Años cincuenta

Estar en una habitación a solas con el humo y una botella de vino. Dejando que el sonido lo envuelva todo y lo diluya hasta formar otra nube, una burbuja que deja fuera el dolor y las precauciones. Haber cerrado las ventanas y haber elegido un disco al azar, esperando que la mano de algún dios te guíe y te proporcione exactamente ese tipo de medicina que buscas. Sentir que suena una guitarra y que viajas al pasado. A los años 50. Soñar con que tocas el piano para Bo Diddley o Larry «popotitos» Williams. Descubrir que algo del sonido de «The Clash» estaba ya en el rythm and Blues de «The coasters» y que sin Big Joe Turner no hubiera sido posible Chuck Berry ni Elvis Presley. Viajar al comienzo del río negro, a la mina de algodón y manos callosas, a la cueva del lamento antiguo y humano de donde sale toda la buena música. Y fumar. Y beber. Y olvidar.

 

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