Por cosas como ésta hay que leer a Henry Miller…

Te arrojan al mundo como una momia pequeña y sucia; los caminos están resbaladizos de sangre y nadie sabe por qué ha de ser así. Cada cual sigue su propio camino y, aunque la tierra se pudra con cosas buenas, no hay tiempo para arrancar los frutos; la procesión se abalanza hacia el letrero de la salida, y hay tal pánico, tal ansia por salir, que los débiles y los indefensos quedan pisoteados en el fango y no se escuchan sus gritos

H.Miller «Trópico de Cáncer»

Por cosas como ésta hay que leer a Henry Miller…

Te arrojan al mundo como una momia pequeña y sucia; los caminos están resbaladizos de sangre y nadie sabe por qué ha de ser así. Cada cual sigue su propio camino y, aunque la tierra se pudra con cosas buenas, no hay tiempo para arrancar los frutos; la procesión se abalanza hacia el letrero de la salida, y hay tal pánico, tal ansia por salir, que los débiles y los indefensos quedan pisoteados en el fango y no se escuchan sus gritos

H.Miller «Trópico de Cáncer»

Democracia televisada

El fin de la democracia sí será televisado. Incluso, aplaudido. Tal vez, hasta nos dejen mandar SMS para participar en directo, o comentar los acontecimientos por whatsapp. Es la democracia televisiva, el debate político convertido en espectáculo. Creemos que tenemos información, datos (lo que, por otro lado, no es ni mucho menos una forma de conocimiento) por poder ver, en todo momento, a fulanos paniaguados discutiendo muy alto al otro lado de la pantalla si Rajoy sí o si Rajoy no. Puro showtime.
Quizás sería mejor potenciar otros aspectos de la democracia, claro. Buscar, por ejemplo, el modo de forzar a un Presidente cobarde y más que presuntamente ladrón a dar explicaciones en el Parlamento. Conseguir, también, que las primarias andaluzas del PSOE no se presenten como democracia interna cuando han sido un claro ejemplo de elección dirigida desde la élite. Modernizar, ya que estamos, el modo en que las administraciones comunican en qué se gastan nuestro dinero y quién lo disfruta. Explicar, igualmente, por qué tenemos a los trabajadores de astilleros de toda España manifestándose para que no tengan que devolver las ayudas fiscales los bancos, Zara o El Corte Inglés. Apoyar que sea imposible, o hasta ilegal, subir las tasas universitarias un 60% en dos año y que aquí no pase nada. Porque, por supuesto, aquí nunca pasa nada. Y si pasa, lo echan por la tele y lo vemos desde casa. 
Pero, ¿para qué molestarse? La libertad, nos dijeron, es poder elegir. Y nosotros podemos. PP o PSOE. Mediaset o Grupo Antena 3. Real Madrid o Barcelona. Bretón o Marta del Castillo. La realidad falseada o la evasión sin excusas. Tratar de corregir el sistema o apearse aquí y, oye, que se salve quién pueda, porque esto ya no hay quien lo aguante.
Hay ganas de vacaciones. Vacaciones de todo y de todos. 

Esperando a los bárbaros

Señala una historia de los godos que estoy leyendo que cuando vándalos, alanos y suevos llegaron a la península, más que como invasores, fueron recibidos como libertadores. El Imperio, empeñado en salvarse a sí mismo, estaba aniquilando a sus ciudadanos. En la Galia y en España las Bagaudas, bandas de campesinos que, asfixiados por los impuestos, habían decidido dedicarse al bandidaje, asaltaban ciudades, casas de terratenientes e, incluso, mataban a algún obispo que otro. Los grandes propietarios, hartos de pagar impuestos al obligarlos el Estado, como decuriones, a hacerse responsables de todos aquellos que no consiguieran cobrar, habían regresado al campo, a vivir en mansiones rodeadas de inmensas propiedades y buscando la autarquía. Estos grandes propietarios tenían sus propios ejércitos y eran ley allí donde la ley romana había desaparecido. Mientras, los emperadores y generales seguían luchando entre sí por su cada vez más pequeña parte de poder y gloria. En ese estado de cosas, como Cavafis siglos después escribiría, muchos vieron en los bárbaros la solución. 
La gente se moría de hambre; ya no eran esclavos, pero vivían peor que cuando lo eran: anclados a la tierra, sin apenas poder mantenerse; la guerra, el bandidaje, era el pan de cada día. Y mientras, el poder se desentendía, preocupado como estaba por mantener las apariencias formales de un Imperio en el que ya no creía y al que ya no obedecía nadie. 
Hoy, el Estado, engranaje de un sistema dominante y sin alternativa visible, trata, igualmente, de sostenerse a toda costa, incluso a costa de la vida de sus ciudadanos. Cada vez más pobres, cada vez con menos derechos, nos felicitamos si nos dan un trabajo de quinientos pavos al mes por seis horas porque, eh, tú, hay que trabajar y ser productivo: si no, ¿para qué vales?. Mientras, los periódicos desvelan que el poder lleva décadas en manos de ladrones, pero como la Democracia es imperfecta descubrimos (y quién se sorprende) que no tenemos herramientas con las que cambiar esa realidad. Hay que esperar a poder votar en 2015 (Y a ver a quién…) o soñar con que los bárbaros fuercen el limes y arrasen con todo. Seguramente, como en Egipto hace unos días, los bárbaros también fueran recibidos aquí como libertadores.
Leo en un artículo de Félix Grande de 1980: «no seamos inconscientes, majaderos, suicidas: como se instale el hambre, que nadie sueñe con que pueda durar el proyecto de la democracia». Bien, el hambre lleva años instalado entre nosotros. Y así seguirá. Va siendo hora, por tanto, de que comencemos a despertar del sueño de la Democracia. La vendimos bien barata hace ya tiempo. El enemigo ha vencido y nos tiene de rodillas, enamorados. Por eso siguen gobernando los ladrones; por eso berreamos, gritamos, nos manifestamos… y no sirve para nada. Despertemos y enterramos a la Democracia. Sólo cabe tener esperanza en los bárbaros o en que vuelvan las Bagaudas y le corten la cabeza a algún banquero. 

Vineland – Thomas Pynchon

Hay en Vineland un gusto claro por las situaciones absurdas y divertidas. Hay una crítica feroz, y no sólo a través de ese absurdo, hacia eso que llamamos contemporaneidad y que no es otra cosa que la sociedad despojada de toda inocencia, el campo de batalla ampliado, la pasta por la pasta. Hay, también, una apuesta narrativa arriesgada: un ir y venir del tiempo, un saltar de un personaje a otro, un narrador omnisciente que, sin embargo, de algún modo forma parte de la trama. Hay, en fin, una epopeya con sus horas de glorias, sus batallas perdidas, sus héroes y sus traidores. Y al final, ya lo hemos dicho, la inocencia perdida para siempre y, aun así, la necesidad de seguir viviendo o de aprender a vivir de nuevo. De construir. 
Vineland es, y esto es obvio, la cruz de una moneda cuya cara sería el tan publicitado sueño americano. La tierra de las libertades es aquí la tierra de la represión, Watchmen, 1984, el fanatismo republicano por la seguridad, lo peor de Nixon y lo peor de Reagan, la imposibilidad de fumarse un canutillo sin que alguien te espose y te meta treinta años en la cárcel. O, en el caso de Frenesí, de grabar la realidad sin que alguien intente utilizar tus vídeos y tu influencia como un arma.

Vineland – Thomas Pynchon

Hay en Vineland un gusto claro por las situaciones absurdas y divertidas. Hay una crítica feroz, y no sólo a través de ese absurdo, hacia eso que llamamos contemporaneidad y que no es otra cosa que la sociedad despojada de toda inocencia, el campo de batalla ampliado, la pasta por la pasta. Hay, también, una apuesta narrativa arriesgada: un ir y venir del tiempo, un saltar de un personaje a otro, un narrador omnisciente que, sin embargo, de algún modo forma parte de la trama. Hay, en fin, una epopeya con sus horas de glorias, sus batallas perdidas, sus héroes y sus traidores. Y al final, ya lo hemos dicho, la inocencia perdida para siempre y, aun así, la necesidad de seguir viviendo o de aprender a vivir de nuevo. De construir. 
Vineland es, y esto es obvio, la cruz de una moneda cuya cara sería el tan publicitado sueño americano. La tierra de las libertades es aquí la tierra de la represión, Watchmen, 1984, el fanatismo republicano por la seguridad, lo peor de Nixon y lo peor de Reagan, la imposibilidad de fumarse un canutillo sin que alguien te espose y te meta treinta años en la cárcel. O, en el caso de Frenesí, de grabar la realidad sin que alguien intente utilizar tus vídeos y tu influencia como un arma.

Filípica

Me aburre vuestro exhibicionismo. Me aburre esa necesidad que tenéis, chavales, de presumir de lo que probáis o no probáis para sobrellevar la vida. Me aburre que esa vida os aburra y no se os ocurra nada. Si alguna vez la estética de la posmodernidad tuvo sentido hoy, en plena crisis, vuestro spleen, vuestro hedonismo de suplemento dominical, vuestro combinado de marxismo con Steve Jobs, apesta, repugna, produce ganas de vomitar.
Lo que necesitamos no son novelas sobre los efectos del trankimazín, relatos acerca de los perdidos que estáis porque no hay futuro, nuevas revelaciones sobre el cómo o el por qué de una noche de sexo. Lo que necesitamos es vida, preguntas, caminos que penetren en la niebla y permitan a sus viajeros regresar con algo, sea un sonrisa o un gesto marcado por el horror. Lo que necesitamos es literatura.
Escribir como si Breston Ellis, Foster Wallace o Pynchon hubieran inventado el oficio e ignorar (¡deliberadamente!) a Borges, Sábato, Onetti, Vallejo, Benet o Machado (por citar sólo unos pocos de los que de verdad han cambiado la literatura en castellano) supone destrozar la vida no vuestra, sino de vuestros lectores, de los que acuden a vosotros muertos de sed (porque sois los suyos, los jóvenes) y sólo encuentran polvo, ruinas, poses para salir bien en la portada de El País Semanal. 
Y me da rabia tener que decir esto, porque no me gusta opinar sobre qué hacen o no hacen otros en este mundillo donde antes o después te acaban dando por amortizado y arrojando a la cuneta. Porque jamás quise (y sigo sin querer) participar en el intercambio de debates, palmaditas en la espalda, citas y favores. Porque me interesa la literatura, pero no sus páramos de egos, royalties y luchas fratricidas. Pero es que roza el absurdo que estemos dándoles siempre vuelta a los mismos nombres, a  los mismos tópicos, a las mismas ideas. Sin aportar nada salvo ese barniz de modernidad cada vez más fino y menos lustroso. Cuando lo que deberíamos aprender de Ellis, Wallace, Pynchon, como de otros grandes escritores es, precisamente, que, como dijo Ortega, «en el arte toda repetición es nula». Y que hay que esforzarse en abrir nuevos caminos o callar. 
No lo digo como escritor (para dar lecciones estoy yo), sino como lector insatisfecho, como joven sin referentes entre los de su generación, como persona dispuesta a dejarse unos cuantos euros en libros, pero que no encuentra nada que comprar entre lo que le ofrece la mesa de novedades.
El libro no está muerto. La literatura no está muerta. No lo estuvo ni cuando quedó reducida a un oscuro oficio de amanuenses. Pero ambos están agonizantes. Está en nuestras manos que no se produzca el colapso.

El gobierno de Madrid legaliza la esclavitud (o casi)

Ya hemos dado un primer paso para legalizar la esclavitud. O lo han dado. Nosotros sólo nos limitamos a asentir, a seguir la senda como borricos bien domesticados. 
Dice el gobierno de la Comunidad de Madrid que los ayuntamientos podrán hacer uso de hasta 100 parados (no contratar, pues no hay contrato), pagarles entre 200 y 400 euros al mes y no darles apenas formación. El que no quiera, no cobrará el paro. Y lo peor no es que busquen cubrir en condiciones precarias puestos de trabajo que quizás necesiten, no. Lo peor es la aceptación ovejuna de mucha gente que alega que, ¿cómo no van a pedir algo a cambio de darnos una ayuda? Y vaya usted a explicarles a ellos, engordados desde pequeñitos con eslóganes neoliberales, la diferencia que hay entre una ayuda y un derecho.
Hay otro aspecto, por otro lado, que es también terrible y es esa intuición, de que los jefecillos del PP en el fondo no quieren putear al parado obligándole a trabajar ocho horas al día por una limosnaa, sino que éste, orgulloso, decida no ir y ahorrarse así su prestación. Porque todo lo que quede en caja, será más que tienen para repartirse entre ellos y sus amiguetes. Ni siquiera son ya señoritos persiguiendo tener siervos de nuevo. Lo que desean es la pasta contante y sonante. Y si puede ser, bien blanqueada.
En suma: la sensación es de que vivimos en un estercolero, que todo huele mal y está podrido. Que estamos, ya lo he dicho mil veces, en guerra contra el Estado y sus representantes. Guerra soterrada, sí. Guerra perdida ideológicamente, seguro. Pero guerra. Y el día que un centenar o un millar (no hace falta más) de personas desesperadas comiencen a acuchillar a (más) trabajadores que vendieron preferentes amparándose en la obediencia debida, a políticos o infantas que no sabían nada o que sólo pasaban por allí, a golfos y canallas nombrados a dedos con el único propósito de ganar votos y seguir tejiendo una red clientelar cada vez más insostenible, muchos de esos baladores que hoy dicen que el paro es una ayuda, guiados en su senda por los medios de comunicación bien-pensantes, dirán que qué barbaridad, que qué terroristas, que la violencia está mal, que caca caquita… no sabrán, como no lo saben, que lo que está en juego es su propia supervivencia. Que si no son militantes, serán botín o víctimas. Y como ya advirtió Breno a los romanos: Vae victis. ¡Ay, de los vencidos! 

El gobierno de Madrid legaliza la esclavitud (o casi)

Ya hemos dado un primer paso para legalizar la esclavitud. O lo han dado. Nosotros sólo nos limitamos a asentir, a seguir la senda como borricos bien domesticados. 
Dice el gobierno de la Comunidad de Madrid que los ayuntamientos podrán hacer uso de hasta 100 parados (no contratar, pues no hay contrato), pagarles entre 200 y 400 euros al mes y no darles apenas formación. El que no quiera, no cobrará el paro. Y lo peor no es que busquen cubrir en condiciones precarias puestos de trabajo que quizás necesiten, no. Lo peor es la aceptación ovejuna de mucha gente que alega que, ¿cómo no van a pedir algo a cambio de darnos una ayuda? Y vaya usted a explicarles a ellos, engordados desde pequeñitos con eslóganes neoliberales, la diferencia que hay entre una ayuda y un derecho.
Hay otro aspecto, por otro lado, que es también terrible y es esa intuición, de que los jefecillos del PP en el fondo no quieren putear al parado obligándole a trabajar ocho horas al día por una limosnaa, sino que éste, orgulloso, decida no ir y ahorrarse así su prestación. Porque todo lo que quede en caja, será más que tienen para repartirse entre ellos y sus amiguetes. Ni siquiera son ya señoritos persiguiendo tener siervos de nuevo. Lo que desean es la pasta contante y sonante. Y si puede ser, bien blanqueada.
En suma: la sensación es de que vivimos en un estercolero, que todo huele mal y está podrido. Que estamos, ya lo he dicho mil veces, en guerra contra el Estado y sus representantes. Guerra soterrada, sí. Guerra perdida ideológicamente, seguro. Pero guerra. Y el día que un centenar o un millar (no hace falta más) de personas desesperadas comiencen a acuchillar a (más) trabajadores que vendieron preferentes amparándose en la obediencia debida, a políticos o infantas que no sabían nada o que sólo pasaban por allí, a golfos y canallas nombrados a dedos con el único propósito de ganar votos y seguir tejiendo una red clientelar cada vez más insostenible, muchos de esos baladores que hoy dicen que el paro es una ayuda, guiados en su senda por los medios de comunicación bien-pensantes, dirán que qué barbaridad, que qué terroristas, que la violencia está mal, que caca caquita… no sabrán, como no lo saben, que lo que está en juego es su propia supervivencia. Que si no son militantes, serán botín o víctimas. Y como ya advirtió Breno a los romanos: Vae victis. ¡Ay, de los vencidos! 

Desencanto y notas para una novela metafísica

Hay, existe, una literatura para lectores bulímicos, letras hechas para ser digeridas en las horas de ansiedad y vomitadas después en el baño o en la barra de un bar, cuando no hay más de que hablar. Hay, existe, una literatura escrita en un despacho de Marketing por escritores expertos en las relaciones públicas, en el cítame que te cito, en la palmadita en la espalda hasta que toca cambiar de bando. Hay, anda por las calles, una literatura pintada para ser vendida y no vendida después de pintada, hecha por autores que sueñan con premios, estatuas, posición social.
No hay que ser puristas. No hay que ser envidiosos. No hay que añadir al mundo ni más rabia ni más discusiones. La economía marca el ritmo. La respuesta, si existe, ha de ser individual: no se puede luchar contra la antropología. Que cada uno escriba lo que quiera y como pueda. Que cada uno coma de lo que quiera y cuanto pueda. ¿Qué le importa a quien se acuesta cada noche un ratito con las palabras lo que haya vendido o vaya a vender el último Premio Primavera? ¿Qué poseemos y qué nos posee a nosotros?
Tenemos que encontrar, cada uno por su lado, nuevos dioses, nuevos caminos, una nueva metafísica que vuelva a separar los conceptos de valor y dinero. Sólo entonces será posible volver a disfrutar del arte como un mecanismo que no trata de embellecer la realidad, sino de comprenderla, que no trata de hacer accesible o cómoda la historia y la memoria, sino de ayudarnos a supurarlas.
Yo qué sé. «El arte de cada época trasunta una visión del mundo y el concepto que esa época tiene de la verdadera realidad y esa concepción, esa visión, está asentada en una metafísica y en un ethos que le son propios», decía Sabato. Pero, la posmodernidad acabó con toda metafísica, convirtió todo en fiesta municipal con banderolas. Y nuestro ethos es el consumismo y de ahí: ¿qué podemos sacar?
Tenemos que ser capaces de hallar, cada cual como pueda, una manera de volver a retribuir a las palabras su pasado poder de sanación, de consuelo; de arma, si es necesario.
«En nuestro tiempo solo los grandes e insobornables artistas son los herederos del mito y de la magia, son los que guardan en el cofre de su noche y de su imaginación aquella reserva básica del ser humano, a través de estos siglos de bárbara enajenación que soportamos», sigue Sabato.
Y en otro sitio dice: «No es, en suma, el artista quien está deshumanizado, no es Van Gogh o Kafka quienes están deshumanizados, sino la humanidad, el público»
¿Hay, existe, entonces espacio para una novela capaz de apoyarse en la metafísica de la sociedad actual aunque sea echando manos de la pasada? ¿Existe esa metafísica actual?¿Conservamos el conocimiento de sus términos básicos?¿Existe alguna costumbre, algún ethos, que permita hacer una novela española?¿Existe, en medio de la globalización, lo español más allá del detalle del nombre propio o de la geografía? ¿O tenemos que comenzar a crear espacios abstractos, lugares sin denominación, sustituibles, paradigmáticos (pero, ¿de qué? ¿de todo?)? ¿Dónde queda la literatura del hambre, del fracaso, de los pueblos sin futuro en ese relato de la globalización?
Son, éstas, notas al margen tomadas en marcha, baches en el camino de ir construyendo un relato de la realidad de acuerdo con las propias ideas y los propios sentimientos, que al final son lo mismo porque, como dijo Pessoa en algún libro, y seguimos con las citas, las únicas ideas de verdad son las que se sienten, las que se han asumido como propias porque se han interiorizado o las hemos tenido a través de un proceso que podríamos llamar de revelación.
Hace falta, en fin, una nueva ontología sobre la que levantar un nuevo relato del Ser. Hace falta estudiar, pensar, caminar, sentir, analizar (y mucho) antes de volver a sentarse a escribir una novela. Hay que hacerlo así para no participar del festival de las letras bulímicas, de la narrativa de supermercado, de la que se levanta, efectivamente, sobre el mundo según el FMI y los medios de comunicación. Un mundo condensable en un eslogan con título de película: coge el dinero y corre. O dicho de otro modo: el último será el más tonto.
Y cada vez hay menos listos. Pero no hay que ser puristas.