Se han juntado en el tiempo dos posts muy interesantes sobre el estado de la narrativa española en la actualidad.
El primero es de Fernando Valls y podéis leerlo aquí: http://nalocos.blogspot.com/2012/02/novelas-y-novelistas-espanoles-para-el.html
El segundo lo firma Manuel Rico (de momento es sólo la primera parte) y podéis leerlo aquí: http://manuelrico.blogspot.com/2012/02/la-narrativa-espanola-en-la-era-del.html
Ambos coinciden en señalar la brecha que se ha abierto entre las dos grandes corrientes que – dentro de eclecticismo formal – pueden señalarse en la narrativa española actual: los que siguen el dictado de los best-seller y los que siguen considerando la novela como un artefacto literario que permite indagar y cuestionar la realidad.
Fernando Valls habla de los primeros con palabras de Vila-Matas: «“Viendo que entre nosotros se va poniendo de moda el engaño, el fraude artístico –el homenaje hispano tardío a Fake, de Orson Welles, por ejemplo-, la poética ya trillada de lo heterónimo, el remake que traiciona el espíritu de lo imitado [se refiere a El hacedor (de Borges). Remake, de Agustín Fernández Mallo], lo cibernético como ilusoria acreditación de modernidad, todos los tópicos de una posmodernidad que llega a nosotros tan tarde […], uno termina por decidir que lo mejor será permanecer en lo auténtico que tiene todo camino propio”.
Mientras Manuel Rico, habla así de este problema: «en la última década, la narrativa “de consumo”, en la que se mezclan la novela histórica, la novela negra con trama vaticana, la novela rosa con trasfondo de posguerra, ha ido ocupando un espacio cada vez más relevante en las mesas de novedades de librerías y grandes almacenes. El boom de los autores literarios españoles que sucedió a la llamada nueva narrativa española, que irrumpió en España a mediados de la década de los ochenta y que situó la novela de calidad, el artefacto literario, en destacados lugares de las listas de libros más vendidos, ha pasado a mejor vida».
Por mi parte, sin tanto conocimiento como ellos del mercado editorial – ni mucho menos -, tengo una sensación parecida. La crisis, pero sobre todo, el afán recaudatorio de las grandes editoriales, alejadas ya del papel de editor como filtro de calidad y convertidas en meras industrias de productos pseudo-culturales, ha provocado que la venta de libros esté marcada por el marketing y la moda. En los últimos años hemos podido ver una y otra vez la repetición de un proceso que sería más o menos así: el boca a boca o una fuerte campaña de marketing (o ambos) colocan un libro a la cabeza de los más vendidos. Inmediatamente, las editoriales se lanzan a la búsqueda y publicación de novelas semejantes. Así, al fenómeno de «El Cödigo Da Vinci» le siguieron multitud de novelas de todo tipo sobre sectas, logias, masones y demás tramas místicas y vaticanas. Algo parecido ocurrió con el fenómeno Millenium y la novela negra escandinava, Crepúsculo y las de vampiros o el éxito de María Dueñas y la recuperación de los novelones lacrimógenos sobre la posguerra. En esa guerra por lanzar antes que nadie la novela imitadora o subida directamente a la ola del éxito, las editoriales lanzan muchas veces libros mal o nada editados y, desde luego, con total ausencia de valor literario. Lo peor, claro, son los escritores que se adhieren a este mercado, buscando un éxito – el literario – en el que, supongo, además de dinero ven algo que podríamos llamar prestigio intelectual.
Por supuesto – para qué negarlo – a todos nos gusta vender y ser leídos. La diferencia está, supongo, en la actitud. Para algunos – y no son pocos, aunque vendan poco – la literatura sigue siendo una cosa muy sería, aunque pueda ser divertida. Ante todo, es un mecanismo para profundizar en el ser humano y en el mundo en el que habita. Algo que se verá más de ahora en adelante, espero, especialmente a causa de la crisis que hará que muchos escritores que hasta ahora no habían demostrado interés por el entorno se vean «obligados» por su curiosidad literaria a volver los ojos al mundo que les rodea.
En cualquier caso, la palabra última la tiene el lector, como siempre. Es él el que elige comprar un libro para pasar el rato o comprar uno para conversar (y reflexionar), de tú a tú, con su autor sobre cuestiones interesantes suscitadas a raíz de una buena historia.
P:S: lean también este artículo de Félix de Azúa en la impagable revista cultural Jot Down http://www.jotdown.es/2012/02/felix-de-azua-dios-nos-libre-de-los-libros/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=felix-de-azua-dios-nos-libre-de-los-libros