Podar novelas

Una año después de publicar «Entre dioses y peones» pensé: «demasiado sencilla. Demasiado fácil». Lo había hecho adrede, claro, pero eso no evitaba que tuviera ya entonces cierta sensación de duda respecto a la calidad de la novela – y lo peor es que ya no la veía como algo propio, que me importase. Es decir, que en teoría, estaba siendo objetivo a la hora de juzgarla -.
Intenté una segunda parte para refutar la primera, pero en seguida lo dejé. Pasé a otra historia, y me ocurrió lo mismo. Escribí a toda prisa una tercera sobre un atraco que termina mal – 100 folios – y dos meses después me parecía ridícula, espantosa.  Me rendí. ¿Qué sentido tenía comerse la cabeza con problemas literarios mientras España se iba al carajo?
Comencé a escribir más en el blog, temas sociales, sobre todo. Cada poco tiempo, volvía a aquel último intento de novela y me decía que allí había algo, una buena historia a la que, no obstante, la faltaban dos cosas fundamentales para poder funcionar como novela: mundo y vida.
El mundo llegó fácilmente: situé la acción en la actualidad, dejando que la crisis, el hambre, las penurias de miles de familias se infiltrasen en el devenir de un protagonista de clase media que aún conserva su trabajo, pero que ve desintegrarse la ciudad a su alrededor. La vida la trajo una mujer, desde el pasado, al poner sobre la mesa una posibilidad hoy ya imposible.
Comencé a escribir de nuevo a partir de ahí: una ciudad que se hunde y una mujer que regresa. El atraco era el tercer elemento, la casualidad que siempre impregna la vida. El resultado, 230 folios de novela que hoy me parece muy buena y que no sé cómo juzgaré mañana.
Tal vez me pase como con «Entre dioses y peones», por la cual estoy recuperando un cariño que no nace de mí, sino de las opiniones que me llegan. Esta es la última:
«Buenos diálogos y aunque la trama no es muy compleja, es entretenida y de muy fácil lectura. Interesante el mostrar los hechos desde punto de vista del policía y del asesino».
¿Y si la sencillez que antes vi como un problema fuera, precisamente, el encanto principal de esa novela? ¿Y si más enrevesado no significa siempre más?
La última tarea de corrección ha de ser siempre esa: podar, recortar, eliminar. Dejar sólo lo necesario para que la novela exista. 
Toca podar. 

Tags: No tags