Antología poética

Poemas

Jugaban las madreselvas
y las rosas con la brisa.
Volaba el aire con palomas
llenas de melancolía.

Apuntaban por Oriente
unas nubes amarillas
y el viejo ciprés del parque
su seriedad imponía.

¡Ay de la pinada verde
verdeando la colina
y de la fuente del parque
recoleta y presumida!

 

 

 

El mundo pasó cantando
de tu dolor a la vera.
El mundo pasó cantando.

A la vera de tu llanto
la luna tembló de pena.
La luna pasó llorando.

¡El mundo pasó cantando
de tu dolor a la vera!
¡A la vera de tu llanto
la luna tembló de pena!

 

 

En un abanico

¿Qué quieres que yo te diga
que nadie te lo haya dicho?
Eres flor entre las flores;
de los caprichos, capricho,
y el primor de los primores.

¿Qué quieres que yo te diga
que nadie te lo haya dicho?

 

 

 

Abre niña las puertas de tu ventana
que te besa la brisa de la mañana.

(¡Si ella supiera
que mi alma no respira
de tanta pena!)

Abre niña las puertas del corazón
que lo rieguen tus rojas venas de amor.

(¡Si ella supiera
que mi alma se marchita
triste y reseca!)

Abre niña las puertas de tu ventana
que te bese el lucero de la esperanza.

¡(Si ella supiera
que mi alma de esperarla
se desespera!)

 

 

 

Estos versos sencillos
devotamente quiero dedicarlos,
a los poetas que nunca
sus sentimientos íntimos cantaron.

A los que nada dicen por sentirse
de su gozosa intimidad, avaros,
y esconden el racimo de sus versos
en un rincón del alma, solitario.

A los que no lograron el poema
tantas veces soñado,
y abatidos y tristes descendieron
por el camino andado.

¡A los poetas que nunca
sus sentimientos íntimos cantaron!

 

 

 

Sus ojos eran largos, lejanos, melancólicos…
Jamás adiviné su silencio encendido.
Eran como distantes estrellas temblorosas
que hablaban un lenguaje alto y desconocido.

Quise indagar el hondo misterio de sus ojos,
mas pronto comprendí lo inútil de mi empeño:
No eran aquellos ojos, como los ojos todos,
eran ojos más largos, más distantes, más bellos.

Como a la luz el miedo, yo buscaba sus ojos.
Huía de sus ojos, como el pez de la orilla.
Un vértigo salvaje me impulsaba al abismo
y un profundo respeto mi sangre contenía.

¡Ojos maravillosos, cercanos y distantes!
que agitaron mi vida como una ola del mar,
y que un día se fueron, lentos como vencidos,
dejándome una huella difícil de borrar.