escritor

[type_text_effect id=»0″ alias=»lapalabra»]

En la palabra
no se puede
entrar
y abrirla
o reventarla
aunque sea palabra
de mentira,
como se rompe
una puerta
de par en par.

Si se pudiera romper
la palabra de mentira,
la abundante palabra
mentirosa,
igual que le ocurre
al vidrio
y al cristal
con la pedrada,
la palabra mentirosa
se haría añicos,
y lo más poderoso,
nocivo,
volador,
devorador,
infecto
y dañino
que tiene el hombre
y lo mete dentro
de la palabra mentirosa,
acabaría rodando
por el suelo
sin valor.

Pero no se conoce
fórmula,
ni bombardero,
ni misil
con o sin carga nuclear
que pueda hacer explotar
la palabra mentirosa
cuando vuela
y sale con el mismo silbo,
con la misma cadencia
y sonido
que la palabra verdad
y buena.

[type_text_effect id=»1″ alias=»olor a lluvia»]

Dijo un anciano:
Llueve sobre mojado.
Dijo el joven
en su juventud
al ver y sentir
la lluvia
ilusionado:
¡Llueve, llueve!

Y el campo,
y el terreno empapado
siempre
es un olor nuevo,
nunca igualado
ni copiado
por el mejor perfume
que el hombre,
la flor,
la esencia más fina
y sutil
haya creado.

Hablo ahora de lluvia,
la nombro,
la miento,
porque cuando pasas
y te acercas
a mi lado,
mujer de frescura y lluvia,
es como si un billón
de billones
de gotas de agua fresca,
de lluvia nueva
cayera con su olor
sobre mi tejado.

[type_text_effect id=»2″ alias=»Cabello negro»]

No sé si cogió la noche,
o de carbón molido
finamente dispuesto,
el cabello tuyo
negro, negro,
se hizo negro,
porque no sé de dónde
se puede coger tanto
y tan brillante
y tan bonito
cabello negro

Se lo pregunté al poeta
de verso cierto
y atinado,
y nada supo.

Se lo pregunté
al que raudo
desmonta la duda
porque conoce
todo lo incierto
y lo imaginado.

Y como no tuve repuesta,
por preguntar,
se lo pregunté también
al que le da negrura
a los pozos hondos,
y a cuantos temblando,
según,
generan los pensamientos negros
de los que dicen se avergüenza la alcoba,
la tarde,
y la alameda.
A todos les pregunté
de dónde coge una mujer
una cabellera
tan bonita y negra.

El poniente,
el viento que venía
con hartura de mar atlántica,
entre silbo y silbo,
me dio la repuesta:
Yo, en altamar,
de una nube negra,
madre de un huracán,
hace tiempo,
cuando era niña
le traje la cabellera
para hacerla reina
entre el coral
y la perla negra,
mora: mora de Marruecos: niña mora.

[type_text_effect id=»3″ alias=»Almería»]

Almería,
tanto monte,
monte tanto,
tanta sierra,
sierra tanta,
tanta rambla,
tanto valle
y barranca
que tu orografía,
cerro con cerro,
sierra con sierra,
monte con monte,
encanta sin ser serrana.

Almería gusta,
entre otras muchas cosas,
porque se amolda
al gusto serrano español
del sur,
al gusto de la morería,
Almería.

Almería, vecina,
vecina mía.
Paso abajo,
paso arriba,
me encanta pisar Almería,
alzabaras
y valles preciosos,
barrancas y cerros
jugando
a dejar libre
mi fantasía
con tus sombras
cambiantes,
Almería.

[type_text_effect id=»4″ alias=»Nuevo pan»]

Tu boca:
pan caliente
aceite y azúcar.

¡A por ella
que se acaba el mundo!
Y el mío termina
justicamente
en la frontera
donde termina
tu propio aliento.

Tu cuerpo:
un silencio,
y el rugido interno,
la fiera misma,
que solo amansa
el pan con aceite
con mucha azúcar
que llevas puesto
contigo siempre.