Otoño

De repente, el cielo cambia un poco. Y también la tierra. Lo que antes era brillante, se vuelve mate. La órbita del sol comienza a ser más baja. Un aire suave, del Norte, mece la copa de los árboles. Y hay escarcha sobre el coche y algún charco en los caminos. 
Es una escena que se repite. Tiene el aroma de los libros de texto nuevos. El sonido de los chavales esperando al autobús del colegio. Es una escena que se repite… como esta melancolía suave de septiembre, del pesar por lo que acaba y la ilusión por lo que comienza. 
Pero, ¿cuántos niños podrán este año comer tres veces al día? ¿Cuántos padres podrán pagarles los libros de texto y una mochila nueva? ¿Cuántos se sentirán humillados, atrapados y derrotados por el hambre y la pobreza?
Santificamos a banqueros y empresarios muertos en acto de codicia. Pero nada decimos (nada dicen nuestros telediarios) del ejército de pobres que crece cada día, del rencor que se va acumulando en las casas, en los barrios, en los pueblos y ciudades. 
Hay una mujer en la calle, pidiendo. Dice que es madre de dos niños, que ha sido desahuciada, que no encuentra trabajo. Cuando pasa a su lado alguna persona de esas que parecen no tener reparos en pagar cinco euros por una caña doble, ella extiende la mano con más insistencia, la agita, los insulta si no la responden. Una señora que pasa a mi lado susurra: «que mal encarada».
No es que nos dé igual que haya pobres. Es que, además, les queremos humillados y en silencio. A un lado, sin molestar. Y dando las gracias si la providencia, en forma de culpa o de orgullo, les lanza una moneda.
Es una escena que se repite: el cielo que cambia, el sol que pierde fuerza, el olor a los libros de texto… Otro otoño.  

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