Vida sin centro

Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. ¡Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.

H. Hesse «el caminante»

Los vagabundos ya no hacen novelas

Los vagabundos ya no hacen novelas. Lo pienso tras leer «El caminante» de Hesse (el libro más consolador que he leído en años) y «Un vagabundo toca con sordina», de ese magnífico literato y perfecto hijo de puta que fue Hamsun. Son libros donde el paisaje duro de los países centroeuropeos y nórdicos toma especial importancia porque los autores, narradores en primera persona, vagabundean por ellos con libertad y lucidez. 
En España apenas tenemos novelas vagabundas. Desde la picaresca hasta hoy, el género es un erial. Y eso que las circunstancias climatológicas favorecen más el vagabundeo literario, el andar de acá para allá. A lo mejor es que, por decirlo con términos de Hesse, somos agricultores, no cazadores-recolectores y necesitamos tener un hogar, un punto fijo. Ese gregarismo explicaría también otras cosas, como nuestra perdida capacidad de crítica individual.
Qué se yo. Esto son sólo ideas al vuelo. Lo importante, lo fascinante, son esos dos libros: «El caminante» y «Un vagabundo toca con sordina», dos obras que se leen en un tarde cada una (y no una tarde larga), pero que dejan un poso largo, fecundo, de meses y, seguramente, de años. 
«El caminante» son relatos muy cortos, acompañados de poemas y acuarelas. Son pensamientos que nacen del Hesse andarín, pero que tienen que ver con el Hesse metafísico, el que compondrá, poco después de esas letras, «Sidharta». Bien visto «El caminante» es un blog de entonces, donde, en primeras tomas y notas rápidas, el autor alemán reúne prosa, poesía e imagen. Todo ello influenciado por su particular cosmovisión, pero en esta ocasión con un tono más oscuro, pues se recogen también las percepciones de los días malos, esos en los que la fe se ha perdido y todo es gris. «Días de tormenta» y el relato sobre los árboles (no recuerdo el título exacto; era algo así como «lo que he aprendido de los árboles») son parábolas cargadas no de verdad o no sólo de verdad, sino sobre todo de esperanza y de consuelo, que es mucho más importante. 
«Un vagabundo toca con sordina» es una narración estilísticamente liviana, muy verbal incluso hoy cuando la geografía y el tiempo han puesto una gran distancia entre nosotros y la Noruega de Hamsun. El vagabundo llega a una granja en la que ha trabajado seis años atrás y donde tuvo un affaire (nunca claramente detallado) con la dueña. Ésta anda cada vez más perdida, como el dueño de la granja, un capitán del ejército al que le ha dado por beber y festejar la vida a diario. El machismo de la época no impide que, acaso por casualidad, el personaje de la mujer del capitán sea el más interesante de la obra: la mujer abandonada que necesita salir del aburrimiento, de la prisión de oro que le han preparado su marido y el mundo. Y lo hace, como Karenina, como tantas otras, a través del sexo, del amor extramarital que (es otro tópico) termina, igualmente, aburriéndola. Porque el mundo es de los hombres y, vaya donde vaya, ella no puede ser más que un objeto, como mucho, un sujeto pasivo. Puede recibir, pero nunca dar o actuar. Hacerlo es indecoroso, indigno de una dama. 
Esa pasión de fondo unida al ir y venir del narrador de la ciudad al campo y a los ajetreos y preocupaciones de sus camaradas obreros (más hacendosos que sus amos, demostrando una alienación y una falsa conciencia en las que, sin duda, Hamsun no creía) conforman esta obra de unas doscientas páginas que, pese a la tragedia que narra (y a la pésima traducción), es amable y tierna. Tanto que uno se pregunta como su autor, Hamsun, pudo hacer después lo que hizo. Pero «aguas profundas son los designios del corazón humano», dice la Biblia y tal vez eso lo resuma todo. 

Los vagabundos ya no hacen novelas

Los vagabundos ya no hacen novelas. Lo pienso tras leer «El caminante» de Hesse (el libro más consolador que he leído en años) y «Un vagabundo toca con sordina», de ese magnífico literato y perfecto hijo de puta que fue Hamsun. Son libros donde el paisaje duro de los países centroeuropeos y nórdicos toma especial importancia porque los autores, narradores en primera persona, vagabundean por ellos con libertad y lucidez. 
En España apenas tenemos novelas vagabundas. Desde la picaresca hasta hoy, el género es un erial. Y eso que las circunstancias climatológicas favorecen más el vagabundeo literario, el andar de acá para allá. A lo mejor es que, por decirlo con términos de Hesse, somos agricultores, no cazadores-recolectores y necesitamos tener un hogar, un punto fijo. Ese gregarismo explicaría también otras cosas, como nuestra perdida capacidad de crítica individual.
Qué se yo. Esto son sólo ideas al vuelo. Lo importante, lo fascinante, son esos dos libros: «El caminante» y «Un vagabundo toca con sordina», dos obras que se leen en un tarde cada una (y no una tarde larga), pero que dejan un poso largo, fecundo, de meses y, seguramente, de años. 
«El caminante» son relatos muy cortos, acompañados de poemas y acuarelas. Son pensamientos que nacen del Hesse andarín, pero que tienen que ver con el Hesse metafísico, el que compondrá, poco después de esas letras, «Sidharta». Bien visto «El caminante» es un blog de entonces, donde, en primeras tomas y notas rápidas, el autor alemán reúne prosa, poesía e imagen. Todo ello influenciado por su particular cosmovisión, pero en esta ocasión con un tono más oscuro, pues se recogen también las percepciones de los días malos, esos en los que la fe se ha perdido y todo es gris. «Días de tormenta» y el relato sobre los árboles (no recuerdo el título exacto; era algo así como «lo que he aprendido de los árboles») son parábolas cargadas no de verdad o no sólo de verdad, sino sobre todo de esperanza y de consuelo, que es mucho más importante. 
«Un vagabundo toca con sordina» es una narración estilísticamente liviana, muy verbal incluso hoy cuando la geografía y el tiempo han puesto una gran distancia entre nosotros y la Noruega de Hamsun. El vagabundo llega a una granja en la que ha trabajado seis años atrás y donde tuvo un affaire (nunca claramente detallado) con la dueña. Ésta anda cada vez más perdida, como el dueño de la granja, un capitán del ejército al que le ha dado por beber y festejar la vida a diario. El machismo de la época no impide que, acaso por casualidad, el personaje de la mujer del capitán sea el más interesante de la obra: la mujer abandonada que necesita salir del aburrimiento, de la prisión de oro que le han preparado su marido y el mundo. Y lo hace, como Karenina, como tantas otras, a través del sexo, del amor extramarital que (es otro tópico) termina, igualmente, aburriéndola. Porque el mundo es de los hombres y, vaya donde vaya, ella no puede ser más que un objeto, como mucho, un sujeto pasivo. Puede recibir, pero nunca dar o actuar. Hacerlo es indecoroso, indigno de una dama. 
Esa pasión de fondo unida al ir y venir del narrador de la ciudad al campo y a los ajetreos y preocupaciones de sus camaradas obreros (más hacendosos que sus amos, demostrando una alienación y una falsa conciencia en las que, sin duda, Hamsun no creía) conforman esta obra de unas doscientas páginas que, pese a la tragedia que narra (y a la pésima traducción), es amable y tierna. Tanto que uno se pregunta como su autor, Hamsun, pudo hacer después lo que hizo. Pero «aguas profundas son los designios del corazón humano», dice la Biblia y tal vez eso lo resuma todo.