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Plegaria de un marinero

Plegaria de un marinero

 

Hice de la mar mi casa.

Todos los días navego.

La mar como manta a mis pies.

Y techo el azul del cielo.

Las estrellas como guía.

Y mi pequeño barquito pesquero.

 

Los colores de mi barco.

Como las olas y el mar.

Verde azul y blanco.

Franjas negras y desgastado casco.

Y al frente unas palabras.

Que siempre vine pensando.

Lo llamé “Mi voluntad”.

 

Mi virgencita del Carmen.

Que oigas mi plegaria quiero.

De este hombre cansado y roto.

De este viejo marinero.

Que te pide como alma en pena.

Paz, armonía y consuelo.

Porque mi alma de miedo está llena.

 

Salimos de madrugada.

El destino es mar adentro.

La mar está calmada.

Cubierto de nubes el cielo.

Te rezo madre esta plegaria.

A la orilla del estero.

Mirando hacia el horizonte.

 

 

Y pensando con amargura

Si a mi casa algún día vuelvo.

 

Mi tripulación a la brisa canta.

Las redes están preparadas.

La familia nos despide.

Con lloros y caras amargas.

Sabiendo que día a día.

Sus maridos no llegaran.

De sus vidas que sería.

 

Te pido virgen del Carmen.

Cuando estemos tan lejos.

Que si mi barco zozobra.

Con la fuerza fiera del viento.

Ampares a mi familia, a mis amigos y a mi pueblo.

Pescadores de nacimiento,

y a mi tripulación y a mí.

Que siempre te hemos venerado.

Llévanos allí contigo.

Y velaremos a tu lado.

A los demás marineros.

Que el mar se viene llevando.

Fado «El pintor» en Portugues

El Pintor

 

En una Casa de cal antigua.

Donde termina la dehesa.

Allá donde las marismas.

Donde el viento sureño silva.

Y rugen de noche las fieras.

Los grillos alegres cantan.

Y la luz de la luna la noche impregna.

 

Siguen el sendero las margaritas tiernas.

Se advierten las cuadras cerradas.

Y ambiente de mojada arena.

Olor de olivo y yerba fresca.

A lo alto una pequeña ventana.

Con empinada escalera.

De viejos escalones de madera.

 

Vive allí un pintor humilde.

Sentado en su recogido banquito.

Frente a su usado caballete.

Manejando sus pinceles.

Dibujando con carboncillo.

Con sus óleos de colores.

Y su tela de blanco lienzo fino.

 

Vive de sus pocos encargos.

Hace caso a su cansado corazón.

Y espera a que ocurra algo.

Para quitarse ese lloro amargo.

Que siente desde hace tiempo.

Y que le nubla la razón.

 

 

Pasaron ya muchos años.

Que le quitaron a su hijo varón.

Le llamaron a la guerra.

Y en ella desapareció.

No supo nunca nada de él.

Él cree que en la guerra murió.

 

Era su único y amado hijo.

Su mujer hace tiempo falleció.

Solo se quedó en el mundo.

Le llama la gente “el pintor”.

Pintando cada día espera.

La venida de su hijo con ilusión.

 

Pero la vejez no perdona.

Su vista se apaga y sus manos tiemblan.

Él trata de disimular.

Mas los años no le dejan.

Y como un niño comienza a llorar.

Esperando que su hijo vuelva.

 

Era una mañana temprano.

Cuando el invierno llegaba.

Una débil y conocida voz.

Que el viento distorsionaba.

Ya con sus gastados oídos.

Apenas la voz apreciaba.

Cansado el apagado hombre estaba.

Postrado en su humilde cama.

 

Era una voz ya cambiada.

Pero que su corazón conocía.

Era una voz que le llamaba.

Y desde la lejanía venia.

 

Era la voz de su hijo.

Que con cariño le decía.

 

Padre no temas soy tu hijo.

El que marchó con su patria.

No te preocupes ya he vuelto.

Ya no nos separará nada.

Duerme padre descansa en tu lecho.

Que yo por tu alma velaré.

Y aquí en la eternidad.

Viviremos felices los tres.

Fado: «El pintor»

 

El Pintor

 

En una Casa de cal antigua.

Donde termina la dehesa.

Allá donde las marismas.

Donde el viento sureño silva.

Y rugen de noche las fieras.

Los grillos alegres cantan.

Y la luz de la luna la noche impregna.

 

Siguen el sendero las margaritas tiernas.

Se advierten las cuadras cerradas.

Y ambiente de mojada arena.

Olor de olivo y yerba fresca.

A lo alto una pequeña ventana.

Con empinada escalera.

De viejos escalones de madera.

 

Vive allí un pintor humilde.

Sentado en su recogido banquito.

Frente a su usado caballete.

Manejando sus pinceles.

Dibujando con carboncillo.

Con sus óleos de colores.

Y su tela de blanco lienzo fino.

 

Vive de sus pocos encargos.

Hace caso a su cansado corazón.

Y espera a que ocurra algo.

Para quitarse ese lloro amargo.

Que siente desde hace tiempo.

Y que le nubla la razón.

 

Pasaron ya muchos años.

Que le quitaron a su hijo varón.

Le llamaron a la guerra.

Y en ella desapareció.

No supo nunca nada de él.

Él cree que en la guerra murió.

 

Era su único y amado hijo.

Su mujer hace tiempo falleció.

Solo se quedó en el mundo.

Le llama la gente “el pintor”.

Pintando cada día espera.

La venida de su hijo con ilusión.

 

Pero la vejez no perdona.

Su vista se apaga y sus manos tiemblan.

Él trata de disimular.

Mas los años no le dejan.

Y como un niño comienza a llorar.

Esperando que su hijo vuelva.

 

Era una mañana temprano.

Cuando el invierno llegaba.

Una débil y conocida voz.

Que el viento distorsionaba.

Ya con sus gastados oídos.

Apenas la voz apreciaba.

Cansado el apagado hombre estaba.

Postrado en su humilde cama.

 

Era una voz ya cambiada.

Pero que su corazón conocía.

Era una voz que le llamaba.

Y desde la lejanía venia.

 

Era la voz de su hijo.

Que con cariño le decía.

 

Padre no temas soy tu hijo.

El que marchó con su patria.

No te preocupes ya he vuelto.

Ya no nos separará nada.

Duerme padre descansa en tu lecho.

Que yo por tu alma velaré.

Y aquí en la eternidad.

Viviremos felices los tres.

Bolentin ONCE – Andalucia

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Plegaria de un marinero

Plegaria de un marinero

 

Hice de la mar mi casa.

Todos los días navego.

La mar como manta a mis pies.

Y techo el azul del cielo.

Las estrellas como guía.

Y mi pequeño barquito pesquero.

 

Los colores de mi barco.

Como las olas y el mar.

Verde azul y blanco.

Franjas negras y desgastado casco.

Y al frente unas palabras.

Que siempre vine pensando.

Lo llamé “Mi voluntad”.

 

Mi virgencita del Carmen.

Que oigas mi plegaria quiero.

De este hombre cansado y roto.

De este viejo marinero.

Que te pide como alma en pena.

Paz, armonía y consuelo.

Porque mi alma de miedo está llena.

 

Salimos de madrugada.

El destino es mar adentro.

La mar está calmada.

Cubierto de nubes el cielo.

Te rezo madre esta plegaria.

A la orilla del estero.

Mirando hacia el horizonte.

 

 

Y pensando con amargura

Si a mi casa algún día vuelvo.

 

Mi tripulación a la brisa canta.

Las redes están preparadas.

La familia nos despide.

Con lloros y caras amargas.

Sabiendo que día a día.

Sus maridos no llegaran.

De sus vidas que sería.

 

Te pido virgen del Carmen.

Cuando estemos tan lejos.

Que si mi barco zozobra.

Con la fuerza fiera del viento.

Ampares a mi familia, a mis amigos y a mi pueblo.

Pescadores de nacimiento,

y a mi tripulación y a mí.

Que siempre te hemos venerado.

Llévanos allí contigo.

Y velaremos a tu lado.

A los demás marineros.

Que el mar se viene llevando.

 

El pintor

El Pintor

 

En una Casa de cal antigua.

Donde termina la dehesa.

Allá donde las marismas.

Donde el viento sureño silva.

Y rugen de noche las fieras.

Los grillos alegres cantan.

Y la luz de la luna la noche impregna.

 

Siguen el sendero las margaritas tiernas.

Se advierten las cuadras cerradas.

Y ambiente de mojada arena.

Olor de olivo y yerba fresca.

A lo alto una pequeña ventana.

Con empinada escalera.

De viejos escalones de madera.

 

Vive allí un pintor humilde.

Sentado en su recogido banquito.

Frente a su usado caballete.

Manejando sus pinceles.

Dibujando con carboncillo.

Con sus óleos de colores.

Y su tela de blanco lienzo fino.

 

Vive de sus pocos encargos.

Hace caso a su cansado corazón.

Y espera a que ocurra algo.

Para quitarse ese lloro amargo.

Que siente desde hace tiempo.

Y que le nubla la razón.

 

 

Pasaron ya muchos años.

Que le quitaron a su hijo varón.

Le llamaron a la guerra.

Y en ella desapareció.

No supo nunca nada de él.

Él cree que en la guerra murió.

 

Era su único y amado hijo.

Su mujer hace tiempo falleció.

Solo se quedó en el mundo.

Le llama la gente “el pintor”.

Pintando cada día espera.

La venida de su hijo con ilusión.

 

Pero la vejez no perdona.

Su vista se apaga y sus manos tiemblan.

Él trata de disimular.

Mas los años no le dejan.

Y como un niño comienza a llorar.

Esperando que su hijo vuelva.

 

Era una mañana temprano.

Cuando el invierno llegaba.

Una débil y conocida voz.

Que el viento distorsionaba.

Ya con sus gastados oídos.

Apenas la voz apreciaba.

Cansado el apagado hombre estaba.

Postrado en su humilde cama.

 

Era una voz ya cambiada.

Pero que su corazón conocía.

Era una voz que le llamaba.

Y desde la lejanía venia.

 

Era la voz de su hijo.

Que con cariño le decía.

 

Padre no temas soy tu hijo.

El que marchó con su patria.

No te preocupes ya he vuelto.

Ya no nos separará nada.

Duerme padre descansa en tu lecho.

Que yo por tu alma velaré.

Y aquí en la eternidad.

Viviremos felices los tres.