Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo. 

Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo. 

Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo.