¿Quién tiene la culpa de la crisis?

Hay un mantra que se repite cada poco tiempo en medios de comunicación – esta misma mañana he vuelto a oírlo en la SER –  y en mítines políticos: «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». Un mantra que viene a decir que esta crisis es culpa nuestra y que por eso debemos ser nosotros los que la paguemos.
No niego que muchos se pasaron con eso del vivir a crédito. Creyéndose clase alta cuando no eran ni media, muchos hipotecaron su futuro y creyeron poder pagarlo con un sueldo de currela estándar y a cuarenta años. Y sí, los bancos pusieron muy fácil caer en la trampa, pero los que caímos fuimos nosotros.
Pero más allá de eso, España es uno de los países donde más impuestos se pagan – estamos ya por encima de Dinarmaca y muy cerca de Suecia con la última subida del IRPF – y donde, sin embargo, peor funcionan los servicios públicos y más se ponen en duda. Resulta paradójico que siendo de los países que más presupuesto público manejan, sea también de los que más dificultades tiene para pagar sus deudas y mantener su sistema de bienestar.
Quizás los trabajadores caímos en la trampa del crédito fácil,  pero fueron las administraciones las que se pulieron nuestros impuestos en aeropuertos desde los que no vuela nadie, embajadas autonómicas, coches oficiales, regalos fiscales a las grandes empresas, préstamos a los bancos, etc., una ingente cantidad de dinero que, llegadas las vacas flacas, hubiera venido muy bien para ayudar a los parados, impulsar la economía y mantener intacto el sistema de bienestar. Y también fueron esas administraciones – aunque Rubalcaba diga lo contrario – las que no movieron un dedo para luchar contra una economía sumergida que según los cálculos de la Universidad Pomepu i Fabra representa el 25% (¡¡un cuarto!!) del PIB del país.
Además, vivir por encima de nuestras posibilidades hubiera supuesto que el salario mínimo hubiera aumentado a la par que la inflación, cosa que no sucedió. Más bien al contrario: en 2003 los trabajadores que cobraban el salario mínimo tenían el mismo poder adquisitivo que un trabajador de 1975. Igualmente, los beneficios empresariales en España crecieron durante el periodo 1999-2005 un 73%, mientras que los costes laborales aumentaron sólo un 3,7%. 
A todo esto habría que añadir las veces que se ha bajado el IRPF a los salarios más altos, la desaparición durante años del Impuesto de Patrimonio, el 1% al que tributan las SICAV, el aumento del salario a los directivos de bancos, el aumento del impuesto menos progresivo que hay (el IVA), etc., etc. 
Con estos datos delante, ¿Quién ha estado viviendo por encima de sus posibilidades? ¿Quién se ha estado forrando? A mí me parece que han sido los mismos que ahora echan la culpa de todo a los trabajadores, diciéndoles que deben apretarse más el cinturón. Que tienen que cobrar menos y trabajar más. Que se acabó la fiesta, como dijo el presidente de la CEOE, quien supongo que cree que estos años en lugar de trabajando por mil euros, hemos estado bailando en la cubierta de un yate en Marbella.
Claro, que en una cosa sí tienen razón: la culpa es nuestra. Somos nosotros los que seguimos votando a los mismos políticos serviles con el poder económico, a los mismos caciques corruptos que sólo buscan enriquecerse, los que prestamos oídos a los medios de comunicación integrados en multinacionales o, directamente, en fondos de inversión (¿Verdad, directivos de El País?) los que no realizamos ninguna crítica al partido de «los nuestros» sin darnos cuenta de que, en realidad, esos partidos sólo representan a los «suyos», los que somos incapaces, en suma, de articular una alternativa social y política que cambie el poder político y reparta mejor las riquezas de un país que, no nos engañemos, no es pobre. Y si nos os lo creéis, preguntaros por qué mientras en 2011 las matriculaciones de coches normales cayeron hasta cifras de 1993, la venta de coches de lujo casi se duplicó respecto al 2010.
Riqueza hay. Lo que no está es bien repartida.
Así que no, no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pero sí, la culpa es nuestra. Por ser incapaces de mantener una actitud crítica ante un poder que no sólo desea convertirnos en trabajadores empobrecidos y mudos, sino que encima desea que le demos las gracias por ello. 
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