Los 300 metros

Vuelvo de viaje y al leer los periódicos atrasados me entero de que el gobierno quiere que los escraches se hagan a 300 metros de las casas de los afectados. Es decir, que la voz de la ciudadanía no perturbe la vida idílica de sus señorías, no sea que piensen, no sea que comiencen a sentir compasión.
Sería menos deleznable si en torno a esa noticia y  en el mismo periódico, no se vieran otras como la ley ad hoc para que el consejero del Santander, Alfredo Sáenz, pueda seguir ejerciendo; como la Ley de Costas que permitirá construir casi sobre el mar; como la nueva ley del Ayuntamiento de Madrid para que aquellos pensionistas que cobren poco más de 400 euros de pensión tengan que costearse parte de la teleasistencia; como las inefables excusas del PP sobre el caso Bárcenas. Sería menos deleznable, en suma, si no se pudiesen comparar esos 300 metros con la distancia mínima, con el roce de amantes, con el ayuntamiento carnal (por decirlo con el clásico) que el poder mantiene con banqueros, grandes empresarios y sinvergüenzas en general.
El debate queda, entonces, donde lleva enquistado desde hace años: ¿qué clase de democracia es ésta en la que el poder se acuesta con el dinero y aleja a donde no pueden ser escuchados a aquellos que pagan su sueldo? ¿qué esperan que haga toda esa gente cuando, después de probar todos los caminos pacíficos, se de cuenta de que se le está no sólo ignorando, sino lo que es peor, despreciando? ¿De verdad saben lo que es, lo que supone en la práctica, vivir con cuatrocientos o seiscientos euros en en una España en la que la energía y el combustible no dejan de subir y en la que muchas familias sobreviven con un sólo sueldo? ¿En serio consideran que sería ilícito que toda esa gente, harta un día, queme, destroce, arrase, insulte, golpee, amanece?
Esos 300 metros que el Gobierno desea poner entre los supuestos representantes del pueblo y éste muestran, mejor que cualquier otro dato o imagen, el abismo (no se puede hablar ya de brecha) que hay en la actualidad entre la minoría que legisla y la mayoría que padece y llora a causa de los efectos de esas leyes. Esos 300 metros son una frontera, una raya marcada con sangre en el suelo. De un lado políticos, enchufados y maleantes. De otro los que aún mantienen el humilde sueño de tener un techo y poder comer tres veces al día. Esos rojos. Esos terroristas. 

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