escritora

Pensé que había sido feliz regalando mis besos y mis horas,

pero después de conocerte me he dado cuenta de que todo aquello formaba parte de un número de ilusionismo que estaba durando demasiado tiempo.

Anduve por un camino de bisuterías,

bajo un Sol artificial, resplandeciente como una lámpara.

Todo era real ante mis ojos. Aquella era mi realidad.

Sin ti.

Y ahora…

Apareces de la nada, invadiendo mi camino.

Mi vida.

Mi felicidad imaginaria.

Y tengo miedo de perderte.

Prométeme una sonrisa diaria,

un abrazo cada cinco minutos.

Prométeme que me harás olvidar el tiempo y las fechas de caducidad.

Que lo único que necesite para saltar hacia mis sueños sea la ayuda de tus manos.

Que en mi futuro esté incluido tu nombre.

Prométemelo todo.

Todo y más.

Prométeme el futuro con las venas abiertas.

Conveniencia descarada

 

Intentas arreglar algo que lleva mucho tiempo caducado.

Los años han pasado por encima de nosotros,

borrando incluso tus recuerdos.

Y tú no te has dado cuenta.

 

La amistad no es algo de usar y tirar,

no soy reciclable.

 

Me has querido engañar con tus palabras vestidas de inocencia,

de “recuerda cuando…”, de “te echo de menos…”

pero la amnesia se ha puesto de mi lado

y yo ya no sé quién eres.

Y tú aún no te has dado cuenta.

Su sonrisa, aquella luz que permanecía encendida incluso en la

noche más oscura.

Su mano, aquella ancla que me mantenía a flote y era la mejor de las curas.

Sus ojos, que con más de 90 años, aún miraban con la ilusión de una niña.

Cada parte de su cuerpo,

de repente,

polvo y cenizas.

Te intenté abrazar pero te deslizaste por mis dedos,

cayendo a la hierba,

para no regresar más.