Memorias del subsuelo – Fiódor Dostoyevski

«Memorias del subsuelo» es Nietzsche antes de Nietzsche, Fromm antes de Fromm. Es el psicoanálisis, el superhombre, el miedo a la libertad y el sadomasoquismo.
«Memorias del subsuelo» es un librito enorme. Es una joya. Un manantial inmenso.
«Memorias del subsuelo» es un gran libro.
Escrito en 1864, la modernidad de esta obra de Dostoyevski haría sonrojar a muchos escritores formalistas, a muchos renovadores de la literatura. 
Si una novela es sus personajes, esta obra es inmensa por la simple razón de que su personaje principal es inmenso. Un ser sin nombre,  anómalo, sadomasoquista, racional hasta el extremo y a la vez consciente de que no todo es racional, sino que dentro de sí, como de tantos otros, bullen la pasión, el deseo y los traumas, que lo condicionan todo.
La obra comienza con un monólogo interior de ese personaje que, en diferentes capítulos, constituye la primera parte. La segunda es un relato que no hace sino ejemplificar todo aquellas ideas que el autor ha transmitido en la primera. Es, en ese sentido, una especie de parábola.
Me alegra, especialmente, haber leído este libro después de «La montaña mágica» de Mann porque Dostoyevski deja claro que donde el alemán necesita mil páginas para presentar una sociedad y unas ideas – y yéndose además por las ramas de la metafísica – al ruso le sobran con ciento sesenta para presentar no ya la sociedad y sus ideas, sino además, el hombre hipertrófico que surge de ellas. Donde Mann divaga, Dostoyevski arrasa. El uno es un águila planeando, viendo la vida desde la altura alto-burguesa y acomodada. El otro es el águila que cae sobre su presa, que es él mismo, y lo que descubre es toda la ponzoña y bajos instintos que el supuesto hombre racional carga consigo.
«Memorias del subsuelo» es la crítica feroz al positivismo y la esperanza en la racionalidad del hombre. 
«Memorias del subsuelo» es la muerte de Dios y de Aristóteles.  
«Memorias del subsuelo» es – y perdón por la frase – una puta maravilla. 

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