Oficio de paciencia

Tengo una novela en el cajón desde hace dos años y creo que va siendo hora de quitarle el polvo y comenzar a revisarla. Dicen los mayores que todo necesita un tiempo de maduración, pero a mí muchas veces me pierden las prisas. Mis dos primeros libros, por ejemplo, hubieran necesitado más maduración. En todo caso, supongo que es algo que se aprende con los años: ser paciente, dejarse los ojos en las correcciones, en la elección de la palabra exacta…una historia, una fábula, se le puede ocurrir a cualquiera. Y también casi cualquiera puede escribirla. Lo complicado es lo otro: el ritmo, la eufonía, el cromatismo. Ser capaz de elevar la fábula a categoría artística. Ahí está el trabajo.
Por eso, no deja de sorprenderme la facilidad con la que otros – menores que yo, que no soy precisamente viejo – escriben y publican. No sé si es que se olvidan de que la facilidad técnica y el arte no es lo mismo o que yo soy muy tonto. Claro, que también a mí hay que atarme. Hoy, sin ir más lejos, he tenido que llamar a un par de personas para consultarles qué hacer con un poemario que tengo ya cerrado desde hace un par de meses. Ambas me han aconsejado lo mismo: mételo en un cajón y léelo dentro de un año, a ver qué te parece entonces. 
Distanciarse de la obra, no dejarse llevar por la propia (¿y falsa?) genialidad, eso es lo importante. Y cuesta. Porque mientras uno escribe, repasa, y sobre todo, lee (y trata de hacerlo bien), ahí afuera el gallinero se llena de premiados, conferenciantes, jurados habladores y demás jaraneros que pueden terminar haciéndole creer a uno que el ruido es el mensaje, que la niebla es la figura. 
Quizás se trate, tan solo, de disciplina. Como hoy: coger el teléfono y llamar a quien sabes que te va a frenar, a dar buenos consejos. Quizás se trate, a penas, de hacerlo todo bien y lento, con mimo y cuidado. Al fin y al cabo, ¿qué prisa hay? Lo mejor de escribir, el premio de escribir, es el propio acto de escritura. Mientras creamos, no sólo somos libres, sino que somos mejores. Hacer el amor con las palabras, eso es lo maravilloso de escribir. El resto – publicaciones, premios, parabienes, palmaditas en la espalda – es sólo ruido. Pero a veces cuesta darse cuenta porque, al fin y al cabo, todos tenemos nuestro ego y a todos nos gusta que hablen bien de nosotros. ¿O no?

En todo caso, va siendo hora de sacar aquella novela del cajón y ver qué aspecto tiene ahora que es dos años más vieja. Me temo que necesitará unos buenos retoques. Algo menos de inocencia. Algo más precisión en el lenguaje.

Al final, se trata de ir creciendo, de ir aprendiendo, de ser exigentes con nosotros mismos. El resto es ruido, niebla, cosas prescindibles. 

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