Un tesoro

Estoy manejando dinamita y oro. Estoy elevado un palmo sobre el suelo. Tengo en las manos – y en los ojos, y en la boca – una presa de vida y de muerte. 
Llanto, vísceras, amor, edad, tiempo y culpa, se sientan a comer en este banquete sin silla presidencial. Sólo para mis ojos. Sólo para que yo pueda gritar, hasta quedarme sin aire, todo aquello en lo que no creo.
Ah, y la religión. La fe sin dioses. La política como un estado del mal. El ruido de los bares. La soledad del miedo. La infancia como un mentiroso paraíso perdido. Los padres que no educan. Las amistades que mienten.
Sí, tengo un tesoro entre manos. Y también una academia de ruinas. Una malla de desastre que lo envuelve todo. 
Y huele a fracaso. A rendición. A silencio.
“Nunca cuentes nada a nadie porque en cuanto lo haces empiezas a echar de menos a todo el mundo”, aconseja Holden Caulfield.
Y yo tengo ganas de coger mi tesoro e irme lejos. 
Sin contar nada.

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