Sentidos
La delicia y el perfume de mi vida
memoria de esas hora de fusión esencial,
deleite de los placeres
con su seducción magistral,
abrasan y consumen la existencia
y alimentan la vida con pasión elemental.
Sobre el vestido de tu piel
suavemente me acaricias.
Y me recorres hasta tenerme.
Y me abrazas. Como tus ojos, la vida.
En tu pecho noto como respiras,
y como tu corazón camina y camina.
Se desliza tu aroma como tus manos
y en un instante, te aproximas.
Caminábamos juntos.
Eras un sueño.
Me apretabas.
Sólo podía sentirte.
Y mientras soñaba. En un
estado de ensoñación consciente.
Me hablabas. Pero yo no te escuchaba.
No podía oírte, porque no eran palabras.
Los sueños dan respuesta
a nuestros deseos más puros.
El último color de la tarde
cayó desde tu cuello por tu espalda.
Bañados juntos por el ocre que calentaba la piel.
Sumergidos en una llamarada.
Así, de este modo, sin fronteras ni horizontes
abrazando el rojo, naranja, amarillo
nos despojamos del polvo de la tierra.
Vemos más allá, de las sombras alargadas.
Dos corazones intensos al atardecer.
El instante, en que el día, antes de morir
estalla.
En ti están reunidos todos los dones de la vida.
El viento que cose tus rizos negros.
El Sol que conversa con tu mirada.
En tu boca habitan las palabras de las caracolas
que suavemente
acarician la playa.
Sí. Secretamente están
reunidos la luz de Septiembre
y tu sonrisa.
Pues es en ti donde el corazón
cobra de nuevo
su auténtico significado.
Tú, la de gestos limpios.
Tú, la de sueños delicados.
Tan solo consiguieron los colores
una vez, reunir tal pureza,
y fue
para darle un amanecer a tu mirada.
En una sola de tus pestañas
vi toda la bondad desnuda.
Y ya nunca más,
quise ver nada.
Tengo que alejarme
para acercarme a ti.
Me convertiré en vapor de estrellas
para llegar hasta tu alma.
Desaparecer
para estar siempre presente.
Y al ser algo inalcanzable,
seré tan cercano
como un latido a tu corazón,
como el calor a tu cuerpo.
Y sin tiempo ni medida
te acompañaré inasible como una idea.
Que será muro si lo necesitas.
O atardecer refugiado
en tus manos.
Inseparables como el color
y tu mirada.
Y cuando me haya ido,
ya nunca podré marcharme.