Nos desprecian

Nos desprecian. Tal vez, como decía Frömm, porque tienen miedo a la libertad y buscan el amparo de su tribu, de su camada, la compañía de todos aquellos que no saben lo que es fichar de lunes a viernes o pagar una hipoteca durante cuarenta años. O tal vez sólo les damos asco, porque no somos ricos, porque sudamos para ganar lo poco que poseemos. 
Por eso son incapaces de ponerse en el pellejo de los cinco millones de parados de este país. Por eso pueden gritar un risueño «que se jodan» mientras se anuncia más pobreza contra los ya de por sí empobrecidos parados. No es que sean fascistas, son señoritos, caciques del siglo XXI, falsos aristócratas que consideran contaminante cualquier contacto o solidaridad con la plebe.
Solidaridad. Esa es otra palabra que no entienden. Se asombraban el otro día (¡y se escandalizaban!) de que entre los detenidos durante la marcha minera hubiera muchos que no eran mineros. «¿Qué pintaban ellos allí?», preguntaban, incapaces de comprender la solidaridad, la compasión del pueblo madrileño por un colectivo, el minero, que representa lo mejor de nosotros mismos, pero también es símbolo de la miseria a la que quieren conducirnos unos gobernantes incapaces de cualquier sentimiento noble.
Lucha, compite, triunfa, desprecia al pobre porque no es tal, sino un mero fracasado. Porque si el sistema es justo (el más justo), el que no llega, el que queda atrás, no se merece ningún tipo de compasión. La selección natural de las especies aplicada a la vida social. Ellos, que se regocijan de sus raíces cristianas, desconocen conceptos como ternura, compasión o justicia.
Me dan pena. En cierto modo, me dan pena. También me producen asco, rabia e indignación. Pero sobre todo, pena. Creen que lo tienen todo, que su poder es inamovible. Como todos los próceres de todas las épocas, se creen eternos. El pueblo, sin embargo, es culto y es paciente. Sabe que los de arriba siempre caen. Pueden tardar más o menos, pero siempre caen. Y también caerá esa diputada que, entre risas y palmas, lanzaba ese sonoro «que se jodan», símbolo del desprecio de toda la casta política por el españolito de a pie, por el que paga su sueldo de diputados. 
Caerán, claro que caerán. Y entonces: ¿Quién sentirá compasión por ellos?

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