La modernidad de Lêdo Ivo

Mientras un transbeat esnifa cocaína en un bar de malasaña, Lêdo Ivo escribe:


No cantaré a la casa en que nací
ni al arroyo que no existió en mi infancia. 
No quiero ser el poeta menor de la infancia y las inexistentes alegrías perdidas
ni quiero llorar los primeros amores, que solo fueron los mejores porque no tenía ninguna experiencia de amar.
Cantaré, en cambio, a la imaginaria ventana abierta
donde ella asomaba para decirme adiós cuando yo no pasaba,
cantaré a los campos que no vi y que estaban cubiertos de rocío en el momento en que los imaginé,
cantaré a la vida que se despliega ante mí, las ciudades de concreto y de claras calles que la noche cubre con su misterio dulcemente medieval.
Cantaré a los hombres que trabajan, sueñan y desesperan, avanzando afanosos hacia la muerte anónima y hacia el domingo,

Mientras algún joven escribe hueso, escribe sangre, escribe víscera y se mira en el espejo del cínico Bukowski, Lêdo Ivo dice:

Soy la hormiga que, guiada por las estaciones,
respira los perfumes de la tierra y el océano.
Un hombre que sueña es todo lo que no es:
el mar que deterioran los navíos,
el silbo negro del tren entre hogueras,
la mancha que oscurece el tambor de queroseno.

Mientras apoltronado en su sofá el más moderno y urbano de nuestros poetas lee a Kerouac mientras piensa en su artículo mensual para la Rolling Stone, Lêdo Ivo canta un vals fúnebre para Hermengarda:

Heme aquí junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu carne pobre y pura, que nadie
……….de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados,
sin embargo yo vengo borracho, Hermengarda,
……….yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu tumba
……….caída en el suelo
no fue la noche, Hermengarda, ni fue el viento.
Fui yo.

O escribe, alocado, mientras vuelve como siempre a Maceió, porque:

Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en navíos desaparecidos, en trenes sedientos.
En aviones ciegos que sólo aterrizan al anochecer.
En los estrados de las plazas blancas pasean cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos almacenados
en los trapiches
y clarean la sangre vieja de los asesinados.

Mientras el mundo se va al carajo y la gente se enorgullece de su estulticia, yo leo a Lêdo Ivo, miro a la calle y sonrío sin ganas al recordar su verso:

En el día bursátil el sudor de los hombres transformado en número

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