Soledad

La sonrisa del roble: Voz Alberto Cuenca

En el jardín de sus sueños, crecieron sonrisas, ilusiones y esperanza; solo que a veces por la noche, bajo esa luz brillante de aquellas estrellas que la observaban melancólicas, dispuestas a dejarse acompañar por ella; una fina lluvia convertida en llanto, regaba ese paraíso recordándole a menudo que las raíces de sus fantasías, seguirían creciendo; pero después de cada uno de los tropiezos por resbalar en aquel edén cubierto de sollozos.
Y ese roble, firme, imponente, desprendiendo fuerza con cada uno de sus parpadeos, cada vez que desprendía alguna de sus hojas; la observaba, y ella poco a poco apoyaba cada una de sus dudas en ese tronco, que continuaba impertérrito ante los vientos desafiantes de la caprichosa realidad.
A ella poco a poco le iba seduciendo más su imagen, veneraba su fuerza, su resistencia ante las lágrimas del cielo, a veces desconsoladas ante los torbellinos, que intentaban desnudar su belleza en un solo intento; consiguiendo solo que él siguiera con aquellos guiños para decorar sus otoños.
La propia vida la condujo hacia él, y una mañana cuando abrió los ojos, el dolor, ya no dolía tanto, el miedo parecía tener cara de risa, sus labios empezaban a saborear de otra manera, y la vida le empezaba a dejar su espacio con respeto.
Entonces, se sentó en el jardín a mirar de nuevo las estrellas, con esa mirada que solo posee el que está dispuesto a llegar a acariciarlas.
Ese roble la enseñó a sostenerse, y poner siempre la mejor de sus sonrisas.

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