Identidades asesinas

Toda identidad se construye contra alguien. La cristiana contra la musulmana, la israelí contra la palestina, la catalana contra la española.
Esas identidades son, por su propia naturaleza, excluyentes. Los «nuestros» son los que piensan como nosotros, quienes forman parte de nuestra comunidad (y dentro de ésta, los aguerridos, los líderes, nunca los timoratos), los otros, los de fuera, son el enemigo.
Al ser excluyente, toda identidad nacional, política o deportiva, impide al individuo (o intenta impedirle) que se ponga en el lugar del otro. Pues no hay que ver al otro como «sujeto», como «persona», sino como enemigo. 
Si en la comunidad del «nosotros» hay gente que duda, hay que hostigarla, perseguirla, tacharla de blanda o de traidora. Si no odia a quien hay que odiar, si contemporiza o desea razonar; si no desea el enfrentamiento, hay que marginarla. Porque la identidad sólo es fuerte cuando es compacta, cuando ninguno de sus miembros duda. 
Pienso esto cuando veo, en «Al rojo vivo» a quienes no dejan hablar a Albert Rivera (hablar, ojo). Pienso esto cuando recuerdo a quienes, en cataluña, son tachados de españolistas sólo por decir que no desean una ruptura con España a cualquier precio. Pienso esto y lo escribo porque tengo la sensación de que en cuarenta años alguien nos pedirá cuentas y nos preguntará qué hicimos para detener lo que se avecina.
Porque hay que tener cuidado con las identidades fuertes (un apunte: al final, la posmodernidad sólo resquebrajó la identidad de clase; el resto, funcionales al capitalismo, han permanecido). Hay que tener cuidado con quienes desean subirse a un balcón y proclamar, sin más, la República Catalana. Hay que tener cuidado, claro, con quienes desde el otro lado (lo ven, ya estamos con la dicotomía uno/otros) no dudarán en pedir la intervención militar para frenar cualquier movimiento secesionista. También en España habita, obviamente, el «nosotros» y el «ellos». También habría aquí quien no dejaría jamás hablar a un representante de ERC en la puerta del sol.
El problema es que hemos llegado aquí comandados por dos personajes intelectualmente pobres, tristemente mesiánicos. Por un lado, un Rajoy que, convencido de que cualquier debate es inútil, ha evitado éste hasta que ha estado casi sobre la linea del 9 de Noviembre. El segundo un Mas que trazó unilateralmente esa línea y que se ha dejado comer terreno por una ERC cuyo único afán cercano (por encima, incluso, de defender una política de izquierdas) parece ser hacerse con el poder y luego ya veremos. 
El problema, también, es que nadie legisla sobre los sentimientos ni las identidades y el atrincheramiento del Gobierno central, negándose a que no se vote nada, sólo ayuda a que crezca la confusión y las posiciones extremas. ¿Cuántos forman de verdad la inmensa mayoría? ¿Se puede romper un pacto social con una mayoría del 50,1% o sustentarlo con ese mismo porcentaje? ¿Qué futuro, real, le espera a Cataluña fuera de España? ¿Es mejor el régimen corrupto de la transición española que el régimen corrupto del 3% pujolista?
En fin, repetimos argumentos, pero no sirve de nada. Todo apunta a algún tipo de cataclismo que, esperemos, no cueste sangre.
Por mi parte, me es fácil entender que alguien se sienta catalán y no español o que alguien crea que Cataluña es España. Lo que no me es fácil entender es que la defensa de ese pensamiento, de esa identidad que creen amenazada, les lleve a  a negar la identidad del otro; a humillar, perseguir u hostigar; a morir o a matar.

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