Hilos del destino

Vaga la mujer

por la calle desierta,

piedra oscura, rayos de sol que cruzan

oblicuos. Paso firme lleva,

mientras cuelga de su hombro un hilo

brillante. Me pregunto si ve la ciudad

como laberinto o bosque oscuro.

¿Será una mujer entre dos mundos?

¿Un hilo espiritual marcará la vuelta a casa?

No presta atención

a algo tan valioso.

Si se cortara,

si se perdiera la conexión con el origen,

quedaría perdida en tierras

oscuras y desconocidas,

en paraísos solitarios donde no hay

cruces o señales.

No presta atención.

No condensa la mirada en el viaje,

no tapa su mente la senda imaginaria

que completa el camino,

no talla todo el proceso

en los recovecos de su alma.

No presta atención,

ni ve la tela de araña que sobrevuela

su hombro y deslumbra con los oblicuos

sollozos del sol.

Primer contacto

Repentinamente llego a Spoleto, la alta,

Spoleto de rozadas piedras, que me recibe

con los brazos abiertos, ni ajena ni excesiva,

de nuevo mixta, nacida del tiempo,

sin deseos de morir. Una efigie de hierro rojo

sangrante me recibe con sus puntiagudas

y astillosas extremidades,

que crecen hasta fundirse

con las distintas calles. La recorro con miedo,

sin cierto rumbo. Un acento amable

pero confuso me lleva en línea recta

a mi descanso, amargo descanso

que me obliga a cerrar los ojos

hasta el día siguiente.

Arcanos nocturnos

Magia noctámbula se respira, hálito

que desciende de las empinadas

calles hasta la catedral, desde más arriba,

hasta el castillo.

Las fatas no son solo inglesas.

Amalgama de grises y azules, de ámbar

desgastado, sea el rito de una bruja

o los trucos de un avezado alquimista.

Alcoholes sombríos al son de las pisadas,

ritmos taimados a medio camino

entre el susurro y la charla animada.

Tintineo de una fuente marmórea,

abrazada por dos robles que vierten

sus pensamientos en ella. Aunque austero,

me siento en un arcano carnaval,

raptado por un ser místico,

para ser rey por una noche.

Tendón, hueso y músculo

Cae por el ojo de este puente-acueducto

un pesado alivio que recorre sus largas

piernas hasta toparse con un riachuelo

extinto —aflorará en otoño,

como el ave fénix que abrasa las hojas

caídas—. Sin duda, vive como un punto

en tensión, un tendón que articula cemento

y hiedras que sujetan el hueso prefabricado

a la carne oxigenada.

Si una parte de este cuerpo —que es alma—,

cediera al tiempo, si se resquebrajara

cansada, fraccionaría esta tenue forma

haciendo un lado inútil,

el otro inerte.

Descanso-recuerdo

Un castillo en Cuéllar encarcela mi descanso

y sueña mis pasos pasados. Encendido el hogar,

veo estampas de mi memoria:

pulmones verdes, cuestas afiladas,

cánticos mesurados, mixturas,

aprendizaje de nuevo…

Todos, fragmentos de mi onírico pensar,

puestos como tomos bibliotecarios,

colocados con cuidado en la signatura correcta,

en la localización más adecuada dentro

de la muralla del córtex, formando

la ciudadela, el olor a comida casera,

la colina-jardín, el alboroto estudiantil

y los mares de piedras.