Lo que a mí me importa de Cataluña

¿Cómo se legisla sobre un sentimiento de pertenencia? ¿Cómo se obliga a respetar un afecto, a perpetuar una relación? ¿Cómo se puede forzar a un grupo de personas a rechazar aquello que forma parte de su identidad? ¿Cuál es la fórmula para conseguir que el que hoy y ayer se siente catalán, deje de hacerlo? Mala solución tiene si todo lo que tenemos que ofrecer a Cataluña – y a Euskadi y a quien sea – desde el centro es la imposición, la incomprensión, la amenaza. No se puede obligar a nadie a sentirse español.
Tengo para mi que la identidad nacional sólo mitiga el sentimiento de insignificancia al que una sociedad individualista ha llevado a muchos. No veo en el nacionalismo una rémora medieval, sino una consecuencia de la globalización y el capitalismo. Cuando las señas de identidad se pierden, cuando el hombre se ve enfrentado solo a su angustia sin respuestas, busca compañía y sentimiento de grandeza en la comunidad, en la tribu. Por eso celebramos como propios los triunfos de la selección, por eso somos patrióticos: porque nosotros somos pequeños, pero la patria…la patria es grande.
Y sin embargo, aun entendiendo eso, nunca creí que los derechos los tuvieran los territorios, sino las personas. Entre ellos, el derecho a elegir. Pero también el deber de evitar la confrontación, la marginación del que está en minoría, la estupidez tribal de acosar al diferente, viéndolo como un enemigo. No me preocupa en exceso una Cataluña independiente, me preocupa una Cataluña enfrentada. Me preocupa el oportunismo político de allí y de aquí porque puede terminar, como siempre, en un proceso de dolor y exilio para mucha gente.
No tengo nada contra el que defiende el independentismo. Siempre que he ido a Barcelona y he hablado de esto con gente de allí me lo han explicado con una calma carente de fanatismo, de tópicos. Muchos eran hijos de andaluces, de extremeños, de aragoneses. Lo decía al principio: ¿Cómo legislar para que esa gente deje de sentirse catalana y no española? Es imposible. Ninguna ley modifica los afectos, sólo los exacerba. 
Lo que me preocupa es la gente que se va o la que se ve apartada por el fanatismo de los mediocres. Gente válida y culta como Loquillo o Marsé. Gente que es tratada como el enemigo, en lugar de como miembros valiosos de una comunidad que aspira a ser un estado que incluya y cobije a todos. Lo que me preocupa es que esos fanáticos suelen tener ganas de hacerse con el poder y muchas veces lo consiguen, porque a la gente honrada, a la cabal, le basta con trabajar y disfrutar sus vidas. Lo que me preocupa es la gente privada de casa, trabajo o derechos, tanto en España como en Cataluña, por una derecha cada vez más echada al monte, a la caza del trabajador y a la conquista de nuevas prebendas. 
Los derechos de las personas o los derechos del territorio. La capacidad de asimilación de las culturas distintas o el fanatismo. Ahí está la discusión. Cómo salga Cataluña de ella – más allá de que lo haga perteneciendo a España o siendo independiente – es lo que a mí me importa. 

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