Culpables

El Metro de Valencia se estrella y el único culpable, no sé cuántos años después, sigue siendo el maquinista. Políticos y banqueros se lo llevan crudo y después se van de vacaciones y los únicos condenados como culpables son Baltasar Garzón y Elpidio Silva. Un tren descarrila en Galicia por ausencia de mecanismos de seguridad y el único que va a ser juzgado es el maquinista. El Gobierno decide traer a España a los enfermos de Ébola, tratarlos en un hospital previamente desmantelado, sin hacer seguimiento después a los médicos y la única culpable es la enfermera de turno y el único condenado su perro: sacrificado sin que haya pruebas de que la enfermedad se pueda transmitir de perros a humanos.
Y la sensación que queda, por cruel que suene, es que uno dormiría más tranquilo si quienes estuviesen tras las rejas o, directamente, a dos metros bajo tierra fuerzan ciertos políticos de medio pelo y sus amigos. 
Tal vez así el pobre Excálibur pudiera seguir alegrando la vida de sus dueños. Tal vez así no tendríamos que haber lamentado víctimas humanas en Galicia o Valencia. Tal vez así no tendríamos que aguantar que los únicos jueces que prosperen sean quienes se pliegan, sin condiciones, a las órdenes de los dos grandes partidos.
Tal vez así fuéramos un país ejemplar y no este circo sobrado de payasos. 

Culpables

El Metro de Valencia se estrella y el único culpable, no sé cuántos años después, sigue siendo el maquinista. Políticos y banqueros se lo llevan crudo y después se van de vacaciones y los únicos condenados como culpables son Baltasar Garzón y Elpidio Silva. Un tren descarrila en Galicia por ausencia de mecanismos de seguridad y el único que va a ser juzgado es el maquinista. El Gobierno decide traer a España a los enfermos de Ébola, tratarlos en un hospital previamente desmantelado, sin hacer seguimiento después a los médicos y la única culpable es la enfermera de turno y el único condenado su perro: sacrificado sin que haya pruebas de que la enfermedad se pueda transmitir de perros a humanos.
Y la sensación que queda, por cruel que suene, es que uno dormiría más tranquilo si quienes estuviesen tras las rejas o, directamente, a dos metros bajo tierra fuerzan ciertos políticos de medio pelo y sus amigos. 
Tal vez así el pobre Excálibur pudiera seguir alegrando la vida de sus dueños. Tal vez así no tendríamos que haber lamentado víctimas humanas en Galicia o Valencia. Tal vez así no tendríamos que aguantar que los únicos jueces que prosperen sean quienes se pliegan, sin condiciones, a las órdenes de los dos grandes partidos.
Tal vez así fuéramos un país ejemplar y no este circo sobrado de payasos.