A veces, siento cómo se zarandea mi cuerpo, provocándome una sensación de vértigo.
La necesidad de respirar profundo, llegar hasta mi suelo, dejar que vaya marchándose después poco a poco el aire.
Buscando la sensación de un vacío, de una cavidad limpia, tan libre en ocasiones, que pueden unirse mis pieles unas con otras formando envolturas con los forros de su enfrente.
Un alboroto que me deja impedida, que cuando puedo, no sé, y cuando no puedo, se quiebra todo mi norte.
Invitándome a buscar un rincón sin molestias. Espero una permisión, una promesa que me convierta en creyente del alto a un maltrato que yo me ocasiono sola.
Consiento con placer que este estado se apodere de mí y me convierta por unos momentos en un pobre y miserable guiñapo. Lanzar piedras a mi propio tejado donde consigo la más fina puntería.
Presento impaciencia, desmandada sin malas intenciones. Las mayores atrocidades e injusticias suelo cometerlas en contra de mi propia persona.
Fiel amante de la libertad y atada demasiado corto a un mundo de pasiones en los que me gusta soñar.
Una lengua, la cual sale a pasear siempre que quiere, (y siempre quiere) sopesando sin duda y equilibrando la otra parte de mi balanza.
Pasión por viajar, poner los pies en terreno que no conozco, para escuchar idiomas que no hablo ni seguramente hablaré jamás. Porque fuera encuentro lo que busco, porque aunque me duela, cada vez encuentro más astucias para que mis plantas sobrevivan sin mí. Donde vaya, no echo en falta mi almohada.
¡Para oler! Para conocer sabores que me hagan olvidar que mi mejor sabor estaría justo en el centro de su boca.
Para regresar y arrepentirme de haberlo hecho, siempre, una y otra vez a éste entorno donde nada cambia.
Esa forma de nacido que deja pasar media vida imaginando, y la otra mitad, intentando incertidumbres que terminan en eso, en titubeo.
Persigo lamentos que se atrevan a suplicar al alma.
Componer un rosario de cuentas, eso yo quisiera, y sujetarme a él.
La rapidez con la que se cruza de un extremo a otro extremo, sin mirar.
Flaco favor para el sistema, avanzar sin sentir, producir sin pensar.
Esconder sentimientos, ensayar.
Correr para atravesar cuanto antes un espacio que me parece muy grande.
La premura en el fondo, es una cámara muy lenta, que después me atormenta dejándome inerte la razón.
Pasar por su lado como lo haría un rayo para morirme al final, donde comienzan los pasillos.
Andar con celeridad sin motivo para apurarme, a veces para desaparecer de su vista y de mi pena, otras, con la seguridad de que cuanto más urgente pasen las cosas, menos camino me queda para llegar a él.
La prisa con la que deseo las cosas, queriéndolas de lejos, viviéndolas como lo haría una tercera persona, desde fuera, precipitándome después a una especie de descansillo gritando «Espera».
Me resulta muy difícil deshacer equipajes.
Procurando hacer cosas despacio, muy despacio.
No apurarme por esta sensación que tengo, cuando me abandono a fantasías que terminan muertas.
Acumulo muchas historias prendidas a punto de caer en la nada, y de cierto que algunas van cayendo.
¿Conseguiré alguna vez vivir algo sin antes haberlo filtrado y filtrado por mi mente?
Sentimientos míos que llevo como en volandas hacia un rincón en el que nunca pasa nada.
Abriles, septiembres, regalos para engrosar mi esperanza.
Idas y vueltas para acabar otra vez sentada, en la misma espera que cuando me fui.
Una infinita espera, donde por fin llegue a conseguir esos dos grandes momentos; el querer y el que me quieran.
Encontrar la calidez de un nuevo cuello para esconderme en su hueco e invernar.
Alguien especial que logre destapar la caja de mis sueños.
Tengo decisiones que cambiar, abrir mis puertas a un nuevo ciclo.
Sustituir el hierro por el agua.
Mis vacaciones pagadas sin ruido de motores, poder andar descalza.
Salir a pasear sin cruzarme con fantasmas a la espera de su sábana.
Época sin flores ni una raíz puesta siempre a remojar.
Sin emular ningún tipo de mueca.
Ver como poco a poco van aliviándose estos surcos que estaban empezando a aparecer en mi cara.
Se suaviza cualquier surco mío, por dentro y por fuera.
Un descanso con otra arena y otros charcos.
Sin mal olor.
Aquí, a mis anchas todavía.
Aun así, me suelo a veces sentir como una mujer algo inacabada.