Mario Martín Lera en Club de poesía

Poemas

II

Despierta

 

Calla ya. Óyeme. Despierta,

que tocando están a muerto

y acude al repicar, yerto,

un espectro, su alma abierta.

El bullir le desconcierta,

le estremece, le destruye.

¿Qué hace? Sonríe, ya no huye;

si su herida ya no sangra,

su alma muere, se desangra,

y al fingir se autodestruye.

 

No aún concluye el relato,

que aún ha de tañer el plectro

y alzar su voz el espectro,

ajeno a deuda y contrato.

Mas ve que el hoy es ingrato

y sus sueños son mortales;

y es, entre tantos retales

pues, ya, su único universo

la concepción de este verso

hecho con llanto y cristales.

 

IV

Al despuntar la aurora

 

¡Vida! Un día a otro día se sucede:

El ayer es un hoy ajado y maltrecho;

el hoy, vanidoso, tendrá el despecho

mañana del ayer que le precede;

 

será el mañana como el que antecede

y la noche, ¡ay!, la noche será el trecho

en que ayer, hoy y mañana en mi pecho

se juntan, mientras mi existencia cede.

 

Desgrana impetuoso el reloj las horas,

mientras laméntese el alma su hastío

y así, en su ignorancia, caen las auroras.

 

Pena mi ser este invernal estío,

se consume, muere y  ¡Vida, no afloras!

Te demoras… Y acaso me halles frío.

 

IX

Ébano y marfil

 

Ébano y marfil son por toda seña

causas de aquesta locura que aflora,

cual estrella que aún refulge en la aurora

y con su luz de todo mi ser se adueña.

 

Domeñar quiere razón; se despeña.

Ansía desdeñar y al fin adora,

pues si verla es visión perturbadora

el no hacerlo mayor locura empeña.

 

Si es mi dueña y mi captora, ¿qué espero?

Ni en libertad seré libre, por su ausencia,

mas preso es mi sentencia, y aun lo quiero.

 

Tan solo, tan austero que… Vuecencia

si imprudente soñé ser caballero

fue por hacer de vos mi penitencia.

 

XIX

Peregrino en su tierra

 

Si de este mar plomizo te reclamo,

de este mar, que es agua y también es fuego,

no extrañes, oh, si algún día al mar te entrego,

pues agua y fuego soy también, y odio y amo.

 

Si a la entrada triunfal faltóle el ramo,

sobróle al condenado su sosiego,

que amando lo que fue, amando el juego,

odió al esclavo siempre, y por ende al amo.

 

Nombre cuyo no quiero acordarme, alas

de este alma peregrina que apuñalas,

cala que acorralas virtuosa palma,

 

descubre la tormenta de este lecho,

enfrenta al fin el mal sino a mi pecho,

dame muerte o devuélveme la calma.