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Crítica literaria de Himnos a Urlil, de Carlos Blanco. LA LUZ QUE PERSISTE CUANDO TODO SE DERRUMBA
LA LUZ QUE PERSISTE CUANDO TODO SE DERRUMBA
Crítica literaria de Himnos a Urlil, de Carlos Blanco
Ediciones Rilke, 2025
Título y autor
Himnos a Urlil es el último poemario de Carlos Alberto Blanco Pérez (Madrid, 1986), figura singular en el panorama intelectual español. Conocido principalmente por su trayectoria como filósofo, teólogo, egiptólogo y químico —fue considerado niño prodigio y posee un cociente intelectual de 160—, Blanco ha desarrollado paralelamente una obra poética menos visible pero igualmente ambiciosa. Entre sus publicaciones poéticas destacan Athanasius (2015), donde ya exploraba la fusión entre poesía y filosofía, y Belleza, utopía y existencia (2018), diálogos filosóficos sobre el papel de la belleza en la vida humana. Esta trayectoria previa revela la coherencia de un proyecto intelectual que busca reconciliar razón y emoción, pensamiento y lirismo, ciencia y misticismo.
Resumen
Himnos a Urlil es una peregrinación poética de más de cuatrocientas páginas que recorre los lugares más sagrados y bellos del planeta: desde el Monte Fuji al Taj Mahal, de la Acrópolis al Coliseo, del Kilimanjaro a Machu Picchu, de las pirámides egipcias a los moais de Isla de Pascua. Urlil, entidad metafísica que da título al libro, representa la luz primordial de la que emana toda belleza y todo impulso creador humano. El poemario se estructura como un viaje iniciático que avanza de Oriente a Occidente, siguiendo la trayectoria histórica de la civilización (“Ex Oriente Lux”), y culmina con himnos abstractos dedicados a la Historia, el Amor, la Creación y la Libertad. El tema obsesivo que vertebra el conjunto es la tensión entre la finitud humana y la eternidad del arte: mientras los imperios se derrumban y los individuos mueren, la belleza creada persiste como testimonio del anhelo metafísico de trascendencia.
Análisis de elementos literarios
Estructura
Blanco construye una arquitectura épica que recuerda más a las grandes cosmogonías medievales (Dante, Milton) que a la poesía lírica contemporánea. El libro carece de trama narrativa en sentido convencional, pero diseña una progresión conceptual rigurosa: desde lo concreto (monumentos específicos) hacia lo abstracto (principios universales), desde lo particular (un templo japonés) hacia lo total (el destino de la humanidad). Esta teleología optimista contrasta radicalmente con la fragmentación posmoderna dominante en la poesía actual.
Los “giros” argumentales se producen en los himnos reflexivos intercalados entre las secciones geográficas, donde el poeta toma distancia para meditar sobre el significado de lo contemplado. El “clímax” llega en los himnos finales, especialmente en el Himno a la Creación, donde Blanco revela que el acto creativo humano es la única respuesta legítima frente a la finitud. La conclusión —”Hasta que dejen de brillar las estrellas hay esperanza para la humanidad”— cierra el arco con afirmación esperanzada que reconcilia al lector con la existencia.
Estilo y lenguaje
Blanco recupera conscientemente el verso libre largo, el versículo salmódico, la dicción elevada y la sintaxis compleja que caracterizaron a los místicos españoles (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León) y a los profetas bíblicos. Esta elección estilística resulta anacrónica y deliberadamente contracultural en un panorama donde predomina la voz coloquial, la ironía distanciadora y el minimalismo sintáctico.
Las técnicas más recurrentes incluyen:
Anáfora obsesiva: “Quiero venerar tu solemnidad milenaria. / Quiero rezar ante tus iconos. / Quiero admirar tu esplendor” — repeticiones que crean ritmo de letanía religiosa y transmiten fervor acumulativo.
Enumeración desbordante: Largas series de sustantivos y adjetivos yuxtapuestos sin conectores lógicos generan sensación de infinitud imposible de contener en el lenguaje. Como escribe ante Roma: “luz del arte / y el fulgor de la belleza / piedra y color, sonido y verdad, / finitud que trasciende / en la eternidad del símbolo.”
Encabalgamiento radical: Fragmentación de unidades sintácticas completas en múltiples versos breves que obliga a pausas meditativas: “Y tú, / luz eterna, / me despertaste a un nuevo amanecer, / y surcaste velozmente / los cielos de Asia.” Esta ralentización es premeditada: cada verso funciona como escalón ascendente hacia la revelación.
Interrogación retórica: El poeta interpela constantemente al lector, a los lugares, a Urlil, creando diálogo socrático que estimula reflexión filosófica: “¿Qué es el hombre / sino anhelo de permanencia?”
Sin embargo, el estilo presenta limitaciones evidentes. La homogeneidad tonal durante más de cuatrocientas páginas genera fatiga: todo se dice con la misma solemnidad profética, sin contrastes dinámicos, sin humor liberador, sin duda genuina. Los momentos de supuesta tensión dramática se resuelven demasiado rápidamente en afirmaciones tranquilizadoras. Falta el silencio, la pausa, el poema breve y desangelado que permita respirar. Blanco teme la ambigüedad como si fuera pecado capital.
Ambientación
El “escenario” del poemario es el mundo entero como museo sacralizado. Cada lugar —Estambul, Petra, Chartres, Iguazú— aparece depurado de su contingencia histórica concreta para convertirse en símbolo de lo eterno. No hay turistas sucios, comercio, contaminación, pobreza o violencia que profanen estos santuarios. Blanco practica idealización platónica sistemática: contempla las ideas de los lugares, no su materialidad empírica.
Esta estrategia tiene ventajas y peligros. Ventaja: al abstraer lo accidental, el poeta accede a dimensiones arquetípicas que resuenan universalmente. Peligro: al ignorar el contexto sociopolítico concreto, corre el riesgo de producir un turismo espiritual desencarnado, una postal mística que elude las preguntas incómodas sobre el colonialismo que permitió construir museos, la desigualdad que rodea estos monumentos, la apropiación cultural implícita en celebrar pirámides mayas sin mencionar el genocidio indígena.
Interpretación y juicio crítico
Interpretación
Himnos a Urlil es, en el fondo, un tratado teológico versificado sobre la permanencia de la belleza. Urlil funciona como sinécdoque del Absoluto neoplatónico: no es un dios personal que escucha plegarias, sino principio metafísico impersonal del que emanan todas las manifestaciones de lo bello. Cuando Blanco escribe “Guíame, / luz de Urlil, / antecesora de todos los orientes, / fulgor primigenio”, no reza a una divinidad sino que invoca un principio filosófico.
El libro desarrolla implícitamente una teodicea estética: si el tiempo destruye todo lo que amamos, ¿cómo justificar la existencia? La respuesta de Blanco es que el arte trasciende mediante simbolización: lo que desaparece materialmente permanece idealmente. “Derrítanse los imperios / como nieve fundida / en la mañana. / […] Mas el ideal que representas / permanezca por siempre / en la entraña de algún dios / que aún no conocemos.” El arte es inmortalidad proxy: no sobrevivimos individualmente, pero nuestra sed de belleza sí sobrevive en las obras.
Esta metafísica optimista contrasta radicalmente con el nihilismo predominante en la cultura contemporánea. Donde Beckett veía absurdo, Blanco ve sentido; donde Cioran predicaba el suicidio lógico, Blanco predica la creación como salvación. Su postura es deliberadamente pre-posmoderna: cree en verdades universales, en la existencia de lo sagrado, en la posibilidad de comunión mística a través de la belleza.
Juicio crítico
Originalidad: Paradójicamente, la originalidad de Blanco reside en su arcaísmo consciente. En un paisaje poético dominado por la voz urbana, desencantada e irónica, Himnos a Urlil recupera sin complejos el sublime romántico, la grandilocuencia mística y la ambición metafísica. Esta contracorriente resulta refrescante para lectores fatigados del cinismo posmoderno, pero corre el riesgo de parecer ingenuamente idealista para quienes consideran que tal optimismo ya no es defendible tras Auschwitz.
Coherencia: El libro presenta coherencia férrea, quizá excesiva. Todas las piezas encajan en un sistema filosófico perfectamente articulado donde no cabe la contradicción. Esta consistencia doctrinaria impresiona intelectualmente pero limita la vida emocional del texto. Los grandes místicos (San Juan, Santa Teresa) escribían desde la duda y la noche oscura; Blanco escribe desde la certeza iluminada. Su fe estética parece demasiado invulnerable.
Impacto emocional: Depende radicalmente de la disposición del lector. Quien se entregue al ritmo lento, meditativo y letánico del libro puede experimentar estados contemplativos genuinos, una especie de mindfulness poético. Quien lo lea con prisa o escepticismo lo encontrará repetitivo, monótono y sentencioso. No es un libro para lectura fragmentaria sino para inmersión total.
Contribución al género: Himnos a Urlil recupera el gran poema filosófico de largo aliento, tradición que incluye a Lucrecio, Dante, Milton, Wordsworth, Whitman, Saint-John Perse. En el panorama español contemporáneo, esta ambición totalizadora tiene pocos equivalentes: quizá Antonio Colinas con su Sepulcro en Tarquinia, quizá Claudio Rodríguez en sus momentos más visionarios. Blanco demuestra que aún es posible escribir poesía sublime sin caer en la parodia involuntaria, aunque el riesgo siempre acecha.
Contexto histórico y cultural
Himnos a Urlil se publica en 2025, momento de crisis civilizatoria multiforme: cambio climático, auge de nacionalismos, guerras tecnológicas, desigualdad extrema, nihilismo cultural. En este contexto, la apuesta de Blanco por un universalismo cosmopolita que celebra la diversidad cultural como expresión de un mismo anhelo metafísico resulta políticamente significativa. Frente al repliegue identitario, propone hermandad estética: japoneses, persas, griegos, mayas y egipcios cantan a la misma luz con vocabularios distintos.
Sin embargo, este universalismo bienintencionado ignora problemáticamente las asimetrías de poder que estructuran el acceso a la cultura. ¿Quién puede permitirse peregrinar poéticamente por el mundo? ¿Desde qué posición de privilegio occidental se contempla el Taj Mahal, Petra o Machu Picchu? Blanco no reflexiona sobre estas cuestiones, lo cual limita su propuesta universalista.
Históricamente, el libro dialoga con la tradición contemplativa española (místicos del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén) pero también con el idealismo alemán (Hölderlin, Novalis, Rilke) y el trascendentalismo norteamericano (Emerson, Whitman). Su referente más obvio es Rainer Maria Rilke, especialmente las Elegías de Duino, donde también se interroga sobre el destino humano y la función salvífica de la belleza. Como Rilke, Blanco cree que “lo bello es solo el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar”.
Comparación con poetas del siglo XX
La relación de Blanco con la poesía española del siglo XX es ambivalente: admira a los místicos y simbolistas pero rechaza a los realistas sociales y a los posmodernos irónicos.
Con Juan Ramón Jiménez comparte la búsqueda de una “belleza exacta” depurada de ornamento superfluo y la convicción de que la poesía puede acceder a lo absoluto. Ambos practican idealismo platónico: contemplan esencias, no accidentes. Sin embargo, Juan Ramón evolucionó hacia un hermetismo cada vez más radical (Animal de fondo, Dios deseado y deseante); Blanco mantiene una transparencia conceptual mayor, quiere ser entendido.
Con Jorge Guillén comparte el optimismo existencial y la celebración del mundo como plenitud. Ambos escriben poesía afirmativa que dice “sí” a la existencia. Pero Guillén practicaba una precisión casi matemática, una concisión aforística; Blanco se extiende en versículos largos y repetitivos.
Con Vicente Aleixandre (Nobel 1977) comparte la ambición cósmica, el impulso totalizador, la fusión panteísta con la naturaleza. Los versos de Aleixandre “Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, / rostro amado donde contemplo el mundo” resuenan en la celebración blanciana de la belleza corporeizada en monumentos. Sin embargo, Aleixandre desarrolló una sensualidad telúrica más carnal; Blanco permanece más abstracto, menos erótico.
La diferencia más nítida es con Luis García Montero y la “poesía de la experiencia” que dominó los años 80-90. Donde Montero cultiva la voz conversacional, el prosaísmo elegante y la introspección irónica, Blanco practica la voz profética, el sublime y la certeza mística. Representan opciones estéticas incompatibles: Montero es el poeta de interiores urbanos, Blanco de catedrales y desiertos.
Respecto a la “poesía metafísica” española (Antonio Gamoneda, Clara Janés, Chantal Maillard), Blanco comparte la inquietud por lo transcendente pero difiere en tono: los metafísicos contemporáneos escriben desde la perplejidad y el silencio; Blanco desde la afirmación y la elocuencia.
Opinión personal y recomendación
Himnos a Urlil es un libro admirable y exasperante a partes iguales. Admirable por su ambición desmesurada, por su coherencia filosófica, por su valentía al recuperar registros considerados obsoletos. Exasperante por su longitud innecesaria, por su falta de autocrítica, por su tendencia al sermón. Es, en definitiva, un libro profundamente sincero que cree sin fisuras en lo que predica, y esa sinceridad resulta conmovedora incluso cuando el estilo falla.
Los mejores momentos son aquellos donde Blanco logra fusionar pensamiento y emoción sin que se note la costura, donde la reflexión filosófica se disuelve en imagen sensorial potente. Por ejemplo, ante el Coliseo: “El tiempo engulle / lo que el hombre erige / con pasión y entrega; / pero no a ti, / Roma, / porque el símbolo perdura / en las fuentes de la vida, / eternas y luminosas / como el firmamento.” Aquí, la metáfora del tiempo-devorador y la afirmación del símbolo-eterno se integran orgánicamente.
Los momentos más débiles son aquellos donde el discurso se vuelve explícitamente doctrinal, donde el poeta abandona la sugerencia por la tesis. Blanco confía demasiado en la acumulación cuantitativa: cree que repetir la misma idea desde cincuenta ángulos distintos la profundizará, cuando a menudo solo la diluye.
Recomendación: Este libro interesará a tres tipos de lectores. Primero, quienes buscan poesía metafísica seria que dialogue con las grandes preguntas existenciales sin frivolidad posmoderna. Segundo, viajeros contemplativos que han experimentado asombro ante monumentos y paisajes y quieren ver esa experiencia verbalizada. Tercero, lectores interesados en el diálogo entre filosofía y poesía, razón y emoción, ciencia y misticismo.
No lo recomendaría a quienes prefieren poesía minimalista, voz confesional íntima, ironía contemporánea o compromiso político explícito. Tampoco a quienes buscan experimentación formal: Blanco es conservador en técnica aunque revolucionario en contenido.
Conclusión
Himnos a Urlil es un libro necesario precisamente porque resulta anacrónico. En una época que ha renunciado a las grandes narrativas, Blanco propone una cosmovisión totalizadora. En una cultura del fragmento y el meme, ofrece un poema-mundo de cuatrocientas páginas. En tiempos de nihilismo, predica esperanza. En la era del cinismo, practica sinceridad mística sin distancia irónica.
Su mayor virtud es demostrar que aún es posible escribir poesía sublime en el siglo XXI sin caer en el kitsch involuntario. Su mayor limitación es la falta de matices: todo se dice con la misma intensidad profética, sin claroscuros, sin duda. Blanco necesita aprender de Rilke no solo la afirmación sino también la perplejidad, no solo el júbilo sino también la angustia.
Como primer volumen de una obra poética en construcción, Himnos a Urlil establece con claridad meridiana el territorio que Blanco quiere habitar: el de la poesía filosófica de largo aliento, la mística secular, el idealismo estético. Queda por ver si en futuros libros logrará incorporar las sombras que aquí brillan por su ausencia. Porque la luz solo resplandece plenamente cuando conoce la oscuridad que la amenaza. Y aunque Blanco habla constantemente de la finitud, aún no la ha hecho sangrar en sus versos. Cuando lo logre, podría escribir el libro definitivo que aquí apenas se anuncia.
Cita representativa:
“Hasta que dejen de brillar las estrellas
hay esperanza para la humanidad,
y mientras el corazón lata
con la melodía sagrada
de la creación y el amor,
el espíritu humano
no perecerá
en el vacío de lo inexistente.”
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HIMNO A ROMA de Carlos Blanco de Himnos a Urlil
HIMNO A ROMA
(fragmento)
Pero tu hermosura es eterna,
Roma,
porque eterno ante el cosmos
es el afán humano
de crear e irradiar
la luz del arte
y el fulgor de la belleza.
Derrítanse los imperios
como nieve fundida
en la mañana.
Séquense los océanos
al calor del tiempo
que no da tregua.
Mas el ideal que representas
permanezca por siempre
en la entraña de algún dios
que aún no conocemos.
Como castillos de naipes
se derrumban reinos.
Como tenues suspiros
se esfuman la gloria
y la grandeza
de tantos que dominaron
la voluntad de los hombres.
El recuerdo de muchos
que rigieron la historia
es hoy vago,
cercano a la nada;
leve es su sombra
ante el presente
que todo lo absorbe
sin clemencia.
Lo que brilló
yace sepultado.
Como hilo invisible
se descorre el destino
que a todos atrapa.
El tiempo engulle
lo que el hombre erige
con pasión y entrega;
pero no a ti,
Roma,
porque el símbolo perdura
en las fuentes de la vida,
eternas y luminosas
como el firmamento,
que no se conmueve
ante las turbulencias
de mundos finitos.
¿Qué son el poder
y la gloria
ante el tiempo?
Nada.
Un clamor triste que se apaga,
un conjunto melancólico
de egregias ruinas
devoradas sin piedad,
signos que ocultan
ambiciones fugadas en lo oscuro,
almas disecadas
en piedras despojadas de existencia.
Esas bellas formas
que admiraron los hombres
son hoy sueños vanos
que nutrieron
ansias desconsoladas
y corazones insaciables,
sedientos de lo desconocido;
testigos mudos de la historia humana.
Pero la belleza
es una luz que permanece.
Ni la lluvia
extingue su llama.
Su sustancia es eterna,
y no puede desvanecerse
en la desnuda inmensidad
del vacío puro.
Así es lo bello,
que mueve el corazón
y le da alas,
alas que ascienden
al paraíso,
emblema de amor y vida
en auroras de esperanza.
Carlos Blanco
Himnos a Urlil, Ediciones Rilke, 2025
LA SUSTANCIA INEXTINGUIBLE: CUANDO LA PIEDRA SE HACE LUZ
Hay poemas que se leen con los ojos y hay poemas que se respiran, que entran por la piel como una certeza antigua, como el recuerdo de algo que siempre supimos pero nunca habíamos pronunciado. Este himno a Roma de Carlos Blanco pertenece a la segunda estirpe, a esos versos que no argumentan sino que constatan, que no persuaden sino que revelan. Y lo que revelan es terrible y hermoso a la vez: que somos polvo arrastrado por el viento del tiempo, pero que ese polvo puede brillar con una luz que el tiempo mismo no logra apagar. Blanco escribe desde una convicción metafísica radical, casi anacrónica en su fervor, que dice con palabras lo que las ruinas del Coliseo murmuran al atardecer cuando nadie las escucha. Dice que el tiempo es un devorador implacable, que todo lo que amamos está condenado desde el instante en que empieza a existir, que los imperios se derriten como nieve al sol de la mañana y los océanos se secarán algún día cuando el calor del universo los haya chupado hasta la última gota. Dice lo que todos sabemos pero fingimos no saber: que moriremos, que nuestras civilizaciones caerán, que lo que hoy brilla mañana yacerá sepultado bajo capas de olvido. Es un poeta que no miente, que no endulza, que mira de frente al abismo. Pero entonces, justo cuando la melancolía parece invencible, cuando el verso se ha llenado de ceniza y de sombra, Blanco da un giro que es pura iluminación mística: “Pero la belleza es una luz que permanece”. Esa adversativa, ese “pero” que irrumpe como un relámpago en la noche, cambia todo el sentido del poema. No es consuelo barato ni optimismo ingenuo. Es afirmación ontológica: la belleza no es accidente decorativo sino sustancia eterna, algo que trasciende la materialidad de la piedra donde se encarna. Roma no perdura porque sus columnas sean indestructibles —se desmoronan lentamente, todos lo vemos— sino porque el símbolo perdura, porque el ideal que representa se ha grabado en alguna región del ser que el tiempo no alcanza a tocar. Blanco practica aquí una metafísica del arte que bebe directamente de Platón: las formas materiales perecen pero la Idea permanece, y esa Idea no es abstracción fría sino luz viviente, fuego que enciende corazones siglos después de que las manos que tallaron la piedra se hayan convertido en polvo. Hay en este himno una dialéctica implícita entre lo temporal y lo eterno, entre la finitud y la trascendencia, que Blanco no resuelve mediante síntesis hegeliana sino mediante salto místico. No argumenta que la belleza es eterna: lo proclama con la autoridad de quien ha visto, de quien ha tenido una visión directa de esa permanencia. Su lenguaje es el del profeta, no el del filósofo analítico. Repite, insiste, martillea con anáforas obsesivas (“Derrítanse… Séquense… Como castillos de naipes… Como tenues suspiros”) que crean ritmo de letanía, de oración desesperada que busca convencerse a sí misma tanto como convencer al lector. Y funciona. Funciona porque Blanco escribe desde una sinceridad desarmante, sin distancia irónica, sin guiño posmoderno que lo proteja. Cree lo que dice. Cree que el arte salva, que la belleza redime, que hay algo en nosotros capaz de vencer a la muerte mediante la creación. Y esa fe, en tiempos de escepticismo generalizado, resulta conmovedora incluso cuando no la compartamos plenamente. La imagen más potente del poema es quizá la del tiempo como devorador: “El tiempo engulle lo que el hombre erige con pasión y entrega”. Ese verbo brutal, “engulle”, con su sonoridad casi onomatopéyica, materializa al tiempo como bestia hambrienta, tragona insaciable que mastica imperios y escupe ruinas. Blanco no poetiza suavemente el paso del tiempo: lo presenta como violencia cósmica, como fuerza destructora que no se apiada de nada. Pero inmediatamente, como contrapeso a esa desesperación, levanta la figura de Roma como excepción, como lugar donde el símbolo ha logrado arraigar tan hondo que ni siquiera el tiempo puede extirparlo. Roma se convierte así en metáfora de todo arte auténtico: aquello que trasciende su propia materialidad para tocar algo eterno. Los versos finales, con su descripción de la belleza como “alas que ascienden al paraíso”, recuperan la dimensión ascensional, mística, casi religiosa que Blanco otorga al arte. La belleza no es ornamento sino vehículo de elevación espiritual, manera de salir de la prisión de lo finito para intuir, aunque sea por un instante fugaz, lo infinito. Es poesía que no se conforma con describir el mundo sino que aspira a transformar al lector, a elevarlo, a hacerlo partícipe de una experiencia contemplativa que lo saque de lo cotidiano y lo lance hacia regiones donde el tiempo pierde su poder tiránico. Blanco escribe para conmovernos, sí, pero también para salvarnos. Para recordarnos que mientras haya quien sea capaz de emocionarse ante un atardecer en Roma, mientras exista un alma capaz de llorar ante la belleza, la luz de Urlil —esa luz primordial que es principio y fin de todo— seguirá brillando. Y esa luz, esa sustancia inextinguible que ni la lluvia apaga, es lo único que justifica que sigamos aquí, creando, amando, resistiendo al olvido con la única arma que tenemos: la belleza que dejamos atrás cuando nos vamos.
Ana María Olivares
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CRÍTICA LITERARIA: Un firmamento de peces de Cecilia Guiter y Nuria Gázquez
CRÍTICA LITERARIA
Un firmamento de peces
Cecilia Guiter y Nuria Gázquez
Editorial Poesía eres tú, 2025
Título y autoras
Un firmamento de peces es el primer poemario colaborativo de Cecilia Guiter y Nuria Gázquez, dos voces que se encuentran en la madurez creativa para construir un diálogo poético sobre los grandes temas de la existencia humana. El título mismo es declaración de intenciones: la conjunción imposible de dos elementos que no deberían coexistir —el agua y el aire, los peces y las estrellas— se realiza en el espacio de la poesía, donde lo improbable se vuelve no solo posible sino necesario.
Cecilia Guiter llega a este proyecto con una trayectoria consolidada en narrativa breve. Su novela Tuya, publicada por Planeta, y su victoria en el Primer Premio de Relato Hiperbreve de FNAC, demuestran su dominio de la economía expresiva. Esta maestría de la condensación narrativa se traslada aquí a una poesía que sabe construir escenas completas con pinceladas precisas. Nuria Gázquez, autora de microrrelatos y literatura infantil, ganadora del Concurso de Microrrelatos de la Biblioteca Isabel Allende de Daganzo, aporta una sensibilidad lírica alimentada por la observación minuciosa de lo cotidiano. Juntas crean una tercera voz que es más que la suma de ambas.
Resumen y argumento poético
Un firmamento de peces no cuenta una historia lineal sino que teje una red de momentos, emociones y reflexiones que se despliegan a lo largo de 135 páginas. El poemario alterna entre poemas extensos de verso libre y haikus tradicionales, creando un ritmo respiratorio que oscila entre la expansión narrativa y la contención contemplativa.
Los temas centrales son el duelo y la pérdida, el amor cotidiano, la naturaleza como espejo emocional y el paso inexorable del tiempo. El libro comienza con una mirada contemplativa hacia el mundo natural y los afectos familiares, se adentra progresivamente en territorios más oscuros del dolor y la ausencia, y culmina en una aceptación serena que no es olvido sino integración del sufrimiento en la textura de la vida.
No hay argumento en sentido narrativo, pero sí hay progresión emocional. El lector acompaña a las autoras en un viaje que va de la observación del mundo exterior hacia la inmersión en el mundo interior, y finalmente hacia un reencuentro con lo exterior desde una conciencia transformada por la pérdida.
Análisis de elementos literarios
Estructura poética
La estructura del poemario es una de sus mayores innovaciones. La alternancia sistemática entre poemas extensos y haikus crea un efecto de respiración: momentos de inmersión profunda seguidos de pausas contemplativas. No es mera yuxtaposición de formas sino arquitectura orgánica donde cada elemento cumple función específica.
Los poemas extensos, que rondan entre 20 y 60 versos, permiten el desarrollo de situaciones emocionales completas. “Tiempos vacíos”, uno de los poemas más logrados del libro, despliega el despertar en la ausencia mediante una acumulación de imágenes que construyen progresivamente el peso del duelo: “De golpe se alza, / con rumores de alondra, / el telón amable del alba. / Me abraza la calma en esta hora corta, / esquiva el día la mirada.” La extensión permite que la emoción se desarrolle sin apresuramiento.
Los haikus funcionan como condensación de instantes. No son ornamento ni relleno sino momentos de síntesis donde una imagen precisa captura lo esencial: “Música de agua / sobre las tejas pardas; / melancolía.” En apenas tres líneas, el sonido de la lluvia se transforma en música y luego en estado emocional. Esta capacidad de compresión contrasta productivamente con la expansión de los poemas largos.
Estilo y lenguaje
El lenguaje del poemario es accesible sin ser simplista. Las autoras evitan tanto el hermetismo experimental como la facilidad prosística. El verso es fluido, con ritmo natural que surge de la sintaxis más que de métricas rígidas. “Brindemos por los besos / que se instalan en nuestros días, / tirados en la orilla, / buscando piedras de corazones” ejemplifica esta fluidez: el verso se derrama con naturalidad, creando imágenes que son simultáneamente concretas y simbólicas.
La sinestesia es recurso característico. “Risas de colores en la mañana gris” fusiona percepción auditiva y visual, enriqueciendo la experiencia poética. “Sonidos azules” asocia oído y vista de manera imposible pero emocionalmente precisa. Estas fusiones sensoriales no son artificio sino necesidad expresiva: hay emociones que solo pueden nombrarse mediante la combinación de sentidos.
La metáfora funciona sin ostentación. “El tiempo, una sábana fina, / de arriba abajo se rasga” materializa lo abstracto (tiempo) en lo tangible (tela), haciendo experimentable el desgarro temporal. “Un galopar de noches, / cabalgando con sus días” convierte el flujo temporal en movimiento ecuestre, transmitiendo tanto velocidad como cierta belleza en el tránsito.
Ambientación
El espacio predominante del poemario es mediterráneo: mar, playas, huertos, campos de azahar, casas encaladas. Pero no es costumbrismo ni postal turística. La naturaleza mediterránea funciona como sistema simbólico donde cada elemento —mar, cielo, lluvia, viento, plantas— porta significados emocionales.
El mar es presencia obsesiva. Aparece como origen perdido en “Mar muerto”, donde una estrella marina encerrada en urna de cristal “suspira y añora el agua, / se consuela recreando sonidos de mar.” Es escenario del amor presente en “Besos sueltos”, donde “el mar se rinde a la noche, / cuando se refleja la vida / y rondan los sueños.” Es también elemento ausente cuya falta se siente como mutilación, particularmente en “Morir de calor”, poema que transcurre en Florida donde el calor extremo contrasta con la añoranza del Mediterráneo.
Los espacios urbanos aparecen menos pero son significativos. Nueva York en “Perdidos en Nueva York” es laberinto donde “nos perdimos buscándonos / en calles que se parecían.” La ciudad se convierte en metáfora de alienación y búsqueda simultánea. “Paloma de ciudad” presenta el espacio urbano como lugar de miedo constante: “Lleva el miedo / en su plumaje gris, / alas recortadas, / domesticada en su jaula de cemento.”
Interpretación y juicio crítico
Interpretación
El título del poemario funciona en múltiples niveles. En el nivel más inmediato, “un firmamento de peces” es imagen imposible que se realiza en la imaginación poética: peces nadando entre estrellas, criaturas acuáticas en el espacio aéreo. Esta imposibilidad realizada es metáfora perfecta de la poesía misma como espacio donde se suspenden las leyes de la física para dar paso a leyes más profundas de la emoción y el significado.
En segundo nivel, el firmamento de peces representa la colaboración entre las dos autoras. Dos voces distintas (dos especies diferentes) conviven en el mismo espacio (el poemario) creando constelaciones de significado. No es fusión que anula diferencias sino coexistencia que las celebra y las hace dialogar.
En tercer nivel, más sutil, el pez es criatura del origen, habitante del elemento primordial. Elevado al firmamento, el pez mantiene memoria del agua mientras habita el aire. Esta tensión entre origen y presente, memoria y olvido, lo que fuimos y lo que somos, atraviesa todo el libro.
Los símbolos recurrentes construyen red de significados. El mar es origen, libertad, inmensidad, pero también amenaza y pérdida. Las estrellas son permanencia frente a fugacidad humana, pero también deseo (estrella fugaz) y guía nocturna. El tiempo se materializa constantemente: es sábana que se rasga, pelusa maltratada por viento, río que arrastra fragmentos del yo. Esta materialización lo hace manipulable, experimentable más allá de su abstracción.
El cuerpo es otro eje interpretativo fundamental. Manos, pies, dedos, boca aparecen no como anatomía sino como sitios donde se inscribe experiencia. “El cielo cabe en tu boca” convierte boca en contenedor de infinito. “Riega de azahar y sal / los pies cansados” localiza cansancio existencial en extremidades que tocan tierra. El cuerpo es donde la vida se experimenta materialmente.
Juicio crítico
La mayor fortaleza del poemario es su honestidad emocional sin exhibicionismo. En época donde tanto la poesía confesional extrema como la frialdad conceptual dominan distintos circuitos, Guiter y Gázquez proponen tercera vía: poesía que habla desde emoción genuina pero mantiene distancia lírica que universaliza experiencia.
El tratamiento del duelo ejemplifica esta honestidad. “La picarilla” evoca a la persona perdida mediante rasgos concretos: “Morena eras, / de alegría salpicabas tus macetas / hermosa y picarilla hasta la médula. / Llora el huerto tu ausencia.” No hay dramatización excesiva ni negación del dolor. La ausencia se nombra mediante efectos visibles: un huerto que llora, jazmines que recuerdan. Esta contención intensifica paradójicamente la emoción.
La alternancia formal entre poemas extensos y haikus es técnicamente efectiva pero también arriesgada. Requiere del lector disposición a cambios de ritmo constantes. Algunos lectores podrían experimentar esta alternancia como disruptiva más que como enriquecedora. Sin embargo, para lectores dispuestos a someterse al ritmo propuesto, el efecto es potente: una respiración que alterna entre inmersión y contemplación, entre desarrollo y síntesis.
La colaboración entre dos autoras es otro elemento técnicamente complejo. El riesgo era crear colección yuxtapuesta donde dos voces conviven sin dialogar. Guiter y Gázquez evitan este riesgo mediante verdadera integración. Aunque cada poema lleva firma individual, todos habitan mismo universo simbólico, comparten preocupaciones temáticas, responden a mismos interrogantes. La diversidad de voces enriquece sin fragmentar.
Una posible objeción es la extensión. Con 135 páginas, el poemario es largo para estándares contemporáneos donde predominan colecciones de 60-80 páginas. Algunos poemas podrían condensarse sin perder contenido emocional. Sin embargo, esta extensión permite también algo valioso: desarrollo temporal de temas, retorno a motivos con variaciones, sensación de ciclo completo que incluye estaciones del año y ciclos emocionales.
Técnicas innovadoras para el lector contemporáneo
Un firmamento de peces innova no mediante experimentalismo lingüístico sino mediante estrategia de accesibilidad sofisticada. La principal innovación es estructural: la alternancia entre poemas extensos y haikus crea experiencia de lectura distintiva que responde a condición contemporánea de atención fragmentada sin capitular ante ella.
Los haikus funcionan como puntos de entrada accesibles. Un lector intimidado por poesía puede comenzar por haiku de tres líneas, experimentar su efecto, y luego aventurarse en poemas más largos. Pero esta accesibilidad no es simplificación: los haikus son densos de significado, piden relectura, revelan capas.
La concreción sensorial es otra técnica de accesibilidad. En lugar de hablar abstractamente de amor o duelo, los poemas anclan emoción en percepciones específicas: manos buscando piedras, olor de azahar, sonido de lluvia sobre tejas. Esta concreción permite al lector entrar mediante experiencia sensorial antes de llegar a significado emocional. Es puerta de entrada generosa.
La narratividad de muchos poemas también acerca al lector contemporáneo habituado a narrativa. “Morir de calor” despliega observación de paisaje tropical con estructura casi cinematográfica: “Palmeras de cintura fina, / cantan y arrullan a la vida, / el viento da la vuelta, / se mete en mi herida. / Los yates baten las pestañas, / grupos de viejos toman el sol en terrazas.” El lector puede seguir secuencia de imágenes antes de captar resonancias más profundas.
Comparación con poetas del siglo XX
La conexión más evidente es con la Generación del 27 y su incorporación del haiku a la lírica española. Juan Ramón Jiménez en Diario de un poeta recién casado alternó prosa, verso y haiku, creando variedad formal similar a la de este poemario. Sin embargo, mientras Juan Ramón buscaba la poesía pura, desnuda, Guiter y Gázquez mantienen anclaje en experiencia vital concreta.
Con Antonio Machado comparten atención al paisaje como proyección de estados interiores. “Campos de Castilla” convirtió geografía en psicología, igual que aquí el Mediterráneo es menos lugar que estado del alma. El verso “Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar” resuena en “La lluvia cambiará caminos, / removerá el barro, / mi niña jugará en los charcos / tras la tormenta.” Ambos ven movimiento como condición existencial.
La veta elegíaca conecta con Miguel Hernández y su tratamiento del duelo en “Elegía” tras muerte de Ramón Sijé. Pero donde Hernández grita “Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte a parte,” Guiter y Gázquez contienen: “consuelo de aquella figura / que ya toca el cielo, / más nunca mis dedos alcanzan.” Distinto temperamento, similar dolor.
Con Ángel González y poesía de la experiencia hay parentesco en tratamiento de lo cotidiano como materia poética legítima. González escribió: “Lo que pasa es que han venido los nuevos / y han buscado un lugar en el libro.” Guiter y Gázquez buscan también lugar en libro para vida ordinaria: pies cansados, tazas de café, charcos donde juegan niños.
La conexión con Gloria Fuertes es tentadora por vía del humor y lo coloquial, pero es conexión superficial. Donde Fuertes cultivaba humor como defensa, estas autoras mantienen gravedad serena. Comparten democratización del lenguaje poético pero divergen en tono.
José Hierro en su etapa de “alucinaciones” mezcló narrativa y lírica de manera que anticipa cierta narratividad de estos poemas. “Reportaje” o “Agenda” de Hierro son precedentes de poemas como “Morir de calor” donde observación se vuelve reflexión sin perder concreción.
Contexto histórico y cultural
Contexto histórico
El poemario aparece en 2025, momento de transformación profunda del panorama poético español. La crisis de 2008 y sus secuelas prolongadas crearon generación de poetas marcada por precariedad económica pero también por búsqueda de autenticidad emocional. Frente a ironía posmoderna de décadas anteriores, emerge poesía que reivindica emoción genuina sin vergüenza.
Tecnológicamente, 2025 es momento de saturación digital pero también de hambre de experiencia auténtica. Las redes sociales han democratizado acceso a poesía pero también han generado cierta homogeneización expresiva. Un firmamento de peces responde a este contexto ofreciendo poesía que pide tiempo, relectura, contemplación. Es resistencia contra velocidad contemporánea.
La pandemia de 2020-2021, aunque ya lejana, dejó marcas en sensibilidad colectiva. Nueva conciencia de fragilidad, revalorización de afectos cercanos, experiencia compartida de pérdida. El tratamiento del duelo en este poemario resuena con experiencia colectiva reciente de mortalidad masiva.
Contexto cultural
Culturalmente, el poemario se inscribe en momento de reivindicación de escritura femenina. No es feminismo militante explícito pero sí reivindicación implícita de experiencia femenina como universal, no particular. Temas como maternidad, cuidados, duelo familiar se tratan sin necesidad de justificación o enmarcamiento teórico.
La colaboración entre dos autoras es gesto significativo en cultura literaria tradicionalmente individualista. Frente a mito del poeta solitario y su inspiración privada, Guiter y Gázquez proponen poesía como conversación, espacio compartido donde las voces se enriquecen mutuamente.
El Mediterráneo como espacio cultural también es significativo. En momento de crisis climática donde el Mediterráneo se calienta más rápido que otros mares, donde turismo masivo transforma costas, este poemario recupera Mediterráneo íntimo, personal, simbólico más que geográfico.
Comparación con otras obras
Dentro de la obra de las autoras, este es primer poemario conjunto. Cecilia Guiter ha trabajado principalmente narrativa breve, y esta experiencia se nota en construcción de poemas con estructura casi narrativa, desarrollo de situaciones completas. Nuria Gázquez ha cultivado microrrelato y literatura infantil, ambos géneros que exigen economía expresiva extrema, habilidad que aquí se traduce en precisión lírica.
Comparado con otros poemarios colaborativos recientes en poesía española, Un firmamento de peces logra integración más orgánica que muchos. Proyectos como Yo quiero ser poeta (antología colectiva) o colaboraciones puntuales entre poetas mantienen voces claramente separadas. Aquí, aunque cada poema tiene autora identificada, hay verdadero diálogo.
Respecto a poemarios contemporáneos que mezclan formas, como Lugar de lo espía de Marta Agudo (que combina poemas, ensayo y fotografía) o Libido de Alejandro Céspedes (que mezcla prosa y verso), Un firmamento de peces es más contenido formalmente pero más consistente en ejecución. La alternancia poema-haiku es menos radical que experimentaciones multimedia pero más sostenida.
En tratamiento del duelo, dialoga con Vilanos de Clara Janés (elegía por muerte de su padre), Los días de Ángela Vallvey (duelo materno), o Pequeños naufragios de Cristina Consuegra. Comparte con estos libros honestidad en exploración del dolor sin caer en sentimentalismo, pero se distingue por evitar autobiografismo excesivo, manteniendo distancia que universaliza.
Opinión personal
Un firmamento de peces es libro que exige pero recompensa. No es poesía de impacto inmediato diseñada para consumo rápido en redes sociales. Pide lectores dispuestos a detenerse, releer, dejar que imágenes y emociones decanten. Para quien acepta esta exigencia, ofrece experiencia de lectura rica y estratificada.
La mayor virtud del poemario es su madurez emocional. Estas son voces de autoras que han vivido, perdido, amado, observado suficiente para hablar sin poses. No intentan impresionar con pirotecnia verbal ni con transgresión formal. Confían en que emoción genuina, expresada con precisión, es suficiente. Y tienen razón.
La colaboración entre ambas autoras funciona notablemente. Leído de corrido, el libro parece obra de voz única con registros diversos. Solo deteniendo atención se perciben diferencias: Cecilia más narrativa y expansiva, Nuria más lírica y concentrada. Pero ambas habitan mismo universo emocional y simbólico.
Algunos poemas alcanzan excelencia considerable. “Tiempos vacíos” es exploración del duelo que evita todos los clichés del género. “Mar muerto” convierte objetos en urna de cristal en símbolo perfecto de exilio y nostalgia. “Besos sueltos” celebra amor cotidiano sin caer en banalidad. Los haikus, especialmente aquellos que capturan fenómenos meteorológicos o naturales, logran densidad característica del género.
Hay también poemas menores, que cumplen función estructural pero no alcanzan intensidad de los mejores. Algunos poemas urbanos, aunque competentes, no logran superar lo anecdótico. Ciertos haikus suenan más a ejercicio formal que a necesidad expresiva. Pero estas son minorías en conjunto generalmente sólido.
La extensión del libro es tanto virtud como posible obstáculo. Permite desarrollo temporal de temas, retorno a motivos con variaciones, sensación de ciclo vital completo. Pero también exige compromiso lector considerable. No es libro para leer de una sentada sino para visitar y revisitar, como quien pasea por paisaje conocido descubriendo detalles nuevos cada vez.
Recomendación
Recomiendo Un firmamento de peces a varios perfiles de lectores.
Para lectores habituales de poesía contemporánea que buscan voz auténtica sin poses, este libro ofrece alternativa refrescante tanto a experimentalismo hermético como a confesionalismo excesivo. Encontrarán aquí poesía que respeta tradición sin imitarla, que conoce oficio pero lo pone al servicio de emoción.
Para lectores que se acercan a poesía con cautela, intimidados por hermetismo o abstracción, este libro es puerta de entrada generosa. El lenguaje es accesible, las imágenes concretas, las emociones reconocibles. Los haikus ofrecen puntos de entrada breves. Pero esta accesibilidad no es simplificación: hay profundidad suficiente para sostener relecturas.
Para lectores interesados en exploración del duelo desde perspectiva poética, este libro ofrece tratamiento honesto sin dramatización excesiva. El duelo se explora desde múltiples ángulos sin agotarse en catarsis única.
Para lectores que aprecian experimentación formal moderada, la alternancia poema-haiku ofrece variedad sin radicalismo. Es innovación que respeta tradición de ambas formas.
No recomendaría este libro a lectores que buscan transgresión formal extrema, experimentación lingüística radical, o poesía conceptual que problematice la propia noción de poesía. Este es libro que confía en poder de emoción genuina expresada con precisión artesanal. Para algunos, esto será limitación; para otros, virtud.
Conclusión
Un firmamento de peces es poemario maduro que representa voz significativa en panorama poético español contemporáneo. Cecilia Guiter y Nuria Gázquez logran algo difícil: colaboración genuina que crea tercera voz sin anular particularidades individuales. La alternancia entre poemas extensos y haikus crea ritmo distintivo que sostiene lectura a lo largo de 135 páginas.
El libro dialoga productivamente con tradición poética española del siglo XX —especialmente con Generación del 27 y poesía de la experiencia— sin quedar atrapado en imitación. Ofrece poesía que es simultáneamente accesible y compleja, emotiva y contenida, contemporánea y consciente de tradición.
Los temas universales —amor, duelo, tiempo, naturaleza— reciben tratamiento que los renueva mediante concreción sensorial y honestidad emocional. El Mediterráneo funciona como espacio simbólico rico, no como postal turística. El duelo se explora sin dramatización excesiva. El amor se celebra en gestos cotidianos.
Técnicamente, el poemario demuestra dominio de recursos poéticos tradicionales (metáfora, sinestesia, encabalgamiento, anáfora) sin exhibicionismo. El verso fluye con naturalidad que oculta artificio pero delata oficio.
Un firmamento de peces es libro para leer despacio, con disposición contemplativa. Recompensa relectura revelando capas de significado progresivamente. Es poesía que confía en capacidad del lector para encontrar conexiones, completar sentidos, habitar espacios que el poema abre. En época de saturación informativa y velocidad digital, esta confianza en lector paciente es tanto acto de resistencia como gesto de generosidad.
El poemario se sitúa en corriente de nueva poesía intimista mediterránea que reivindica emoción genuina sin vergüenza, que respeta tradición sin someterse a ella, que busca comunicación directa sin capitular ante simplificación. Es voz que merece atención y que probablemente encontrará lectores dispuestos a otorgarle el tiempo que solicita y merece.
Ana María Olivares
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