Miguel Ángel Baamonde es uno de los grandes machadianos defensores de la figura de Leonor, su último libro Leonor. Memoria de la niña esposa, es una biográfia de la esposa de Antonio Machado. En este artículo reafirma su tesis de que Leonor es el único y verdadero amor de Antonio Machado.
GUIOMAR, GUIOMAR…
NUEVAS NOTAS PARA UN mejor cocimiento DEL APÓCRIFO FEMENINO
En el mes de Agosto del pasado año se celebró, los días 23-25, en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo un Encuentro sobre la figura de Pilar de Valderrama, patrocinado o propiciado por su nieta Alicia Viladomat; del mismo todavía ignoro, pues no sé si han sido publicados los resultados a los que en dicho Encuentro se llegó, pero alguno de sus puntos sí es conocido a través de algunas publicaciones que se han hecho eco del mismo. Así, el diario El Periódico, en fecha 25-VIII-17, y correspondiendo con el último día de las mencionadas reuniones, dice lo siguiente como resumen al que han llegado los participantes: Todos han reivindicado la figura de Pilar de Valderrama como escritora y han lamentado que fuera una mujer con un perfil “ensombrecido”[1] por Antonio Machado.
¿Qué han querido decir los participantes del encuentro con esa expresión tan singular, como es la palabra ensombrecido? ¿Qué ha perdido vigencia la figura literaria de Pilar de Valderrama a causa de su personal conocimiento de Antonio Machado? ¿Qué la equiparación entre ambas obras perjudica la de la poetisa[2] en favor de la del poeta? En cualquiera de los dos casos, el término está de más, y por motivaciones tan ajenas a la obra de ambos como lo fue la pretensión de la poetisa al querer elevarse a la categoría de musa, con nombre propio, del poeta.
Ensombrecido es el participio del verbo ensombrecer: cubrir de sombras; en otras palabras, ocultar y oscurecer[3]; restarle valor a algo en beneficio de otro, tratando de empequeñecerlo con el fin de que no haga sombra a lo que tiene al lado. ¿Y es este, en realidad, el caso de Pilar de Valderrama? Indudablemente la pretensión queda muy lejos de la realidad, rehuyéndola, ya que la ensombrecida figura de la poetisa lo estaba con anterioridad por su propia obra, motivo por el que busca el apoyo de Antonio Machado para así poder escalar esos puestos que la llevarían a igualarse con él y otros valores literarios del momento.
Conviene siempre en este tipo de trabajos buscar un punto de partida desde el cual continuar por el camino que la observación y la crítica pretenden, y si queremos llegar al final propuesto, esto es, al fondo de esa verdad que nadie pudo llevar a cabo con anterioridad, por falta total de medios para realizar un estudio profundo de lo que muchos consideraron impostura mientras que otros se aferraron al descubrimiento sin más, como una aportación deslumbrante en la vida y en la obra de Antonio Machado, es preciso ahondar en las intenciones que llevaron a cabo a Pilar de Valderrama a la pretendida opción de musa última del poeta.
Ahora, transcurridos los años y disponiendo de documentación entonces inexistente o distorsionada por la propia interesada en mantener ese aire de misterio en el que persistió durante algo más de medio siglo, resulta más factible un acercamiento a la realidad de los hechos. Porque Pilar de Valderrama estaba olvidada, (podría decirse que bien olvidada), pues salvo aquellos más cercanos a ella, nadie recordaba una obra tan gris, poéticamente hablando, como la que dejó en los pocos libros publicados y en la única obra de teatro conocida, nunca llevada a escena, a pesar de los esfuerzos y azacaneos del “enamorado” para que algún director teatral de entonces se fijase en ella. Basta traer a colación unos cuantos datos, comenzando por los recuerdos que un memorialista como Cansinos Assens aporta, así como los que el propio Antonio Machado deja traslucir en algunas de sus cartas, limpias ya de manipulaciones interesadas, cortes e incluso intentos de hacer desaparecer determinados fragmentos, gracias a la meritoria labor llevada a cabo por el hispanista italiano Giancarlo Depretis en su pulcra edición de dicha correspondencia[4].
Así pues, como inicio, el retrato de la poetisa vista por el mencionado Cansinos: En los viernes de Concha Espina[5] conozco a algunas escritoras más bien deleitantes
—como se dice ahora— que hacen literatura por puro placer, al margen de todo profesionalismo[6], pues socialmente son grandes señoras. / Una de ellas es Pilar de Valderrama, una mujer que pasa de los treinta, casada y madre de familia, para continuar algo más adelante: Pilar (sic: de) Valderrama es una mujer morena, de tipo semítico, con grandes ojos pasionales y toda ella llena de un exceso de ardor que desfoga en el arte. Ha publicado ya dos libros…, marcando el final del retrato con una curiosa expresión de la novelista santanderina: —¡Todas tienen su librito!… comenta irónica y picada Concha Espina que no ve con mucha simpatía a estas opulentas rivales[7]. Alta burguesía; este es el dato concreto que la distingue y el más significativo para comprender la distancia que ella misma marca entre su persona y la del poeta, que explica con claridad diáfana su comportamiento, tanto en la correspondencia como en los encuentros en lejanos cafés o en recónditos parques; porque hay que señalar que Antonio Machado, a pesar de tener ella misma su día semanal de reuniones y un pequeño teatro que acogía a sus amistades en las temporales representaciones, y la respetada figura que suponía el poeta, nunca fue su invitado. ¿Les bastaba a ambos el continuado intercambio de cartas y los encuentros esporádicos? Es posible que así sea, y no existe motivo que descarte tal posibilidad; tampoco, naturalmente, lo contrario. También la aportación epistolar de Antonio Machado arroja algunas luces al respecto; escribe, por ejemplo, el 12 de Enero de 1929, apenas iniciada su relación: Mañana a las doce iré a nuestro café con la esperanza de verte, para añadir seguidamente: Pasé por el Parque. No vi a mi diosa. Estaban echadas las persianas de los balcones. Esto quiere decir —pensé— que mi reina no aparecerá, continuando al día siguiente, sábado: Vuelvo de nuestro café donde he estado esperándote hasta las dos…[8], citas que podrían espigarse en algunas más de estas cartas, pero supongo que con esta única muestra es más que suficiente para lo señalado.
En una palabra, toda esta relación se desarrolló con el mayor secreto, siempre por parte de la interesada en mantenerlo[9], pues Antonio, ya viudo y con mayor edad, no tenía razón alguna para ocultarse. ¿El temido “qué dirán”? ¿Las convenciones sociales? Todo tiene cabida sin encontrar una respuesta definitiva y razonablemente explicable. Queda por añadir a todo lo anterior una nota negativa de la propia Pilar. Antonio Machado se llevó con él el secreto, respetando así lo que la propia Pilar exigía, secreto que alguno de sus hermanos, especialmente José, pudo intuir sin llegar a aprehenderlo en su totalidad; dadas las circunstancias que rodearon aquellos primeros años de la posguerra, Pilar, como muy acertadamente señala Pablo de A. Cobos, si quería ser fiel a la memoria del enamorado, podía optar por tres salidas: a) Conservar en la intimidad estas cartas salvadas de un holocausto de fuego un tanto discutible, como homenaje al enamorado y a sí misma, al igual que otras supieron hacer, dejando a la hora de su muerte instrucciones sobre el destino de las mismas o el buen decidir de sus herederos; b) Integrarlas en un todo autobiográfico, como formando parte de su propia existencia y homenaje al poeta que la supo admirar; y c) Editándolas tal cual en una edición homenaje al poeta, al tiempo que crítica y comentada, sin injerencias ajenas y menos dándolas a conocer con formato de novelita rosa en la que la protagonista oculta celosamente su identidad[10]. Como ninguna de tales opciones fue llevada a cabo, sino que dejó claramente manifiesto su afán de pasar al recuerdo, no por sus propios valores —en cuyo caso no hubiera necesitado recurrir a la opción tomada—, sino por los derivados de persona que ya no podía protestar, ni por sí mismo ni por intervenciones cercanas o familiares, el acto de la publicación de la correspondencia conservada y la forma de llevar a cabo la misma, no solo desvalorizan la figura de la poetisa sino que la desacreditan como ese amor sublime último del poeta; lo único que pretendió ser para escalar esas alturas a las que por sí sola nunca podría haber llegado.
Y como punto final, ya incuestionable, la inexacta correlación entre el conocimiento entre ambos en el escenario de Segovia, dadas las fechas del mismo y las de los trabajos machadianos publicados años antes que significativamente señalan quien es en realidad Guiomar y las motivaciones de su creación. Porque si él conoce a Pilar, tal y como todos y ella misma señalan, en 1928, Antonio publica en 1926, y en la prestigiosa revista de Ortega Revista de Occidente la primera entrega de su De un Cancionero apócrifo, finalizada con un continuará que solo tuvo lugar algunos años después, y es en estos escritos donde Abel Martín, su apócrifo más relevante, expone, de una forma un tanto confusa —la ideología de Abel Martín es, a veces, obscura, lo inevitable en una metafísica de poeta, donde no se definen previamente los términos empleados[11]— el camino que le ha señalado el descubrimiento filosófico del Otro, esa entidad un tanto fantasmal, que desde el principio de los tiempos nos ha acompañado en todo momento y que es actualmente una de las grandes cuestiones filosóficas, en nombres tan representativos como Heidegger o, en menor escala, Sartre[12]; búsqueda que desemboca en el hallazgo de Guiomar. Por otra parte, y de acuerdo con lo postulado por Pablo del Barco en su trabajo: Guiomar, el apócrifo femenino de AM[13], en el que, tras muchas aportaciones de peso en torno a la diferenciación entre una y otra, concluye de forma tajante, reafirmando la distancia entre la poetisa y las últimas composiciones de las Canciones a Guiomar, únicos borradores que por el momento han llegado a conocimiento general: Estos poemas —se refiere a los correspondientes a la segunda entrega—, en el folio 200 vuelto del cuaderno manuscrito (según una numeración que no es de AM), están en la página que antecede (folio 201 según la misma numeración) a una serie de estrofas de “Proverbios y cantares”, —(numerados XIX, XIX tachado y superpuesto XX, XX otra vez, XXI, XXII, XXII tachado y XXII tachado)—, escritos entre 1917 y 1918, incluidos en la edición de Nuevas Canciones (y aquí hay una nota, la 42, que remite a una numeración equivocada, nota 43, en a que hace alusión a los mencionados Proverbios y cantares correspondientes a su última obra poética mencionada). En este caso la presencia de Guiomar antecedería en 10-11 años al encuentro primero entre PV y AM[14].
Con lo antedicho queda claramente puesto de manifiesto, por un lado el error cronológico en el que cae Pilar de Valderrama, al tiempo que señala la escasa, por no decir nula, atención que presta en todo momento a su poeta, al que, no obstante, tiende a llevar a su propio campo, sin apercibirse de las ideas personales, éticas y políticas, de Antonio Machado. Y aquí podría introducirse una pregunta, muy posiblemente tendenciosa pero justificada; sabemos que Pilar de Valderrama pertenece a la alta burguesía madrileña y que como algo normal en ella, es católica practicante y con mucha posibilidad de ser también creyente; lo que no queda tan claro, y ella no clarifica en sus apuntes memorísticos, es lo concerniente a su formación intelectual, pues Ortega le resulta vano y presumido, tirando un tanto a espeso y con toda posibilidad autores como Unamuno, Baroja, Joyce o Proust quedasen totalmente alejados de su mundo circundante. De ser así (y no existen pruebas en contra que lo rebatan; tampoco, hay que confesarlo, favorables a lo afirmado) ¿cómo iba a comprender las sutilezas políticas, filosóficas o éticas —no confundir en ningún momento con las morales de su conducta— que respiraba en todo momento Antonio Machado, al que hay que reconocerle el esfuerzo de acomodar su forma de ser a la de Pilar, restándole importancia a sus personales actuaciones —y fácilmente podía ella haberlo deducido de sus lecturas— o incluso a los panfletos revisteriles de la derecha más fascista que ella le prestaba ¿quizá para convencerlo de lo equivocado de su posición política?; sería conveniente remitir a algunos de sus juicios en las cartas dirigidas a ella, como cuando le escribe en respuesta al préstamo que Pilar le hace de una revistilla nueva de la extrema derecha y que debía gozar de una determinada aceptación entre el grupo social en el que se mueve: Leí por tu consejo, “La Conquista del Estado”. Es un periodiquillo sin importancia, escrito por unos cuantos jóvenes que no saben lo que quieren ni lo que dicen. Por un lado simpatizan con Mussolini y el fascio italiano, por otro con la Revolución rusa. Eso no es nada ni tiene la menor trascendencia. Si vas a Francia algún día, verás allí cientos de publicaciones mucho más atrevidas que esa, aunque no tan estúpidas y que no logran inquietar a nadie[15], seguido de puntos suspensivos entre corchetes, que según el transcriptor señalan la correspondiente parte mutilada y perdida[16].
O sea, a medida que se avanza en esta recopilación de hechos y motivos se va perfilando una Pilar más en contradicción con él, causa y motivo, de la difícil interpretación de relación y correspondencia entre ambos. Que ésta es algo innegable y por ello absurdo el negarlo, es a todas luces manifiesto, y que forma parte de las biografías de los dos, so pena de caer en el absurdo no puede rechazarse. Lo que sí es rechazable y, por lo mismo y hasta ahora tan polémico como problemático, es esa adjudicación que la poetisa lleva a cabo con la publicación del libro de Concha Espina[17], aunque lo rechace más adelante tal y como deja bien claro en sus, como ella misma reconoce, mal pergeñadas memorias[18]: Concha, no me dio a leer el libro mientras lo preparaba y cuando ya impreso lo tuve entre mis manos, quedé defraudada. Pero no la comuniqué mi decepción. Ya ¿para qué?[19] El párrafo asombra, pues cualquier lector más o menos avezado en busca y rebusca de datos se da de inmediato cuenta del engaño o de la mentira; la propia Concha Espina manifiesta en su trabajo que ella no fue dueña, en ningún momento, de la correspondencia que inserta e incluso transcribe en formato facsimilar en el apéndice, dato confirmado por su hija en la biografía que la dedica[20]. A favor de nuestra tesis hay que contar con la figura de Don César, personaje un tanto enigmático y guía tutelar, como ella misma afirma, del camino a seguir en su novelita, y clarísima representación —así lo deja entrever— de la oculta maniobrera Pilar de Valderrama.
Pero las confirmaciones frente a la falsedad sostenida por Pilar de Valderrama no se reducen tan solo a estos datos externos; hay más, naturalmente, en la prosa y la poesía de Antonio Machado que contradicen la afirmación de la poetisa como Guiomar y pretendida última musa del poeta o amor sublime de última hora. Siguiendo a Pilar en su memorial, esta afirma rotunda y con certeza que no admite discusión que Antonio en esos últimos años en los que la guerra los distanció —otra falsedad, pues fue ella la que marcó la distancia al “rogarle” que no volviesen a verse a partir de 1933 o 1934, dada la inseguridad que se vivía en Madrid—, él continuó “adorándola” y componiéndole canciones y poemas inolvidables, todo lo cual guardó él como un tesoro en el famoso maletín que como único equipaje tuvo que abandonar en su último y lamentable éxodo: Yo tengo la certeza de que Antonio llevaba en sus escritos últimos algún recuerdo mío
—cartas, versos, fotografías, ¿qué fotografías?— ¿A dónde fue a parar todo ello? ¿No resulta excesivo ese tengo la certeza, si se está hablando de un escaso equipaje, dadas las circunstancias de la salida de Madrid y el número de familiares que lo acompañaron?
De lo anterior debería poder afirmarse con certeza —si ello fuese posible— que ese escaso equipaje fue perdiéndose a lo largo de los tres años de guerra, quedando reducido, por la parte que corresponde a Antonio, a un pequeño maletín donde habría tratado de conservar algunos recuerdos personales; ¿cuáles? Eso, de momento, nadie puede hacerse responsable de una afirmación tan definitiva, dado que hay que considerarlo lamentablemente por perdido —y ¡ojalá! en algún momento alguien comunique que el mismo obra en su poder a través de quien lo hubiese recogido del camino —si es que alguien lo hizo—, pues lo poquísimo que se sabe es lo recogido testificalmente por los pocos acompañantes en su último viaje, y del cual ella —¡y solo ella!— tiene referencia cierta de su contenido, aun habiendo recibido la noticia de esa salida de España tan diferente a la suya, con un retraso de fechas, a través de testimonios presenciales o artículos recordatorios de aquel ir hacia la nada más absoluta; nada equiparable, bajo cualquier punto de vista que se adopte, a la temprana “fuga” de la familia Martínez Romarate hacia Portugal con amplio equipaje en el que figuraban las joyas familiares y alguna que otra vestimenta poco apropiada, dadas las circunstancias en que se realizó dicho viaje a Portugal. Lo cuenta la propia Pilar, añadiéndole matices negativos, quizá para equilibrar su fuga, ya que se llevó a cabo meses antes —Abril— del fallido intento de golpe de Estado, exagerando a todas luces las tintas negativas del viaje: Hicimos el viaje en el Lusitania Express. (Tren de lujo muy similar al famoso Orient Express.) No puedo silenciar el mal efecto que nos produjo la llegada a la frontera donde los aduaneros españoles nos hicieron un registro vergonzoso, casi desnudándonos las matronas, abriendo los termos y cuanto llevábamos. A mi madre política, que se peinaba con un gran moño se lo deshicieron. A pesar de todo, yo logré sacar mis joyas escondidas entre las cremas de tocador ¿no registraron estas?; no las quise dejar en el Banco, afortunadamente, ya que luego tuve que vender algunas para poder sobrevivir[21]. ¿Qué pretende Pilar al contar lo anterior y equipararlo, líneas o páginas más adelante, con lo vivido por Antonio Machado?; si se tiene en cuenta que los agentes de aduana actuaron siguiendo la ordenanza que regía en esas fechas y no existía motivación anormal que acentuase su celo profesional; que en el equipaje —y ella misma lo cuenta— figuraba entre otras ropas un esmoquin que estrenó su hijo en Año Viejo en el Club de Estoril, que muy posiblemente esa venta de joyas no llegó a ser necesaria dado que lo más racional para ellos era haber transferido antes del viaje todo o parte del capital, como hizo la mayoría de los que viajaron al extranjero con antelación al golpe militar, como fue su caso, y que la descripción anterior y las referencias a las miserias que pasaron no tiene parangón con lo ocurrido a Antonio Machado, dado que su marido fue prontamente captado por Radio Club Portuguesa como traductor y posible comentarista de las noticias procedentes de España; por todo lo anterior poco queda por añadir, salvo la muy cuestionable actitud de la poetisa respecto a su “fiel” enamorado, al que sigue sin comprender a lo largo de años en los que tuvo tiempo más que sobrado para leer de forma demorada y atenta toda su obra, demostrando su permanente mínimo interés por él y lo que escribió: El 13 de Julio escribí a Antonio recordándole en su santo e insistiéndole para que saliera de Madrid[22], de donde nos venían noticias cada vez más alarmantes (lo que no impidió que su hijo permaneciese allí hasta una o dos semanas ante del estallido de la guerra, por razones de estudios y exámenes, uniéndose a la familia sin inconvenientes llamativos por su parte en fecha algo anterior al 18 de Julio[23]). Le rogaba que me contestara para colmar mi ansiedad a la lista de Correos de Estoril o de Lisboa, pero pasé varias veces por ellas y jamás encontré respuesta. (Aquí la propia Pilar amplía en una nota (1) sus particulares inquietudes: Segura estoy de que escuchó mi ruego y que influí mucho en su partida de Madrid en Noviembre del 36, instalándose con su familia en Valencia, en una finca en Rocafort —acaso para recordarme mejor cerca del mar pues allí compuso el bello soneto De mar a mar, entre los dos la guerra— y donde permaneció hasta el año 38 (en el que partió para Barcelona, saliendo de ésta hacia Collioure en febrero del 39 poco antes de terminar la contienda). Y sigue, tras la nota, la propia Pilar: Costándome creer que no me hubiera escrito, pensé que la censura de mi país la habría retenido, con lo que mi desaliento fue aún mayor. Me pareció como si en aquel momento un gran abismo se abría, interponiéndose, entre los dos[24]. ¿Para qué seguir?, pues cuando estas aparentes memorias se escriben han pasado ya bastantes años desde el final de la guerra, por lo que resulta difícil de admitir su manera de narrar su viajar a Portugal, con recargo en los aspectos negativos y la comparación con el plácido viaje de Antonio hacia Francia, contado casi como un viaje de recreo; alejada de los momentos que detalla, manteniendo ese formato de “buenos y malos”, algo que a medida que transcurren los años los propios intervinientes —en uno y otro bando— han tratado de aminorar, limando su original virulencia literaria. ¿No es, por lo contrario, mucho afirmar lo que en estas líneas la propia Pilar expone; o es que su ego desmesurado por lo que respecta al poeta, le hace seguir pensando que él continuaba en ese mundo de sueños que ambos habían levantado, y que su éxodo, a todas luces lamentable fue un viaje normal al extranjero, como el de tantos otros pertenecientes a esa burguesía y aristocracia que puso sus bienes a buen recaudo, en detrimento del propio sistema de Gobierno? La verdad es que, tal y como señala Ángel González en su libro dedicado al poeta, aunque caiga en el bache en el que todos caen, de continuar adjudicando el nombre de Guiomar a la poetisa: Guiomar hace mutis definitivo de la vida de Antonio Machado en Junio (equivocando aquí la fecha del viaje, a no ser que tenga en cuenta esa última y un tanto fantasmal carta de Pilar con motivo de la onomástica) de 1936[25].
A todo esto conviene añadir que su exilio no alcanzó el año de duración, ya que liberada Palencia del poder “rojo” toda la familia se regresó a España quedándose en la capital donde ocuparon la casa familiar, alternándola con estancias en la finca cercana de El Carrascal[26].
Pero hay más; y si uno se empeña en ahondar en orientaciones que ella misma proporciona en determinados momentos, es fácil que se encuentre con la sorpresa de una despedida poética en una de sus cartas en la que la alusión a Guiomar es directa. Y no deja de causar asombro que sea esta la única que la poetisa no utiliza en ningún momento como prueba a su favor. Se encuentra en la carta numerada como 32 por Depretis[27]; también en las transcripciones que como apéndice incluye en su memorial, figura como 13ª[28], en esa ordenación aleatoria que no responde en ningún momento a la recepción de las mismas, lo que no deja de llamar la atención
—y pido disculpas por la insistencia— en persona tan “aparentemente preocupada” por el poeta. La alusión señalada dice así:
Adiós Guiomar, tu poeta
piensa en ti. La Lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía…
Alusión directa, que no presenta, al menos aparentemente, resquicio alguno para la duda. Pero como ya se ha señalado, la propia poetisa hace caso omiso de ella, dando por no existente tal despedida. Y es que por una vez tiene ella razón. La estrofa, sin ese Adiós Guiomar que lo engarza a la correspondencia y la posible adjudicación del nombre, es un añadido —caprichoso, diría yo— de poema más largo perteneciente a la primera entrega de las Canciones, esa que corresponde al estro de Abel Martín; y esa primera entrega se publica en la conocida Revista de Occidente en 1929[29], o sea, un año después del encuentro. Las fechas de publicación no aportan nada o muy poco, pues es bien sabido que cualquier escrito se lleva a cabo siempre en fechas anteriores —a veces, incluso, años—, por lo que nada cuenta la de la primera publicación, transcurrido un año del conocimiento de ambos, y más, si tenemos en cuenta lo afirmado por Pablo del Barco.[30]
Volviendo a esa primera entrega, no encontramos en el poema III de la misma ese Adiós Guiomar que abre la despedida en la carta, al igual que en las inclusiones para las Antologías de Gerardo Diego de 1932 y 1934[31] que incluyen los tres poemas de la primera entrega tampoco figura[32], así como en las siguientes publicaciones de sus Poesías Completas[33]. ¿Quiere esto decir algo? ¿Es una señal clara de que la destinataria de tales poemas es Pilar de Valderrama o, por el contrario, que solo ha sido un escape lírico por parte del poeta en una de las últimas cartas que se conservan, sin apenas trascendencia? Tanto en uno como en otro caso, la inclusión no añade ni quita nada a la intención de Antonio, puesto que dichos poemas están escritos años antes del encuentro, y hay que suponer que como colofón poético al camino seguido por Abel Martín[34] en su exposición de la captura de un otro (esta vez sí con minúscula) que es en realidad algo más cercano al deseo del poeta; un tú cercano que corre el peligro de irse borrando poco a poco por el paso del tiempo, y contra lo que tanto el propio Antonio como su alter ego representativo, Abel Martín, tratan de frenar por los medios a su alcance. Y como posible último dato, tampoco aparece ese Adiós Guiomar, en la última edición de su Poesía Completa revisada por él; la correspondiente a 1936, en la que se supone que se sitúa el punto final del proceso especulativo conducente a la apócrifa Guiomar.
Ahora el lector tiene a su alcance una exposición completa de los aspectos externos que demuestran o al menos eso intentan, como puede desprenderse del final del trabajo, una clara muestra de la imposibilidad de que Guiomar pase a formar parte del universo de Pilar de Valderrama; pero dichas pruebas hay que documentarlas, no ya como se ha realizado hasta aquí, con razones cronológicas y de publicación, sino también a través de la propia obra de Antonio Machado, que en un determinado momento deja de ser poeta, o abandona en parte tal ejercicio sin renunciar de forma total, para buscar otros caminos hasta entonces privativos de un grupo selectivo denominado “filósofos”.
Es éste, camino complicado y un tanto entreverada
de oscurecimientos y confusionismos en su desarrollo
—confirmación transcrita en la página 3 del presente trabajo—, lo que hace dificultosa la lectura, que está reclamando un atento estudio más centrado en el propio Cancionero[35], aun contando con el inicial e importante de Sánchez Barbudo[36]
—pionero en este tipo de trabajos— y el más completo sobre la obra total, de Pedro Cerezo Galán[37].
Es camino trillado ya por nombres que tuvieron su peso en el mundo intelectual posterior al libro de Concha Espina, como Ricardo Gullón o Pablo de A. Cobos, que ventearon, sin disponer de más medios que los aportados por la novelista santanderina, la impostura y el incógnito nombre de su verdadera promotora. Otros nombres hubo, especialmente al otro lado del Atlántico, por lo general críticos con la publicación y las cartas en sí, como en cierto modo, y sin mencionar la posible nota negativa de dichos autores, señala la propia poetisa: En América el libro fue acogido con mucho más interés y Concha recibió cartas de allí hablándole de él y haciéndole numerosas preguntas a las que, realmente, ella no podía contestar[38]. Como en tantas otras ocasiones, la afirmación de Pilar de Valderrama es rotunda y pone, de nuevo, de manifiesto, y actuando en su contra, la dependencia de la autora del libro respecto a su instigadora, detalle que no dejaría de llamar la atención a los autores americanos que a ella se dirigían, pues se daba por supuesto —y es algo que concierne a todo investigador— que quien escribe un trabajo sobre alguien, sea del tipo que sea, deberá tener pleno conocimiento, tanto de la orientación del mismo como de los documentos que expone, de su procedencia y el porqué de su utilización, de lo que se deriva, si se da el caso contrario de que no puede contestar a lo que se le solicita, que responde tan solo de la labor escrituraria y no del fondo documental que utiliza o le es facilitado por la real inspiradora del trabajo. Pero esos detalles debían carecer de importancia para la autora del infundio, a la que la ceguera de Concha Espina no supuso obstáculo para su utilización como amanuense[39] de su proyecto y no de autora en sí, lo que no habla precisamente en favor del sentido ético de la poetisa; y no tiene nada de extraño que el libro no le gustase una vez publicado, pues la autora-amanuense supo vengarse de forma muy sutil en una serie de avisos, que yo califiqué en su momento, tras estudiarlos detalladamente, como claves que fue dejando sembradas aquí y allá en la obra que firma.
Por lo que respecta al camino a seguir amparándose en lo que el propio Antonio Machado escribió y concibió, siendo como es una incursión en su obra no solo interesantísima sino también de suma importancia, es algo que en este trabajo debe soslayarse dado que se ha expuesto con todo lujo de detallas en obra anterior mía, y principalmente en sus partes primera y tercera, que culmina con la interpretación del soneto V de los que escribió en Valencia durante su estancia en Rocafort y en fecha muy concreta, repetido hasta la saciedad como la prueba inconfundible de la persistencia de su amor por la poetisa[40].
La novelista, esto es, Concha Espina, ya desde el comienzo de su redacción marca distancias, como se ha indicado, entre esa mano conductora y la suya propia. Lo expone de forma decidida en la primera de esas claves que he señalado, ya en el capítulo segundo, cuando decide que ella es la que bautiza realmente al personaje de su novelita rosa: Y le puse nombre a la enamorada: la llamé Guiomar, puesto que Machado la llama así en vehementes y numerosos poemas[41], algo que de puro diáfano pone en entredicho la afirmación de la poetisa respecto al apelativo que usurpa sin rubor alguno.
Por todo lo antedicho y no alargarme por senderos ya expuestos con anterioridad, no pretendo ni intento exponer doctrina y seguimientos del propio Antonio, aunque estos los haga valiéndose de su apócrifo Abel Martín, ni a detenerme en el proceso de creación del mismo; tan solo, y como apunte final al tema, transcribir lo que Juan de Mairena comenta sobre el valor que su maestro Abel Martín concedía al olvido, como tal y su recreación, apoyándose en algunos de los cortos poemas de la segunda entrega de las Canciones, sin entrar a cuestionar en estos momentos quien es el autor real de las mismas: Mi maestro exaltaba el valor poético del olvido[42] , fiel a su metafísica. En ella —conviene recordarlo— era el olvido uno de los “siete reversos, aspectos de la nada o formas del gran Cero”. Merced al olvido puede el poeta —pensaba mi maestro— arrancar las raíces de su espíritu, enterradas en el suelo de lo anecdótico y trivial, para amarrarlas, más hondas, en el subsuelo o roca viva del sentimiento, el cual no es ya evocador, sino —en apariencia al menos— alumbrador de formas nuevas. Porque solo la creación apasionada triunfa del olvido.
… Guiomar, Guiomar,
mírame en ti castigado:
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
Aquí la creación aparece todavía en la forma obsesionante del recuerdo. A última hora el poeta pretende licenciar a la memoria, y piensa que todo ha sido imaginado por el sentir.
Todo amor es fantasía:
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía,
inventa el amante, y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor que la amada
No haya existido jamás…[43]
Antonio Machado dixit.
A pesar de lo cual ha habido algunos comentaristas que han interpretado a su gusto unos versos que en sí mismos son concluyentes, tanto por la contundencia que manifiestan como por los intereses —convincentes o no— que las diversas inclinaciones puedan transmitir. Podría, naturalmente, mencionar como en párrafos anteriores se ha venido haciendo, algunos nombres, —daré solo dos, por resultar los más cercanos a mí: José Luis Cano y Justina Ruiz de Conde, con artículos y cortos trabajos recopilados posteriormente en libros de conjunto: José Luis Cano[44] o monográficos sobre el tema: Justina Ruiz de Conde[45], pero es preferible, dado que al parecer la polémica parece, o eso pretende, tocar a su fin, mantener el resto[46] en ese anonimato que posiblemente acabe por envolver apreciaciones, convincentes o envueltas en una vaguedad neutra, interesadas, con buena o mala fe llevadas a cabo, siendo, no obstante, conveniente añadir que es uno de sus fragmentos más polémico este último poemilla en el que Antonio Machado deja de manifiesto, de forma rotunda, su afirmación de que la amada puede no haber existido sin que ello suponga detrimento en el valor de la misma como búsqueda, así como en el conjunto que lo contiene, queda plenamente confirmado que tales poemas, y los correspondientes a la primera entrega, no están dirigidos a nadie en concreto, y sí a esa sombra que el poeta quiere arrebatar al olvido y que anidando en lo más profundo de su corazón, responde en todo momento al nombre de Leonor.
Queda, como interrogante final que dé conclusión y cierre a la totalidad de lo que se ha cuestionado a lo largo del trabajo, la pregunta clave, que pocos se han hecho y que se presenta como ineludible. ¿Qué quiere decir el nombre de Guiomar? ¿Qué indicación da el poeta, o pretende, con él? Porque, a fin de cuentas Guiomar es la conclusión que cierra el largo proceso que se inicia en ese año crucial de 1912, cuando Antonio Machado experimenta en sí mismo el alcance doloroso de esa soledad envolvente que parece ahogarlo y de la que anhela desprenderse. Y Guiomar, ese nombre un tanto emblemático y, desde luego, eufónico, que tiene para Antonio Machado remembranzas de uno de sus poetas favoritos, guarda en él la clave que, de una vez por todas, aclara la simbología que le permite al poeta alcanzar el final de lo pretendido. Todo esto y mucho más queda expuesto en un anterior trabajo mío: una conferencia en Soria, en donde por vez primera expuse el
por qué la elección del nombre, y que ahora transcribo como apoyo y confirmación de todo lo anterior: Hasta las Canciones a Guiomar no surge la que Rubén Darío denomina musa de carne y hueso. Resulta una novedad que a punto de finalizar su producción poética, emerja Guiomar de forma repentina e inesperada; se trata de una figura material, palpable. / Paradójicamente, el personaje de Guiomar obedece a razones más ideales que físicas. / Como si la presencia de Guiomar le cogiese por sorpresa, Antonio Machado parece, no arrepentirse, pero sí deplorar esa intrusión:
Mírame en ti, castigado,
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
¿Por qué reo…? La palabra resulta ambigua ya que cuenta con dos acepciones que, en el fondo, son cercanas: culpable e inculpado. Machado puede ser culpable de la creación de Guiomar e inculpado de ello, porque no se trata de una culpa directa; tan cómplice es de la creación de Guiomar como de cualquier otro de sus apócrifos. Castigado…
¿Por qué? ¿Considera a Guiomar un trasunto de Leonor y se siente culpado de traicionar su memoria por no brindarle el nombre que tuvo en vida?/ Podemos establecer un símil entre el nombre de Leonor y Guiomar desde un punto de vista simbólico. Y esto es factible si suponemos en Machado la aceptación de la idea manriqueña, la palabra MAR simboliza la Muerte —ríos que van a dar a la mar/ que es el morir— y hay un hecho ineludible: Leonor ha muerto. GUIO se corresponde con el verbo guiar: yo guio. —Guio al mar— hacia la irreversible muerte o paisaje al otro lado. Guiomar es el camino que conduce a Leonor. / Una lectura simbólica resulta más verosímil que asociar Guiomar con Pilar de Valderrama la cual basándose en las cartas que le escribió el poeta se autoproclamó Guiomar y esta impostura, a pesar de prevalecer, no resiste un análisis serio. Hasta aquí la transcripción de una parte de la conferencia, la que en realidad nos importa[47].
Con todo lo expuesto, se llega al punto final del problema que queda, como siempre entre el sí y el no, hasta que la parte contraria reconozca la impostura o aporte una documentación o documento fiable que de forma fehaciente confirme de una vez por todas que en un momento de debilidad, Antonio Machado bautizó a Pilar de Valderrama con el por ahora conflictivo nombre de Guiomar, traicionándose, en cierto modo, a sí mismo, algo que resulta bastante difícil de digerir.
Miguel Ángel Baamonde,
en Sabero (León) a 15 de Diciembre de 2017.
ADDENDA PERSONAL
A título simplemente anecdótico, yo leí por vez primera el libro de Concha Espina cuando comenzaba mis adentramientos en la obra y el pensamiento de Antonio Machado, allá por los años primeros de los sesenta; o sea, libre de influencias de ningún tipo, adentrándome en terreno totalmente virgen, pero al leerlas en esa primerizo acercamiento, y sin saber su porqué, algo de todo aquello me sonaba a falso, a falto de espontaneidad, llegando a pensar que tales cartas podían formar parte de lo que Abel Martín señalaba en su Cancionero, aunque entonces tuviese de él una idea muy superficial. Desde entonces acá ha ido creciendo en mí la mencionada sensación hasta alcanzar su forma total, perfectamente documentada y asumida, que expuse en mí ya mencionada obra; Guiomar, asedio a un fantasma.
[1] Todos los subrayados que figuran en el trabajo son del autor y tratan, tan solo, de resaltar palabras o frases que importa sobremanera el tener en cuenta.
[2] De intento utilizo en este caso la voz “poetisa” en la segunda acepción que le da el DRAE: Mujer que hace versos, totalmente contraria a la primera que especifica más detalladamente: Mujer que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas. Edición vigésimo primera, 1992; pág. 1156.
[3] En este sentido la utiliza AM en uno de sus tempranos poemas, publicado en la revista Helios en 1903, definiendo de esta forma el ocaso sobre el río Guadalquivir: … y en el fondo del agua ensombrecida….Ver en OC-/ pág. 752,
[4] Cartas a Pilar; Anaya & Mario Muchnik, Madrid 1994.
[5] CE en las notas, a partir de ahora, al igual que PV y AM para los nombres más repetidos. Cansinos se refiere a la costumbre de celebrar reuniones un día a la semana por parte de determinadas figuras de las letras, muy útiles para quien pretendía presentar un libro nuevo o simplemente poder acercarse a un editor difícil., reuniones que normalmente se celebraban en la casa de la figura anfitriona.
[6] No debe interpretarse con tono peyorativo, al que puede inclinar la palabra, dado que no hace falta ser escritor profesional para escribir grandes obras o todo lo contrario. Ejemplos extremos en el ámbito poético español, y por no recurrir a AM, PV y cualquiera de las poetas del Grupo del 27.
[7] Memorias de un literato; Alianza Tres. Alianza Editorial, Madrid 1995, tomo III; págs. 292-293.
[8] Depretis: Ob. cit.; págs. 65-66.
[9] Algo que muy posiblemente, dado el carácter que le da a esta relación la propia PV, podría haberse paliado con alguna, sino todas, invitación semanal a sus reuniones. ¿O es que la figura del poeta resultaba poco al entorno social de las mismas?
[10] Humorismo de M en sus apócrifos; ANCOS Editor, Madrid 1970; pág. 107.
[11] OC-I; pág. 687.
[12] Una exposición entre histórico-filosófica la lleva a cabo Laín Entralgo en su obra Teoría y realidad del otro; Ed. Revista de Occidente, Selecta de…; Madrid 1968, dos tomos. Por otra parte, quien quiera ahondar en este tema, tan machadianamente controvertido, no puede dejar de consultar la obra básica de Heidegger Ser y Tiempo, traducción de Juan Eduardo Rivera (más asequible al lector medio que la inicial de José Gaos); Editorial Trotta, Madrid 2003, y la secuela de la misma, de J. P. Sartre: El ser y la nada; Ediciones Altaya, Barcelona 1992, en traducción de Juan Valmar. Aunque en la actualidad pueda aparecer un tanto lejana o desvaída, su problemática continúa cuestionando muchos de los planteamientos expuestos especialmente por Heidegger, mientras que la derivación sartriana sí parece haberse desvaído con el paso del tiempo.
[13] En AM en Castilla y León; Actas del Congreso Internacional celebrado entre Soria y Segovia los días 7-8 de Mayo en Soria y 10-11 del mismo en Segovia en el año 2007; págs. 531-546. Edición patrocinada por la Junta de Castilla y León en dicho año; Valladolid 2008. Difícil aceptar la antigüedad señalada por del Barco, quizá por excesiva, pero sí coincidir en que dichas composiciones son bastante anteriores a su publicación, incluso a la del Cancionero apócrifo, ya que ellas son la conclusión, por el camino de la poesía, de toda la exposición filosófica que el dicho Cancionero desarrolla.
[14] Art. Cit.; pág. 545 de la edición mencionada en la nota anterior.
[15] Miércoles, 15 de Abril de 1931; Depretis, págs. 251-252.
[16] Depretis, págs. 61 correspondiente a la lista de signos convencionales.
[17] De AM a su grande y secreto amor; Lifesa, Madrid 1950.
[18] Sí, soy Guiomar; Plaza & Janés, S. A., Barcelona 1981; pág. 88, título que responde, en el fondo, a un ego muy afianzado que ya se ha manifestado en las pocas intervenciones públicas en las que intervino, iniciadas siempre por un Yo, Guiomar, de tono mayestático y que de inmediato trae a la memoria determinada novela muy popular de aquellos años debida a la novelista Carmen de Icaza, Yo, la Reina.
[19] Ibd.; pág. 79.
[20] Josefina de la Maza: Vida de mi madre Concha Espina; Colección Novelas y Cuentos, segunda época; Madrid 1969; págs.197-198. Por su parte Pablo de A. Cobos, ya mencionado, corrobora esta afirmación de que la colaboración de CE en el desaguisado se reduce a la de amanuense; ver Humor y pensamiento de AM en sus apócrifos; 2ª edición, Insula, Madrid 1972, pág. 105, en la que refrenda en diversos apartados sus conclusiones; a saber: El malhadado uso está: a) En la mentira de la justificación. Sabemos ahora que Guiomar (todavía persiste, dadas las fechas, la adscripción del personaje a la poetisa) vivía entonces y vive todavía; b) Esta presencia nos obliga a suponer que fue la interesada quien facilitó las cartas a CE y quien le impuso la condición del “amor blanco”; c) Que esta premura publicitaria no puede tener otra intención que el sueño desmedido e ilegítimo de encarnación de la Laura o Beatriz de nuestro poeta gigante; d) Que la pasión amorosa se desorbita; las cartas significan mucho menos de lo que se pretende: 1.- Porque hay en ellas la retórica que es habitual en las cartas de amor. ¿Quién no miente a los labios que besa? Todos os amadores hacen diosa a la mujer que galantean. 2.- Porque lo muy probable es que don Antonio encontrara tanto gusto en este juego de amor como como en el de hacer bienhumorada filosofía.
[21] Sí, soy Guiomar, pág.57.
[22] ¡A él; a Antonio Machado al que costó trabajo ser evacuado por sus propios correligionarios! Lo afirmado por PV es no conocer ¡ni por los forros! El carácter, el pensamiento y la obra de quien más o menos tontamente se enamoró de ella como un colegial adolescente.
[23] Ver nota 21 y misma página.
[24] Ibd. No deja de llamar la atención el tono narrativo que emplea al comentar uno y otro viaje, pues mientras el de ella, que fue en realidad un viaje hacia Portugal algunos meses antes de estallar el conflicto, realizado de forma cómoda en Primera Clase de un tren internacional y una estancia que no llegó al año en un extranjero más que cercano, está contado abusando de los tintes dramáticos —ese paso por la frontera— así como su posterior estancia plena de inseguridades y miserias materiales; mientras que el de su “amado” Antonio, que fue un éxodo en toda regla, regido por etapas que iban acortando horizontes y con remotas, por no decir nulas, posibilidades de retorno se redacta de una forma sencilla, apenas sin apuntar datos de la índole que sean, como si en realidad fuese un viaje más del poeta. Hasta en esta forma de narrar se nota el ego de la poetisa, que se antepone a cualquier circunstancia y relación.
[25] Ángel González: AM; Editorial Alfaguara, Madrid 1999; pág. 83.
[26] Memorias; pág.60.
[27] Ob. cit.; jueves, 26 de MAYO de 1932; pág. 256.
[28] Sí, soy Guiomar; pág. 219.
[29] RO-XXV, CLXXIII; págs. 288-291; entrada en OC-I, núm. 66; pág. 264. También en Bibliografía machadiana (Bibliografía para un centenario); Biblioteca Nacional, Madrid 1976; pág. 150.
[30] Un buen resumen de las fechas de dichas publicaciones puede leerse en la mencionada edición de José María Valverde para Castalia, en nota introductoria al Cancionero; ver págs. 185-186.
[31] Ambas publicadas por la Editorial SIGNO de Madrid.
[32] Ver pág. 170 en la edición conjunta de ambas: Poesía Española contemporánea; Taurus ediciones, Madrid 1962.
[33] Y solo hago recuento de las publicadas en vida de Antonio, siendo la última que pudo revisar (y corregir lo que podría haber sido un despiste del poeta si tenemos en cuenta ese gran amor inolvidable y con características de eterno por parte de ella) la correspondiente a ese 1936 en el que comenzó su lento alejamiento de España Pero hay que convenir que en relación con las cartas, estaba más preocupada por resaltar las correspondientes a su intervención en La Lola o en la inusitada crítica que su enamorado hizo al último libro, por entonces, de la poetisa, el titulado Esencias, que por una despedida más de las muchas que se repetían.
[34] Lo que nos da una cercanía de fechas con el Cancionero, que pueden ser cercanas o ligeramente distantes, ya que suponen la conclusión, poética, de lo que expone en términos de filosofía.
[35] Este estudio critico figura en mi cartera de proyectos como de próxima redacción.
[36] El pensamiento de AM en relación con su poesía; Ediciones Guadarrama, Madrid 1959; págs. 199-326.
[37] Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en AM; Biblioteca Románico-Hispánica, Editorial Gredos, Madrid 1976.
[38] Ob.cit.; pág. 79. Una lista bibliográfica de todos los que de PV nos hemos ocupado, puede encontrarse en Epistolario (Editorial Octaedro, Barcelona 2009), edición única de la totalidad (hasta esa fecha de publicación) de la correspondencia machadiana, llevada a cabo por Jordi Domenech, que en sus pág. 241 y en nota 3 al texto, iniciada en la pág. anterior, hace un recuento exhaustivo de todos esos nombres y correspondientes trabajos, de ambos signos, que se han llevado a cabo, arrojando un total de 21 nombres, entre los que incluye a la propia Valderrama, remitiendo a la Bibliografía final los títulos correspondientes.
[39] Persona que se dedica a escribir lo que otras, por ejemplo las que no saben escribir, le dicta o encargan. Consultar en el María Moliner, Editorial Gredos, Madrid 1981, entrada correspondiente en la pág. 157 de su tomo I.
[40] Guiomar, asedio a un fantasma; Alupa editorial, Valencia 2009. Por lo que respecta al soneto indicado, pueden consultar las págs. 623-701 de dicho trabajo.
[41] PV. Ob. cit.; pág. 13. Conviene fijarse en el adjetivo numerosos respecto a los poemas, ya que no fueron más que tres en la primera entrega y siete en la segunda, algo que deja bastante disminuida la cantidad de inspiración
—siempre ateniéndonos a las posiciones de PV— que le producía la enamorada.
[42] Término que señala el punto de partida de la metafísica machadiana y que, como ya se ha dicho, no se toca en este trabajo, por estar ampliamente desarrollado con anterioridad, pero que conviene no desechar sin más, incluso en lo que se refiere a la poetisa, por ser un concepto que nos lleva a un pasado en el que ésta no se había dado a conocer todavía. Otro dato más que obra en su contra, al tener en cuenta la fecha en que dicho apunte se publica: Diario de Madrid; 3-I-1935, cuando ella ya ha marcado distancias a causa de la inseguridad de las calles de Madrid, y que los mencionados poemillas y versos, de acuerdo con o mantenido por Pablo del Barco, son bastante anteriores al conocimiento, como ya se ha adelantado, entre ambos.
[43] OC-I; págs. 1942-1943.
[44] Poesía Española del siglo XX; Ediciones Guadarrama, Madrid 1960; págs. 109-130.
[45] AM y Guiomar; “Insula”, Madrid 1964.
[46] Se trata, salvo alguna excepción puntual, de artículos periodísticos más divulgativos que otra cosa, sin llegar a ahondar en ningún momento en el problema como tal.* Personalmente, los atribuyo a in conformismo documental sin ningún afán de investigación o, quizá los menos, a simple pereza aceptando lo que se le ha dado gratuito.
[47] Conferencia que forma parte del Homenaje a Inés Tudela, en la propia Soria, el día 4 de Julio de 2007; acto que fue recogido por el diario soriano Heraldo de Soria al día siguiente de su celebración.