escritor

El Pintor

 

En una Casa de cal antigua.

Donde termina la dehesa.

Allá donde las marismas.

Donde el viento sureño silva.

Y rugen de noche las fieras.

Los grillos alegres cantan.

Y la luz de la luna la noche impregna.

 

Siguen el sendero las margaritas tiernas.

Se advierten las cuadras cerradas.

Y ambiente de mojada arena.

Olor de olivo y yerba fresca.

A lo alto una pequeña ventana.

Con empinada escalera.

De viejos escalones de madera.

 

Vive allí un pintor humilde.

Sentado en su recogido banquito.

Frente a su usado caballete.

Manejando sus pinceles.

Dibujando con carboncillo.

Con sus óleos de colores.

Y su tela de blanco lienzo fino.

 

Vive de sus pocos encargos.

Hace caso a su cansado corazón.

Y espera a que ocurra algo.

Para quitarse ese lloro amargo.

Que siente desde hace tiempo.

Y que le nubla la razón.

 

 

Pasaron ya muchos años.

Que le quitaron a su hijo varón.

Le llamaron a la guerra.

Y en ella desapareció.

No supo nunca nada de él.

Él cree que en la guerra murió.

 

Era su único y amado hijo.

Su mujer hace tiempo falleció.

Solo se quedó en el mundo.

Le llama la gente “el pintor”.

Pintando cada día espera.

La venida de su hijo con ilusión.

 

Pero la vejez no perdona.

Su vista se apaga y sus manos tiemblan.

Él trata de disimular.

Mas los años no le dejan.

Y como un niño comienza a llorar.

Esperando que su hijo vuelva.

 

Era una mañana temprano.

Cuando el invierno llegaba.

Una débil y conocida voz.

Que el viento distorsionaba.

Ya con sus gastados oídos.

Apenas la voz apreciaba.

Cansado el apagado hombre estaba.

Postrado en su humilde cama.

 

Era una voz ya cambiada.

Pero que su corazón conocía.

Era una voz que le llamaba.

Y desde la lejanía venia.

 

Era la voz de su hijo.

Que con cariño le decía.

 

Padre no temas soy tu hijo.

El que marchó con su patria.

No te preocupes ya he vuelto.

Ya no nos separará nada.

Duerme padre descansa en tu lecho.

Que yo por tu alma velaré.

Y aquí en la eternidad.

Viviremos felices los tres.