John Ashbery – Autorretrato en espejo convexo

El otro día me compré por Internet una edición de 8 euros de «Autorretrato en espejo convexo» de John Ashbery, lo que hubiera sido una ganga de no resultar que el libro en cuestión sólo incluía el poema del mismo nombre y no el libro completo. Como consecuencia de lo cual, ahora me toca gastarme otros 13 euros para hacer con el libro completo. Y en plena crisis.
La edición de 8 euros es la de Visor con traducción de Marías y el libro completo, por 13 euros, está editado en DVD ediciones.
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Desahogada la queja, diré que lo bueno de que sólo incluya un poema – largo, eso sí, son más de 600 versos – es que da tiempo a leerlo en una tarde/noche. 
Parte de la dificultad de leer a Ashbery procede, por un lado, de su tendencia a la elipsis y de otro, y fundamentalmente, de las rupturas temporales y lógicas que llenan sus textos. En este poema en concreto, la ruptura más marcada, además de la de narrador, es sobre todo la temporal, el continuo vaivén del presente al pasado y los momentos en que el propio poeta se pierde, por así decirlo, y la cabeza «se le va» a otros problemas en teoría ajenos al poema, pero en realidad insertos en él y formando parte de él. Por decirlo con sus palabras:
Yo solía pensar que eran todos semejantes,
que el presente tenía siempre el mismo aspecto para todo el mundo, 
pero esta confusión se desvanece al estar
uno siempre encaramándose en su propio presente.
[…]
En el presente del que estamos escapando siempre
y volviendo a caer en él, como la noria de los días
sigue su sosegado, incluso sereno curso?
En este caso, lo que podríamos llamar la excusa del poema es una meditación sobre el cuadro «Autorretrato en espejo convexo», una auténtica joya del Parmigianino. Lo que empieza siendo una descripción del autor y su obra
Para ello mandó a un tornero que le hiciera
una bola de madera, y tras partirla por la mitad y
reducirla al tamaño del espejo, con gran arte
se puso a copiar cuanto veía en el espejo.
en seguida pasa a ser una meditación sobre la existencia y el arte dentro de esa existencia.
Esa es la melodía, pero no hay letra. 
La letra es sólo especulación
(del latín speculum, espejo):
busca el significado de la música sin poder hallarlo.
[…]
Pero es la vida englobada.
Uno querría sacar la mano
fuera del globo, pero su dimensión,
lo que lo soporta, no lo permitirá.
Y por supuesto, también sobre el tiempo, quizás el gran hallazgo y la gran problemática de este poema:
Hace mucho tiempo
los datos esparcidos significaban algo,
los pequeños accidentes y placeres 
del día a medida que avanzaba desgarbadamente.
Un tiempo presentido como lugar de mezcla del pasado y el futuro para crear un presente del que se huye continuamente, que no es un punto fijo, sino algo inestable, casi inexistente. Por eso el poeta sale y entra una y otra vez del cuadro. Sale para ir al museo, al puerto, a la ciudad, a recordar a los amigos que le visitaron la noche anterior. El presente que es el poema sobre el cuadro se expande, tropieza con otros trozos de vida que son parte del poeta, pero que una obra tradicional no lo serían del poema. Ese es el hallazgo de Ashbery.
Es decir, el tiempo todo 
se reduce a ningún tiempo en especial.
Un ataque frontal contra la falsa sensación de unidad y destino fijo que creen algunos que domina su vida – o incluso las ajenas – , pese a que avisos no han faltado en el arte (Durrell tenía un Justine una frase sobre esto).
Finaliza el libro con unos versos que pueden servir muy bien de resumen:
Y cada parte del todo se desprende
y no puede saber que supo, excepto
aquí y allá, en fríos bolsillos
de remembranza, susurros salidos del tiempo.
***
Por hacer un breve comentario más allá del análisis anterior (y más subjetivo) diré que el libro, pese a tener más de 30 años, sigue resultando moderno en algunos aspectos. Personalmente, cada vez valoro más el atrevimiento de los poetas, y si este libro resulta moderno aún hoy es porque Ashbery se lanzó al vacío. Y la jugada le salió bien: ganó, entre otros premios, el Pulitzer.
Estamos muy acostumbrados en España – la propia editorial Visor que publica este libro ha colaborado mucho para ello – en relacionar la poesía con cierto canon que se ha dado en llamar «poesía de la experiencia», contra el que no tengo nada, ni mucho menos – yo mismo encajaría ahí más que en cualquier otro de esos cajones de críticos -, pero que es cierto que ha limitado la publicación y, sobre todo, la difusión de otros estilos poéticos no necesariamente crípticos – el otro día leí a un bloguero que a Gamoneda no se le entendía (!) -, sino más centrados en las posibilidades de la poesía como materia especialmente vinculada al lenguaje y en la necesidad de una renovación formal y de contenidos de la poesía. 
En este sentido, libros como los de Ashbery aún siguen siendo válidos para la anquilosada poética nacional, y desde luego, deberían servir para inyectar un poco de riesgo poético en unos jóvenes que parecemos conformarnos con copiar a los poetas ya consagrados y ganar premios en los que el baremo lo marcan esos mismos autores – que hacen de jurados – en lugar de buscar una voz y un espacio poéticos propios, que no rompan con la tradición – ni siquiera me voy a atrever a decir que la deben superar – sino que la acompañen con lo que siempre ha caracterizado a los que ya forman parte de esa tradición. innovacción y voz propia. 
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