Adiós Zapatero, hola ultraderecha

Ayer se fue, parece que para siempre, Zapatero. Si González vendió el socialismo en Suresnes a la socialdemocracia, Zapatero fue quien vendió la socialdemocracia al capitalismo. Y eso es algo que algunos jamás le podremos perdonar.
Sus hagiógrafos pondrán el acento en una necesaria – es cierto – ley del matrimonio homosexual, y en reformas como la ley de dependencia – rebajada en algunas comunidades como Madrid a la nada – o el carnet por puntos. Pero lo cierto es que más allá de cuatro o cinco leyes – y especialmente en cuanto comenzaron a venir mal dadas – Zapatero fue incapaz de responder con una sensibilidad de izquierdas. Fue incapaz de subir los impuestos a las clases altas, desarrolló el reglamento de las SICAV, no bajó los sueldos a los directivos de los bancos rescatados, mantuvo la venta de armas a países como Libia o Marruecos y, finalmente y lo que es peor, cuando la crisis zarandeó el sistema, Zapatero hizo pagar la factura a los más débiles: recortes a pensionistas y funcionarios, facilidades para el despido, ampliación del contrato en prácticas hasta los 30 años, suspensión del límite para encadenar contratos temporales, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero lo peor no son los hechos en sí, sino las consecuencias de los mismos: un partido socialista sin rumbo, vendido al capital; una gran parte de la izquierda española huérfana de partido; pesimismo y, en definitiva, la entrega de armas y bagajes a una derecha que ya asoma algo más que la patita.
Y si no, miren a doña Esperanza Aguirre, recortando y calumniando a quienes trabajan en  la educación pública mientras subvenciona a las familias que llevan sus hijos a la escuela privada – 1800 euros por hijo -, o creando el primer hospital en el que no sólo la gestión sino también los trabajadores pertenecen a una empresa privada. O, recientemente, recuperando las formas aznarescas de calificar como «perros que ladran su rabia por las esquinas» a todo aquel que no piensa como ella: en este caso, la gente del movimiento 15M a quienes ha calificado, ni más ni menos, que de golpistas.
Aunque sin duda, lo más curioso de las declaraciones de Aguirre fue dónde las hizo: en la presentación de una novela de Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, a la que acudió todo el que es algo en este país, a fin de rendir pleitesía y pagar favores a un medio que cree que puede ayudarles en la protección de sus prebendas. Porque no crean que Esperanza Aguirre fue la única que ladró ayer contra el 15M. No. También lo hizo el propio Pedro J. y el presidente del Parlamento, José Bono. Todos sentados en torno a la idea de que la democracia sólo puede ser cómo ellos la entienden. Que la democracia, en suma, sólo pueden ser ellos. 
Porque no hay «atajos revolucionarios», según ha dicho Pedro J., entre aplausos y asentimientos del poder económico y sus súbditos políticos allí presentes. 
Zapatero se va y ésta es la España que nos deja. Y aún decía el otro día que espera que cuando entre a un bar la gente lo trate bien. Pues más vale que rece para que en ese bar no esté yo porque si no, al menos una colleja sí se lleva. Por imbécil. 
A modo de resumen y como dijo el otro día Carlos Boyero: se van los tontos y vienen los malos. 
Que Dios nos pille confesados. 
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