Blues Castellano – Gamoneda

Hay un libro que crece con los años. Delgado, de apariencia ascética, es como la cueva de Ali Babá y esconde dentro los tesoros más asombrosos de la palabra. Ese libro es más maravilloso aún porque ha sido el único acercamiento de su autor a una poesía realista, lejana de la poesía del silencio de la que él es maestro y gurú. Ese libro se llama «Blues Castellano» y es cálido como un vaso de vino en una tarde fría.

Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa, me cogía
la cabeza mi madre entre sus manos.

Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.

A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.

Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.

Un libro donde el dolor del trabajo se junta con el hambre, el amor, la soledad o la tristeza por un mundo que se consume en las sombras. ¿Hay algo más actual? Y también hay lugar para el paisaje, para la culpa, para la juventud herida y escapada o para los sueños que no se cumplen.

Éste es quizás el mejor poema del libro. El que, ya por sí solo, justificaría no la obra, sino al autor completo. Se titula «Malos recuerdos» y es terrible.

Llevo colgados de mi corazón
los ojos de una perra y, más abajo,
una carta de madre campesina.

Cuando yo tenía doce años,
algunos días, al anochecer,
llevábamos al sótano a una perra
sucia y pequeña.

Con un cable le dábamos y luego
con las astillas y los hierros. (Era
así. Era así.
           Ella gemía,
se arrastraba pidiendo, se orinaba,
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

Aquella perra iba con nosotros
a las praderas y los cuestos. Era
veloz y nos amaba.

Cuando yo tenía quince años,
un día, no sé cómo, llegó a mí
un sobre con la carta del soldado.
Le escribía su madre. No recuerdo:
«¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.
No te puedo mandar ningún dinero…»

Y, en el sobre, doblados, cinco sellos
y papel de fumar para su hijo.
«Tu madre que te quiere.»
                                 No recuerdo
el nombre de la madre del soldado.

Aquella carta no llegó a su destino:
yo robé al soldado su papel de fumar
y rompí las palabras que decían
el nombre de su madre.

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,
pero aunque tuviese el tamaño de la tierra
no podría volver y despegar
el cable de aquel vientre ni enviar
la carta del soldado.

Hay un libro al que vuelvo de vez en cuando, siempre. Porque es hermoso y verdadero como una lágrima. Se llama «Blues Castellano», lo escribió Antonio Gamoneda y me gustaría ser lo suficientemente buen escritor para, algún día, devolver a ese libro, a ese autor, toda la lucidez y el consuelo que me han dado.

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