos tan frecuentes en la poesía de Hilario Martínez Nebreda –“Las horas copularon / con los murciélagos, / en un rincón de arañas. / Rumias de un péndulo”; poesía tan afinada como imaginativa, exploradora de singularidades –bien lo demuestran las dos últimas secciones del libro- y totalmente consciente de su personalidad propia: “¡Andares! Tres los caminos: / bueno y malo. Otro, el mío”. Aquí, además, el autor hace alarde de un hábil manejo de la extrema diversidad formal con la que su cancionero se edifica, desde el haiku –“En la veleta, / el lucero del gallo / rasga la niebla”- hasta el díptico de sonetos titulado “La Rioja”, pasando por la décima –al respecto, “Miryam” resulta un ejemplo impecable-, la seguidilla –“¡Ah, del pueblo! Noticias / espera al alba. / Con el lucero bebe / palabra clara”- y esa copla de sabor machadiano que dice: “¡Verdades!… pero mentira / que no llamamos verdad / porque la vida nos miente / verdades, al despertar”. Con una música de fondo predominante, la de las estructuras arromanzadas bien urdidas, Hilario Martínez Nebreda nos ofrece un cancionero personalísimo, completamente integrado en su poética.
Entre los Libros recomendados en 2014 por la Asociación de Editores de Poesía figuraba Nocturno casi, de Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, Cantabria, 1968); obra que, meses después, se alzó con el Premio Nacional de la Crítica. No era el primero de los galardones en la carrera del autor: su poemario inaugural Visiones y revisiones, de 1995, mereció el Premio “Luis Cernuda”; Puntos de fuga, de 2001, el Premio Internacional de Poesía “Fundación Loewe”; y Libro de los elementos, de 2004, el Premio Internacional de Poesía “Generación del 27”. Una década más tarde, el sello Tusquets publicó el aludido trabajo Nocturno casi, para ahora hacer lo propio con el titulado Para una teoría de las distancias. Ya en 2014 tuvimos ocasión de glosar debidamente el decir sobrio de Lorenzo Oliván, y el anhelo de levedad con que afronta sus indagaciones líricas; impresiones que Para una teoría de las distancias confirma, intensificando si cabe en los lectores la sensación de un vértigo sutil aunque palmario.
Se pregunta el autor: “¿puede una identidad reafirmarse / sobre el espacio abierto / de la interrogación?” Oliván conducirá incluso su nuevo libro hasta el temblor máximo del poema “La imagen múltiple”, donde se fantasea con una clausura de la vida envuelta en la vorágine de lo no consumado o no resuelto. Los estragos del paso de los años en el cuerpo y en la propia persona dan razones a la página titulada “Despiece”; no obstante, “Como una forma de vencer al tiempo”, excepcional poema en prosa dedicado a la peonza –“Ningún juguete igual. Ninguno”-, funcionaría a la manera de un antídoto en nuestro recuerdo lector. A fin de cuentas, Para una teoría de las distancias es un libro sobre la mirada, sobre el poder de la mirada para perseverar en el eje de la existencia –“Desde él te levantas / sólo desde él te mueves / y él hace tuyo –sólo tuyo- el mundo”-. Si “la ventana engrandece lo que enmarca”, si “escribir poesía es de algún modo / estar enfermo de buscar ventanas” para observar cuanto tenemos en derredor desde su recuadro, Finisterre acabará transformándose en la nueva Ítaca desde la cual “ver el mundo”, “tejiendo y destejiendo el saber y el sabor del desear”. La aventura de hallar ese “kilómetro cero” deparará instantes como el muy hermoso canto al deslumbramiento por lo primigenio en el poema titulado “El primer hombre”, la excelente idea del dolor como “el extraño de la casa”, o “El animal del fuego”, un breve texto magnífico sobre la pasión carnal. Y todo ello, en definitiva, porque “esconde cada cosa en sí el secreto / de la mejor distancia / a que debe ser vista”.
El paso del siglo XX al XXI ha traído la consagración definitiva de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) en el ámbito de las letras hispánicas, con la obtención del Premio Nacional de Poesía en 2009 por La casa roja, y del Premio Nacional de la Crítica en 2012 por La bicicleta del panadero. Reconocido poeta, ensayista y también artista plástico, Mestre se había dado a conocer en 1982 –con Siete poemas escritos junto a la lluvia-, y más aún en 1986 con su muy hermoso trabajo titulado Antífona del otoño en el valle del Bierzo, ganador del Premio Adonáis. Luego, obras como La poesía ha caído en desgracia (Premio “Jaime Gil de Biedma” en 1992) o La tumba de Keats (Premio “Jaén” en 1999) contribuyeron a asentar la reputación del autor como soberano representante de la imaginación poética, capaz de tender un “puente entre la realidad y lo maravilloso, intuición y revelación de otra realidad desde la experiencia del lenguaje”, en palabras de José Enrique Martínez. El sello Calambur, que ha reeditado las tres obras citadas en última instancia, y que publicó las también aludidas La casa roja y La bicicleta del panadero, presenta ahora Museo de la clase obrera, sin duda una de las propuestas más radicales –si no la más radical- de cuantas Mestre haya dado a la imprenta desde el inicio de su trayectoria.
En el texto de introducción al libro, firmado por el director literario de Calambur Poesía, Emilio Torné –y que figura repartido en las solapas de la edición-, leemos lo siguiente: “Lógica subvertida, más no ausencia de lógica (…) Retazos de realidad redibujados en la geometría movediza de la imaginación (…) Prueba de ello es el rechazo de la jerarquía y la estructura tradicionales del poema, lo que deviene en un texto sin centro, sin figuras ni fondos definidos. Los paralelismos llevan así”, añade Emilio Torné, “a la pintura y a la música contemporáneas”. Tan es así que, por momentos, los lectores pueden experimentar la sensación de hallarse ante las páginas más vanguardistas, dislocadas o furiosamente abstractas de El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery. Poesía no sólo consciente sino orgullosa de su complejidad –“llevo entre las palabras un reloj desarmado”; “la poesía es una lengua extranjera como el olor del mar en los cuadros podridos de un museo”-, la elección por parte de Juan Carlos Mestre del versículo y del poema en prosa como estructuras formales impulsan la configuración de una galería imaginativa de saturación extrema, donde abundan los hallazgos característicos de la poética del autor –“los matasuegras de nochevieja pasan el invierno con los pies vendados”; “todo cuerpo es la imitación pornográfica de una escultura griega”-. Homero, Elena de Troya, Rimbaud, Stockhausen y Gertrude Stein pueden tener cabida en un mismo texto, sin que ello suponga menoscabo de la preocupación socio-económica y socio-política que da razón de ser al título de la obra. De tal manera, a “la explotación de los subsaharianos en la cabaña de klee” le resulta factible revisar algunos fragmentos de la actualidad con una furiosa mirada y carga críticas: “por la carrera de san jerónimo que conduce al desolladero de osos del kilómetro cero / la destrucción del significante la democracia sin libertad”.
Fernando Marín Calleja es el autor de Ser dentro de ti.
“Personalmente, a través de la búsqueda de la rima y la métrica considero que mis poemas adquieren más calidad, profundidad y complejidad”.
P.- ¿Cómo surgió escribir Ser dentro de ti?
R.- La escritura se convirtió en un pasatiempo desde que, en mi adolescencia, me dejé seducir por la literatura, pero a su vez esta supuso un reto intelectual y un desafío personal, al intentar crear arte y belleza de la nada. Siguiendo con esta afición, y otorgándole un enfoque absolutamente pragmático y alejado del romanticismo de mi poesía, me propuse crear un bien tangible del cual pudiesen enorgullecerse todas las personas que me quieren. Además de ello, cohabitaron otros dos motivos que provocaron su consecución; uno personal, la convicción de poder escribir un poemario con la calidad mínima para merecer ser leído, y otra amorosa, homenajear al amor con que me quisieron.
Ser dentro de ti fue escrito durante seis meses, comenzando en otoño de 2016, con un estilo común a todas sus composiciones que trata de mostrar el sentimiento amoroso desde el prisma más puro del romanticismo; el que trasciende lo terrenal.
Ser dentro de ti trata de mostrar el sentimiento amoroso desde el prisma más puro del romanticismo; el que trasciende lo terrenal. Click To Tweet
P.- Ser dentro de ti está escrito en cuartetos con rima y métrica. ¿Crees que es importante para la poesía la rima y la métrica?
R.- Absolutamente. No concibo la poesía, y dudo que mi percepción varíe nunca (risas), sin una estructura que otorgue a las palabras de cadencia, ritmo y musicalidad. Considero que a través de ella, y sólo con ella, se cohesiona la composición, haciéndola consistente, sólida y coral. Personalmente, a través de la búsqueda de la rima y la métrica considero que mis poemas adquieren más calidad, profundidad y complejidad.
Pero, soy consciente que desde comienzos del siglo XXI ha emergido con fuerza, y ha conseguido asentarse, un estilo totalmente opuesto a mi concepción de la poesía: sin estructura, rima, ni cadencia de lectura y, del cual, no me siento partícipe (risas).
A través de la búsqueda de la rima y la métrica considero que mis poemas adquieren más calidad, profundidad y complejidad. Click To Tweet
P.- Uno de los temas más importantes de la poesía es el amor, en tu poesía lo tratas dirigiéndote a una segunda persona. ¿Tratas el amor es ausencia de este o como un recuerdo de haber amado?
R.- Ser dentro de ti está concebido como el más puro y altruista homenaje al amor que me profesaron, y a la persona que lo materializó. Aunque, por supuesto, soy consciente que éste no posee ni la calidad ni la magnitud para siquiera aproximarse a lo recibido.
Al igual que entiendo la poesía como una composición con estructura y rima, en cuanto a la temática no puedo separarla del sentimiento amoroso. A lo largo de los años el amor ha compartido protagonismo con: la muerte, la añoranza, el desamor y la mística como temas principales, pero considero que el amor es la base que sustenta la poesía como estilo literario.
Ser dentro de ti está concebido como el más puro y altruista homenaje al amor que me profesaron, y a la persona que lo materializó. Click To Tweet
P.- En el poema que encabeza el libro A tu sombra dices: “Vivirá mi mano dentro de la negrura / oculto bajo un pseudónimo de poeta / por siempre bajo una sombra oscura / de acolchado nicho… y ciprés silueta.”. ¿Es la poesía un medio de expresión de lo que no nos atrevemos a decir fuera del papel?
R.- Tradicionalmente a los hombres la sociedad nos ha educado para no mostrar debilidad, y la poesía puede ser entendida como muestra de flaqueza o fragilidad. No considero que sea mi caso, puesto que a través del lenguaje poético únicamente busco nuevas formas de expresar, plasmar, consagrar y aportar matices al sentimiento amoroso.
A través del lenguaje poético únicamente busco nuevas formas de expresar Click To Tweet
P.- Aparte del amor, el paso del tiempo y la muerte forman parte de esa descripción que haces del amor. ¿Es amar quizás morir un poco o quizás sentir la muerte de algo?
R.- Amar es morir desde la perspectiva que traspasas una parte de ti hacia otra persona. Efectivamente, el paso del tiempo y la muerte son protagonistas de algunas de las composiciones, pero siempre relacionadas y desde un prisma amoroso; como medio por el que transcurre la vida y como sentimiento que trasciende a la muerte (a la postrera). El poemario fue concebido, y así quisiera que fuese entendido, como un homenaje al amor, por lo que ni la muerte ni el paso del tiempo son tratados como conceptos negativos.
Amar es morir desde la perspectiva que traspasas una parte de ti hacia otra persona. Click To Tweet
P.- ¿Cuáles son tus autores favoritos o los que más te han inspirado a la hora de escribir poesía?
R.- Al leer Ser dentro de ti es sencillo relacionar estilo y temática con la poesía del siglo de oro español. Boscán, Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega, sólo por nombrar a algunos de ellos, llevaron la poesía a un nivel cultural, artístico y conceptual que los ha convertido en eternos. Sin embargo, soy muy consciente de la barrera (invisible) que separa a una sociedad que no está habituada a leer poesía con estos autores. Por eso propongo leer la poesía de Ser dentro de ti como paso previo a la suya: más sencilla, asequible y con lenguaje modernizado (risas).
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P.- ¿Te has planteado escribir un libro con un tema diferente al amor? ¿Habrá otro libro después de Ser dentro de ti?
R.- Una vez concluido y revisado el poemario, a comienzos de 2017, tuve la sensación de haberme vaciado y haber agotado mi escasa inspiración poética y mis exiguos recursos literarios (risas). De hecho, desde entonces no he vuelto a escribir ni con la devoción ni con la frecuencia que culminaron en la publicación de Ser dentro de ti. Si sensación actual es que no volveré a escribir ningún otro poemario pero, de hacerlo, te aseguro que versará sobre la misma temática. No sabría hacerlo de otra forma, ni concibo la poesía sin brindarla al amor, en cualesquiera de sus concepciones: místico, pasional o espiritual.
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