Los premios poéticos

El sábado, el Diario de Burgos y algunos medios más (pocos) publicaban esta noticia: Una polémica decisión del jurado cuestiona la limpieza del Premio «Ciudad de Burgos» en la que se da cuenta de los tejemanejes que se llevan a cabo entre bambalinas en la mayor parte de los premios literarios del país para premiar a amiguetes, conseguidores y demás miembros de clubs, tertulias y círculos literarios. 
Yo lo conté, con mofa, en este relato titulado «El poeta premiado«. La realidad es más prosaica y más triste: haces buenas críticas, lames culos, acudes a presentaciones y vas recibiendo premios. Cuando años después tú eres el jurado, repites la jugada: al que te agasaja públicamente, premio. Al de la cuerda contraria o al franco tirador solitario, ni agua. 
Un desmadre que es más triste si tenemos en cuenta que en muchos casos se lleva a cabo con dinero público y que afecta, además, a un arte, la poesía, que, pese a tener el número de egos más alto por metro cuadrado, no deja de ser minoritario. 
Una fiesta que pagamos todos y que, año a año, lleva a miles de jóvenes poetas a entrar en la rueda o a asistir frustrados al espectáculo en el que siempre ganan los mismos, mientras ellos llenan cajones con manuscritos inéditos y esperanzas pulverizadas. 
El otro día, un poeta varias veces premiado, reconocido y de gran calidad me decía que había tenido que llegar a ser mayor para darse cuenta de lo fatua que es esa pelea por el premio, por el reconocimiento, por la estatua que nos pondrán algún día. «Ninguno de mis maestros necesitó jamás eso», dijo, «¿Por qué coño lo voy a necesitar yo?».
Pues eso. 

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