Vineland – Thomas Pynchon

Hay en Vineland un gusto claro por las situaciones absurdas y divertidas. Hay una crítica feroz, y no sólo a través de ese absurdo, hacia eso que llamamos contemporaneidad y que no es otra cosa que la sociedad despojada de toda inocencia, el campo de batalla ampliado, la pasta por la pasta. Hay, también, una apuesta narrativa arriesgada: un ir y venir del tiempo, un saltar de un personaje a otro, un narrador omnisciente que, sin embargo, de algún modo forma parte de la trama. Hay, en fin, una epopeya con sus horas de glorias, sus batallas perdidas, sus héroes y sus traidores. Y al final, ya lo hemos dicho, la inocencia perdida para siempre y, aun así, la necesidad de seguir viviendo o de aprender a vivir de nuevo. De construir. 
Vineland es, y esto es obvio, la cruz de una moneda cuya cara sería el tan publicitado sueño americano. La tierra de las libertades es aquí la tierra de la represión, Watchmen, 1984, el fanatismo republicano por la seguridad, lo peor de Nixon y lo peor de Reagan, la imposibilidad de fumarse un canutillo sin que alguien te espose y te meta treinta años en la cárcel. O, en el caso de Frenesí, de grabar la realidad sin que alguien intente utilizar tus vídeos y tu influencia como un arma.