Entre visillos – Carmen Martín Gaite

Cuesta un poco entrar en el mundo que Carmen Martín Gaite dibuja en «Entre visillos», acaso porque lo creemos superado, aunque en realidad arrastremos aquel pasado como una rémora. Pero una vez se entra en él, los personajes de la novela se hacen familiares y cuesta salir a la calle y pensar que no, que uno no se va a encontrar con el apático profesor de alemán o con la jovial y perdida talita o con la sofocada gertru. 
«Entre visillos» es, como su propio nombre indica, una mirada al interior de las casas y de las personas, a lo que ocurre más allá de las apariencias y los ritos establecidos y supuestamente funcionales de la España de mediados del siglo XX.
Con todo, «Entre visillos» no es estrictamente una novela social, sino una novela de personajes – sobre todo, femeninos – en un entorno social opresivo, asfixiante, en el que podemos reconocer la Salamanca en que creció la propia autora. Un entorno en el que las mujeres no tienen otra ocupación que esperar la llegada de un buen marido y, mientras tanto, acudir a misa o visitar a las amigas. Un entorno en el que se va colando, pero poco a poco y de manera grotesca, una supuesta modernidad que no tiene nada de revolucionaria y sí mucho de estética vacía: las reuniones en el estudio de yoni a beber, escuchar discos franceses y besarse a escondidas de unos padres preocupados sobre todo por las apariencias.
Se puede ver la novela con cierta distancia, por supuesto. España sí ha cambiado algo en el medio siglo transcurrido desde la época que refleja Martín Gaite. Pero tampoco hay que engañarse: lo que han cambiado son los ritos, las obsesiones, no la hipocresía, el absurdo y la opresión.
Lingüísticamente, la novela entronca con la preocupación de otros autores como Ferlosio («El jarama») por captar el habla de una generación que estaba introducciendo, a grandes marchas, nuevos términos y expresiones en el habla, algunos de ellos hoy ya completamente desfasados. 
La estructura, hoy ya más común – se narra la historia a base de puntos de vistas entrelazados -, en su momento debió suponer un paso más en la normalizacón de España con respecto a las formas narrativas de la modernidad, sobre todo, la sajona.
En suma, «Entre visillos» es un buen libro: bien escrito, bien llevado y con personajes en los que no cuesta mucho reconocer a nuestros antepasados más cercanos e, incluso, algunos de nuestros vicios actuales.

P.S: Lunes por la mañana. Empiezo a escribir este pequeño comentario y donde debería poner Carmen Martín Gaite escribo Ana María Matute. Ya está corregido y espero que no me lo tengáis en cuenta. Las circunstancias no acompañan 🙂

P.S.2: Me acuerdo de que tengo que devolver «Nocilla Dream» a Carlos cuando quede con él y, de inmediato, pienso en qué diferente es ese libro de «Entre visillos». En ambos casos se utiliza el fragmentarismo y los múltiples puntos de vista para narrar una historia, pero mientras en «Nocilla Dream» la historia – la fábula – no acabó de convencerme y el fragmentarismo me pareció una mero artefacto formal creado para deslumbrar, en «Entre visillos» la narración funciona perfectamente en forma y fondo. La historia no es más que un vistazo sobre una ciudad de provincias que ya era así antes de que el lector se asomara a ella y que lo seguirá siendo mucho después – la novela abre con la llegada de un tren y lo cierra con la partida de otro – y la estructura no hace más que reforzar ese protagonismo de la ciudad, en la que los personajes se encuentran, se hablan y se separan sin llegar a conocerse mucho. En este segundo caso, lo formal no es superior ni inferior al contenido, sino una necesidad de ese contenido, es decir, un elemento más del artefacto narrativo. Una consecuencia «inevitable» de la historia y necesaria para que ésta prospere. El hecho de que, además, esté escrita medio siglo antes que los libros dela generación Nocilla demuestra hasta qué punto hay poco de modernidad real en ellos. 

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