Nos gustaba viajar al sol y con mochila,
pero la eterna casualidad nos trajo
maletas de frío, y palabras diferentes,
con lejanos problemas en los bolsillos.
Santa Claus nos prestó desde las tierras
del norte dos inteligentes bicicletas,
y sábanas de inusitada ternura.
Y, sin darnos cuenta aprendimos a volar
sobre los bosques y lagos, a respirar
serenidad en blanco y negro, a reír
arco iris enredados; a abrir los ojos
a respuestas de signos diferentes.
No hubo lucha contra el tiempo,
ni ansiedad de otros retos, todo fue
sólo armonía bajo el frío cálido.
Luego llegó el calor frío.