Creación

Me pregunto hasta dónde puede llegar este descenso, este sondeo milimétrico del abismo. Me pregunto cómo podré después salir. Sé que fuera brilla el sol. Sé que es diciembre. Sé que tengo trabajo y que, lentamente, lo voy haciendo. Pero más allá, al otro lado incluso de los libros que leo, está ese taladrar fiero, ese hurgar en la herida metiendo el dedo hasta el fondo, sólo por ver cuánto mide, sólo por escuchar el pálpito incesante de la sangre.

¿Qué más? Están las palabras, claro. Ese leve ladrillo con el que lentamente se va construyendo la historia. Un silencioso trabajo de albañilería que me hace sentir como una araña, como un insecto mínimo que desarrolla su trabajo en un rincón de la casa, sabiendo que es su obligación biológica y, a la vez, que éste será recibido más como molestida que como arte.

Y no sé qué espero. ¿Qué puedo esperar? ¿Qué puedo desear de esta animalesca forma de sumergirse en el lodo: placentera y obscenamente?

Sí, sé que ahí afuera brilla el sol. Sé que bastaría con levantar la persiana o abrir la puerta para salir y ver y…¡basta! ¿A quién pretendo engañar? La vida sigue fuera, sí, pero no aquí. Aqui está supendida en esta herida hirviendo, en este tremedal en el que chapoteo incomprensiblemente otro y placenteramente eterno.

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