Fanáticos

Como poseídos, pasan por el mundo sin enterarse. Los ves en el Prado, por ejemplo, regodeándose de entender de arte ante un horrendo cuadro neoclásico, ignorando la sala de las vanguardias porque «no se entiende lo que pintan». Supones que aún leen a Pemán o a los garcilasistas. Los ves en los bares de moda, diciendo que la unión de dos homosexuales no se puede llamar «matrimonio» porque etimológicamente proviene de «mater», pero que ellos no son homófobos. Te dan ganas de decirles que cobren su salario en «sal» o que ellas renuncien a un «patrimonio» que por etimología sólo podría pertenecer a ellos. Los escuchas saltar de tienda en tienda, llenándose de bolsas. Los ves ignorar a los mendigos que no se arrodillan, que no piden en nombre del señor. Los ves acudir a la Iglesia de al lado de tu trabajo, supuestamente contritos, a escuchar homilías contra esta «sociedad laica y cada vez más alejada de Dios». Les escuchas decir que el comunismo sólo es posible en teoría pero que en la práctica no sirve para nada y les ves horrorizarse cuando alguien les dice que eso, exactamente, ocurre también con las enseñanzas de Cristo. Les escuchas alabar en voz baja al viejo caudillo o acudir a la presentación del libro de Mario Conde. Les ves no dudar, avanzar, como esos fanáticos musulmanes contra los que dicen ser el único bastión, por la senda marcada por el líder, convencidos, inconmovibles. Los ves, los escuchas, los sientes, llenos de certidumbre, con la fuerza de las encuestas y del silencio cómplice de su lado. Sabes que esperan cuatro años de desazón, de irracionalidad, de planes económicos «como Dios manda». Y te dan ganas de ir al cajón y asegurarte de que no tienes caducado el pasaporte. 
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