Entrevista
– En “Peregrino en su tierra” nos hemos encontrado un libro de factura muy clásica, apostando en todo momento por la rima, por los endecasílabos… ¿Qué te llevó a elegir este formato? ¿No te dio miedo que pudiera parecer “anticuado” en una lírica moderna marcada por el verso libre, sobre todo entre los autores jóvenes como tú?
Siempre me ha atraído la rima. Antes que en la lectura, incluso, en la música ya me fijaba en géneros o artistas en que predominaba y que se escuchaban en casa, como Joaquín Sabina, o en la calle, caso del rap. Luego, cuando comencé a leer en profundidad, con un gusto muy especial por lo histórico, me atrajeron los poetas del Siglo de Oro, Quevedo particularmente, quizá por el impacto que me causaban sus sonetos satíricos. Yo quería hacer lo que él hacía. Y poco a poco me fui interesando por otros poetas y estructuras… Que el libro tenga este formato no es más que una consecuencia de ese cúmulo de cosas.
Nunca me planteé hacerlo de otro modo porque, primero, la forma en que escribo es una extensión de mí mismo y no una elección conscientemente artificial, y segundo, era demasiado obvio que me atraía algo que se cree en desuso, así que una vez comprendido eso me he tomado la cuestión con un ánimo abiertamente combativo.
– ¿La rima te constriñe a la hora de crear un poema o te da unas pautas? ¿Hasta que punto se pierde libertad?
Personalmente, que exista una mayor cantidad de pautas a mí me supone un reto, una pelea con el lenguaje que muchas veces es el verdadero atractivo de escribir un poema. No debemos olvidar que siempre que ejercemos nuestra libertad nos estamos constriñendo, si así lo vemos, pues una elección supone el descarte de otras muchas. Cuando el proceso es consciente y lo elegido por gusto es el talento y la práctica lo que miden la calidad de la composición. No se puede echar la culpa a la estructura; ya no hay una obligatoriedad de usar la rima por convención. El mismo Machado expresaba sus reticencias al verso libre de modo sencillo y, creo, coherente:
Verso libre, verso libre,
líbrate mejor del verso
cuando te esclavice.
– En tus nuevos poemas, si los hay ya, ¿Sigues apostando por este tipo de poesía?
Sí. Lo que varía, que es lo central, es el contenido, y por otra parte el lenguaje, el léxico. El tiempo que inspira este libro es la Edad Media y el Siglo de Oro. Lo grecolatino y la poesía modernista, que ya se infiltran en algunos poemas, están siendo unas influencias bastante poderosas últimamente. Además, ni mucho menos he logrado dominar la técnica, y cada estructura, ya sea un soneto, un romance o una lira exige un tempo y se aviene más a un tema u otro. Aún queda mucho por aprender.
– ¿La idea de “Peregrino en su tierra”, remite, quizás, a ese sentimiento de desarraigo con el presente que parece presidir el libro?
En parte, pero además de cierto desarraigo temporal está el espacial. En cuanto al tiempo, el proceso que lleva a la edad adulta suele ser complicado, un choque de realidad con el mundo en que se vive. El hecho de que éste esté en descomposición, que “jubile” conceptos no del pasado, sino inherentes al propio ser humano lo hace aún más confuso si cabe. Por otro lado, que el pueblo de mis mayores se ubicara en el viejo camino francés a Santiago me hacía reflexionar no poco sobre que estamos aquí de paso, etapa tras etapa, y al salir a estudiar lejos del hogar se fue cimentando la impresión de esta vida como un peregrinar incesante.
– Como estudiante de periodismo y como poeta, ¿Cuál es tu idea del lenguaje, cuál es tu relación con la lengua?
Guardo muchísimo amor y respeto tanto por el idioma mismo como por aquellos que lo han cultivado con belleza y con acierto.
En periodismo se dan unas pautas, pocas y muy claras, que me parecen útiles en un principio (lenguaje sencillo, oraciones breves), pero luego cierta falta de práctica en la carrera no permite ir más allá. No podemos olvidar que hoy periodismo no es sólo el escrito, así que es el estudiante el que debe preocuparse de mejorar aquella faceta que le interese. No queda otra. Obviamente, mi relación con el lenguaje, más estrecha cuanto mayor conocimiento, ha ido evolucionando y eso se nota a la hora de hacer un trabajo o una reseña. No obstante, en esos casos intento atenerme a que el mensaje sea comprensible para el destinatario, como es necesario, equilibrando el gusto propio y la finalidad divulgativa del texto, concepto que no tengo tan presente a la hora de escribir un poema, cuando el destinatario ideal muchas veces soy yo mismo.
– ¿Qué es lo que mueve a un joven de 24 años a sentarse delante de un papel y escribir poesía? Porque no es, ni mucho menos, una actividad popular…
Pues sobre todo el disfrute y la satisfacción que me produce la escritura es lo que me ha ido motivando a continuar. Entre todo lo que leía, la poesía, a la que quizá en un tiempo vi con los prejuicios con los que se suele ver, me atrapó y a la hora de escribir la empecé a sentir como mi medio de expresión. La asistencia hace cinco años, durante un viaje de estudios, a una representación de Cyrano de Bergerac supuso también un punto de inflexión en mi estimación por ella y por el verso. A partir de ahí… Yo tenía, y tengo, una necesidad de expresar con palabras, no ya a los demás, sino a mí mismo también, ciertas reflexiones y sentimientos. Hacerlo mediante el verso, mediante la rima, mediante la creación es el modo que he encontrado de conjurar algunos fantasmas y de conversar con mis sueños.
– Finalmente, cuéntanos qué autores has tomado como referencia para este libro.
Si obviamos otros géneros como la novela, la historia o la filosofía, que han sido germen de no pocas cavilaciones y motivos de escritura, como decía, es probable que Quevedo esté en la génesis de todo. Otros autores que he leído con interés y me han acompañado estos años son Ricardo León, Jorge Manrique o Antonio Machado, además de la obra colectiva que supone el romancero. Unamuno también ha sido una lectura continuada. Luego, en poemas concretos he tenido influencia de Miguel Hernández o Sor Juana Inés de la Cruz, como es el caso de la segunda en “Epístola de ausencia”. Destacaría también el teatro áureo español, de gran riqueza poética, con el grandísimo Lope a la cabeza, escoltado por Calderón y Tirso. Y quizá, para terminar, y sabiendo que me dejo muchos nombres en el tintero, el excelente Rubén Darío, cuyo influjo, que merece ya una dedicatoria en el libro, se ha de notar aún.