Enrique Gómez Caffarena

Poemas

I

 

Sólo tú sabes mi historia

porque la hemos proyectado los dos juntos.

Sólo tú sabes quién soy

porque me viste desde el principio de los tiempos.

 

Sólo tú me juzgarás un día

porque conoces mis temores, mis flaquezas y mis llantos

pero también conoces mis vehementes anhelos de justicia

y todo el amor y la ternura que vertí en mis versos.

 

Si has de perdonar,

prefiero que perdones primero a los perversos

porque yo no podría soportar

un paraíso habitado sólo por los “buenos”.

 

Y si lo que hay es que premiar,

no te olvides de los que no te conocieron,

porque ellos ni siquiera tuvieron el consuelo

de vivir la esperanza de ese premio.

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X

 

Tu silencio no impide ni acalla mi grito y mi llanto;

tu silencio lo incita y respalda.

Porque el Amor ni consiente ni tolera la injusticia;

ni consiste el Amor en ser manso ante la crueldad y el déspota.

 

El Amor, ante todo, pide –en tu silencio–

compasión y paz; pero pide también

la respuesta merecida y contundente al fratricida

que la turbó sembrando la cizaña en su provecho.

 

Tú también esperas para él la redención

pero no pides jamás la impunidad ante el crimen,

aunque la razón no alcance quizás a entender

este dualismo en la actitud de tu silencio.

 

Porque tu silencio ni niega ni afirma la razón;

tu silencio es la expresión de tu Misterio.

Y el Amor surge tanto del calor del corazón

como del frío espejo del cerebro.

 

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XIII

 

No vino Jesús a romper tu silencio ni a explicar tu misterio.

Ni vino a profetizar ni fundar doctrina ni iglesia.

Sólo vino a pedirnos Justicia, Compasión y Lealtad

para que pudiese llegar a nosotros tu Reino de Amor.

 

Un Reino sin reyes ni leyes; sin guardianes ni cárcel.

Un Reino que además de tuyo también fuese nuestro

porqué, de tanto quererte y querernos, Jesús se hizo Amor

y te hizo a ti más hombre y a nosotros, más Dios.

 

Un Reino que Él dijo que ya está entre nosotros

porque cuando tú nos creaste, sembraste en el hombre

la semilla de la nueva creación de otro mundo mejor,

con un Hombre nuevo, amoroso, libre y soñador.

 

Un Hombre incapaz de explotar a otro Hombre.

Un Hombre que no quiere ser dueño de nada

porque sabe que la felicidad no la da el tener más;

que la felicidad está –al contrario– en el ser y en el dar.

 

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XXI

 

Nace el Amor del Amor, para rendirse al Amor

y así hacerse Amor eterno, sin tiempo para morirse

ni tener que conquistar nada porque Él es la Nada Infinita

que amamanta y da a luz a todas las posibles nadas.

 

 

Porque fuera del Amor, ni siquiera la nada existe

sino el odio que sólo es ignorancia, engaño y oscuridad.

Así que para crearnos, Amor, tuviste primero que amarnos

porque, desde tu silencio, Tú sólo creas Vida, Esperanza y Bondad.

 

Y si desde Tu Nada nos creaste –a tu semejanza– nada

para que también nosotros pudiésemos amar y crear,

¿cómo es que vivimos para nosotros mismos, tomando

a los demás solamente como un medio para utilizar?

 

O, ¿es que acaso, aunque creados, no vivimos todavía

y no somos más que un proyecto de Ser?

Un proyecto que sueña con hacerse luz un día

para iluminar tu silencio y que el Amor nos enseñe a amar.

 

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La eternidad del no-tiempo

 

El amor crea, contagia y crea; porque es vida.

El odio y el miedo pretenden destruirlo todo, pero no pueden.

Porque la vida siempre vence a la muerte y a sus miedos,

porque los miedos mueren con la muerte y con el tiempo.

 

Pero el amor, como es vida, siempre crea amor y vida

por eso se le llama eterno, que no muere, que no está sometido al tiempo,

pues no es en realidad en “otra vida” sino en otro tiempo: el “no-tiempo”,

donde viviremos después de pasar por la muerte.

 

Y en otro espacio, sin distancias que separan y esclavizan,

otro espacio donde no se podrá guardar nada de lo que se tiene,

porque todo será de todos y nada será de nadie.

Porque seremos –como en un principio– distintos, pero todos, Uno.

 

Porque si por amor y con amor nos ha creado el Amor,

la bondad infinita y absoluta del Dios-Amor no dejará de crearnos

en un mundo donde no haya espacio ni tiempo para separarnos

de nosotros mismos, cada uno parte del otro y del Todo.

 

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El triunfo del amor

 

 

Tarde –quizá siglos– o temprano –tal vez mañana mismo–,

ha de triunfar el Amor en un mundo que vive de ese Amor y en ese Amor

porque fue con ese Amor y por ese Amor creado

aunque el hombre, envenenado por el lucro, nunca le haya conocido.

 

Pero, aunque no lo reconozca ni parezca, su espíritu es amor;

amor es su ciencia y su conciencia verdadera,

amor es su auténtico progreso, y su destino único y eterno;

sólo en un amor universal y colectivo podrá encontrar felicidad.

 

En ese amor, ha de basar el hombre su ética y su estética;

toda forma de relación y convivencia con el otro,

todo su creer, su pensar, su hacer, y su esperar;

y mientras no alcance ese amor, no reinará la Paz ni habrá Justicia.

 

Sin ese amor, cada vez serían las guerras más crueles y sangrientas;

más difícil convivir, más lejana la Esperanza, más negro el porvenir,

y llegaría un momento en que ya no habría horizontes en la Tierra

ni en su cielo brillaría entre tinieblas la luz de las estrellas.

 

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La justicia y la felicidad

 

Yo guardo la memoria del futuro

de un tiempo en que el hombre era feliz sobre la Tierra.

En vez de Propiedad, reinaba la Unidad de lo diverso

y cada uno, sin perder su identidad, era a la vez él mismo y los demás.

 

La Injusticia era imposible, como el lucro, la envidia y la codicia

y la Libertad de competencia consistía en mejorar la ayuda mutua

sin esperar por ello aplauso, premio, ni recompensa alguna,

que no fuera la íntima satisfacción de haber contribuido al Bien ajeno.

 

El que daba se sentía más feliz que el que guardaba

pero no por ello se engreía o se jactaba, porque sabía que era el Amor

y su corriente cósmica infinita quien le impulsaba a entregarse

a un Todo del que todos formaban parte activa, totalizante y libre.

 

Era un Mundo sin dogmas ni condenas;

un Mundo que giraba a su aire, libremente,

sólo regido por la libertad del arte, el amor y la Poesía.

Era un mundo feliz donde reinaba la Justicia.

 

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Pacificación

 

 

Nunca habrá Paz, mientras haya vencedores y vencidos.

Nunca habrá Paz, mientras no renunciemos a todas las victorias.

Nunca habrá Paz si en nuestros corazones hay algún rencor

y en nuestra boca un insulto, una maldición o un desprecio.

 

Mientras tengamos siempre “toda la razón”, sin dejar un resquicio

a la compasión y la duda; al perdón y a la esperanza de que reine la Justicia;

no habrá Fe para mover los corazones, ni habrá Amor para querer la Paz.

Porque la Paz es razón del corazón que la Razón no entiende.

 

Para ganar la Paz hay que saber perder lo que se tiene.

Hay que saber renunciar a todos los derechos adquiridos

a costa de los que no los tienen; renunciar al premio y al elogio;

renunciar a la venganza y –desde luego– a la envidia y al aplauso.

 

Sólo sobre una Paz Universal y universalmente deseada,

podrá levantarse la Justicia Social que, sin igualar, aúne.

Sólo en la Paz, sin amenazas ni violencia, y sin codicia

podrá la Humanidad alcanzar la Libertad, el Amor y la Unidad.

 

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El hombre nuevo

 

Comparado con el actual  “homo sapiens”, el hombre nuevo

será un súper-hombre; pero no, el súper-hombre Nietzscheano.

Porque él sabrá ver en la Cruz un signo de Amor y Esperanza;

sabrá comprender que para encontrar hay que aprender a perderse.

 

Que sólo colocándose el último podrá darse y ayudar a todos,

y, así, ser llamado al Reino el primero sin que luego falte ninguno;

porque él representará a cada individuo de la nueva especie

y estará representado por todos los individuos de esa misma especie.

 

Él será parte del Todo, como ahora lo somos nosotros también;

pero, a diferencia nuestra, él verá y vivirá plenamente esa Unión

que para nosotros ahora es sólo un misterio de Esperanza y Fe.

Pero –lo creamos o no– para esa Unión nos ha creado el Amor.

 

Para esa Unión, creó el Amor al déspota y al esclavo;

al indiferente y al sabio; al humilde y al poderoso;

al que reza y al que maldice; al genocida y al héroe.

Porque, con la ayuda del Amor, es al hombre al que toca su Redención.