León de la Riva no usa bañador

Los que me conocen saben que a veces me he quejado mucho de cómo viste la gente en verano. Haciendo bromas, incluso, de que si yo gobernara iba a imponer por decreto que no se pudiera llevar ni pantalones piratas ni chanclas de playa – las otras me dan un poco más igual – ni mucho menos ir en bañador o llevar calcetines con chanclas de playa, como si fuéramos todos turistas británicos atontados por la cerveza barata y el calor.

Los que me conocen saben que es una bravuconada y que, en el fondo, estoy de guasa. Y que aunque me joda la deriva de ciertas costumbres asumo que cada cual es libre de vestir como le plazca.

El alcalde de Valladolid, sin embargo, es más serio que yo. Y más elegante. Va siempre de traje y, al contrario que otros, supongo que se los paga siempre él. Nunca lleva chanclas y cuando el calor aprieta, se conforma con pegar la oreja al ventilador. Tan alto es su decoro, que se baña con traje de Armani. Uno de tres piezas, para ser más exactos.

Por eso, supongo, ha prohibido que en Vallaolid se vista con bañador, se lleve chanclas, se acampe en las calles y un montón de cosas más. Con León de la Riva, ya se sabe, por prohibir que no sea.

Pero teniendo mérito lo del Alcalde, más lo tiene lo de sus concejalas (¿Se puede decir concejalas?). Pues si entre los hombres aún está un poco mal visto lo de llevar chanclas – al menos, en ciertos entornos como el laboral – entre las mujeres es algo común incluso en reuniones importantes de trabajo. De modo que no sé cómo admiten la condena de renunciar a ir con los pies fresquitos cuando apriete el verano en la meseta. Verano que además parece más largo año tras año.

Dice la teniente alcalde que es que la gente no sabe vestirse y que, por lo tanto, hay que obligarla a vestir bien. Nade dice de la (mala) educación oratoria de su jefe ni de las actitudes de señorito prefranquista que supone su actitud y la de sus compañeros de partido en el Ayuntamiento. Porque no nos engañemos, esto no es fascismo ni mucho menos despotismo ilustrado – porque para eso esta gente tendría que ser ilustrada – se trata de chulería pura y dura. La de los señoritos de toda la vida. La de quienes saben qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo: como lo hacía nuestros abuelos y como Dios manda. Ah, y con un par.

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