Conjuro
Palabra, pájaro esquivo:
anidas en las miradas
y en los labios,
te ocultas en los torrentes
y en las esquinas,
huyes de mis manos
cuando más te necesito.
Te atropellas en mi boca
cuando estoy
frente a la que amo,
levantas el vuelo
cuando te atrapo
en las cuartillas.
Vienes del sur,
y giras y giras
alrededor de mi cabeza
¡Date presa!
Quiero que tu música,
ocupe los silencios,
que tu voz
construya los poemas,
poemas hechos
de pan y besos,
desesperados poemas
repletos de espuma.
Ha llovido
Ha llovido sobre la tierra,
que palpita caliente.
Es mi pecho desnudo
sobre la tierra mojada
el que guarda
el sentido unánime
de qué eres,
viento o nube,
fugaz ala
que se oculta a mis ojos.
(Ya la tierra empapada,
ya mi pecho inundado).
Calado estoy,
sin apenas verte,
mujer desconocida,
sin color de ojos,
sin tu nombre,
mi ausencia callada
divaga.
Solo el tacto de tu pelo
me has dejado,
sediento de seda.
Soldado
El corazón es un soldado
herido de miradas,
un barco de dolor
que navega al infinito
como esos extensos polinomios
que el profesor
escribe en la pizarra.
El sentimiento indeterminado
de seres rotos,
bañados por la luz
de un iris vencido,
la llegada de unos ojos
a la estación de las lluvias,
que cae,
cual inmensa tristeza,
dulce sin embargo,
para aquél que, como yo,
la diosa fortuna ha hecho
millonario en lágrimas.
Nana para una niña grande
Ven, acércate, extiéndete aquí,
a mi lado.
Tus pequeños ojos
parecen tan cansados,
porque a veces,
de repente, sin motivo,
te invade
una extraña tristeza,
y te acurrucas en cualquier rincón
con la cabeza entre las rodillas
y los ojos
arrasados en lágrimas.
Se me encoge el corazón
de verte así, tan desolada,
tan chiquita,
tan metida en tu dolor,
y me siento junto a ti,
y acaricio tus cabellos rojos,
lentamente, muy lentamente,
desenredándote poco a poco
de tu pena.
Y te lleno la cara de besos,
y te digo al oído cosas bonitas,
y saboreo con mis labios
la pequeñez y la grandeza
de tus lágrimas.
Entonces te levanto con mis manos,
y eres apenas
una pobre muñeca rota,
toda descosida
y con el alma hecha jirones,
y te aprieto muy fuerte,
muy fuerte contra mi pecho,
y te canto una nana,
como lo hacía tu madre
cuando no eras más que una niña
y te despertabas asustada
en mitad de la noche.