No había leído “Nocilla Dream”, la obra que dio origen a esa generación tan polémica llamada “Generación Nocilla”. No lo había hecho porque personas cercanas, de cuya opinión me fío, me habían dicho que no aportaba, en realidad, nada nuevo y que como libro en sí, no valía mucho. El otro día, sin embargo, se lo pedí a un amigo y he pasado los últimos días leyéndolo.
¿Mi opinión? Efectivamente, como epítome de la modernidad, no vale. Claro, que diré desde ya que eso no es tanto culpa del libro como de quienes desde su editorial y los medios – ¿Y el propio autor?- establecieron hace unos años que esta novela era rupturista y que no se había hecho nada igual.
¿Es esto cierto? Veamos.
El fragmentarismo o ausencia de linealidad – que en el prólogo de Bonilla es calificado de “zapping literario” – remite a “Rayuela” o, más aún, a “La vuelta al día en 80 mundos”. El interés por la ciencia nos hace pensar en Clarke o incluso en Verne. La referencia a textos ajenos también es una constante desde el boom, e incluso antes, y la utilización de la cultura popular como elemento de anclaje de la novela fue uno de los “descubrimientos” de la “beat generation” en USA y de los novísimos en España.
El prólogo señala que éste, es en todo caso, un camino poco trillado. Ahí, a lo mejor, sí que lleva algo de razón Bonilla. La mayoría de los libros que copan las librerías optan por el realismo radical, omitiendo precisamente las enseñanzas que, desde la vanguardia en adelante, nos fue dando la narrativa del siglo XX. Lo que no es óbice para que autores consagrados y con buenas tiradas hayan hecho algo parecido a lo que propone Mallo a lo largo de las últimas décadas. Así, por ejemplo, el primer libro de Belén Gopegui, “La escala de los mapas”, utilizaba muy bien la fragmentación. Ray Lóriga o Enrique Vila-Matas han utilizado muy bien el collage y los saltos temporales, además del flujo de pensamiento a lo Joyce. Y, en general, hay una toda una corriente de la literatura contemporánea que ha asimilado muy bien esas técnicas.
Novedad, entonces, no. Si acaso, algo de radicalidad a la hora de utilizar esas novedades. Quizás porque el resto de los autores mencionados han dado tanta importancia al contenido como a la forma, algo de lo que adolece – y aquí ya nos centramos sólo en la obra – “Nocilla Dream”.
Muchos de los relatos son fríos, demasiado asépticos, demasiado faltos de abismo o de interés. Sólo en alguna de las historias o en algunos de los episodios de las diferentes historias que van levantándose en torno al álamo crecido en medio del desierto, he encontrado humanidad, atracción.
Por supuesto, esto último es sólo mi opinión, que no debería ocultar el hecho de que desde que fue publicada – en 2006- hasta ahora, la novela ha vendido miles de ejemplares y el número de comentarios negativos sólo es equiparable al de los positivos. Con el añadido de que entre estos últimos se haya toda una generación de escritores jóvenes – más o menos de mi edad – que han visto en esta novela un referente.
No es mi caso, claro. Personalmente, considero que las enseñanzas de Joyce, Proust, Faulkner, las vanguardias, los beat y el boom, entre otras, deben estar siempre al servicio de la fábula, del contenido. Creo que la técnica es recurso, pero que el propósito de toda novela es contar una historia. Una buena historia. E igual que considero que no se puede seguir narrando una novela sin riesgo formal y sin hacer uso de técnicas ya asentadas – como las mencionadas – considero que un empleo radical de esas técnicas, sólo para resaltar el plano formal de un libro, no vale para nada.
Dicho de otra manera: me pareció mejor el empleo de esas técnicas que hizo Belén Gopegui en “La escala de los mapas” – sin ser un libro que llegara a emocionarme -, Nick Flynn en “Otra noche de mierda en esta puta ciudad” – mucho mejor, aunque no es español – o Cortázar en cualquiera de sus obras – “La vuelta al día en ochenta mundos”, por ejemplo, es una mezcla de ensayo y relatos elaborados con una gracia, una profundidad y un lenguaje que supera, por mucho, a lo que han intentado cualquiera de los imitadores de Cortázar– que el que hace Mallo en esta obra.
No sé si llegaré a leer las otras dos novelas que concluyen el experimento Nocilla, pero, la verdad, no lo creo.