Susurros abandonados en el espacio de dos cuerpos,
besos cuya casa no deberían ser mis labios
y
cafés fríos esperando en la isla de la cocina.
Todo está al revés
y no a consecuencia de nuestros encuentros furtivos en cualquier rincón de casa.
Las sábanas han olvidado tu olor
y yo lo busco cual desesperada por sus recovecos.
Alcohol en vena
y versos sin sentido sobre el papel.
Sin sentido,
como nosotros.
Calles solitarias con las que comparto mi vacío,
ellas entienden mejor que nadie
lo que es perder vida.
Y al final solo me encuentro a mí entre humos,
buscando la paz que me juraron darme.
Pero en todo este desorden
lo único que hallo es tu ausencia.
Tu ausencia como enfermedad incurable.
Me cansé de las despedidas,
de los golpes por la espalda
y las verdades a medias que circulan por las cloacas de la ciudad
porque son ratas quienes las dicen.
Rumores que nos matan
conforme los días pasan
y fíjate qué irónico,
que quienes los inventan
viven tan felices,
sin importarles que han construido con esas habladurías
un tejado que no va acorde con la casa que somos.
Nos ahogamos
en nuestro propio mar de mentiras
intentando salir a respirar
a base de disculpas sin fundamento,
para quitarnos algo del peso que aguantamos sobre los hombros.
Tonterías,
meras ilusiones.
¿Quién nos va a perdonar
el haber hecho tanto daño a una persona que hasta dejó de confiar?
porque os diré una cosa:
ya podéis rezar todo lo que sepáis
porque si incluso el supuesto Dios se atreve a perdonaros,
sí que vivimos en un mundo de corruptos.
No lo llamemos destino, llamémosle X
Hablan de muertes dulces,
deliciosas y placenteras,
y no han llegado a probar
la infinidad de tus besos por mi cuello erizado.
Eso sí que era una muerte
buena,
bonita
y barata;
de las que valía la pena escribir una historia.
Escribirte, al fin y al cabo.
Escribirnos.
Con tinta y papel
o a caricias y gemidos, lo que mejor nos venga,
pero que nos sirva para dejar constancia
de que tú eres mío
y yo soy tuya.
Los días podrán pasar
al igual que gente por nuestras sábanas,
que da lo mismo,
que estamos destinados a ser,
a volvernos a cruzar tantas veces como al destino le apetezca jugar con nosotros.
Hasta que no podamos más
y aceptemos que nos pertenecemos desde la primera mirada.
Dígale al mundo, señor,
que aquí hay dos que necesitan un día más
para amarse.
Sin prisas,
sin acelerar,
con calma y dos cervezas.
Dígale, señor, a quien nos balancea los hilos de la vida
que nos deje un ratito más
para el último adiós.
Dígale, señor, que es una injusticia lo que hace:
sepultar los sueños
por no ser unos genios del blanqueo
y del robo.
Ruéguele señor,
una eternidad para nosotros
que no hemos hecho nada malo,
solo queremos sobrevivir
y nos juzgan como al peor de los criminales.
Déjenos una última noche,
antes de llevarme lejos de mi amor,
déjeme hacerme eterno.
Si te has ido amor mío,
vuelve,
que mis brazos necesitan de tu calor
para no caer rendidos.
Si estás pensando en huir,
cierra los cerrojos de casa
y sal por la ventana que quiero que el viento
traiga tu olor de vuelta cada vez que la abra.
Deja conmigo los recuerdos
que una vez me obligué a guardar
porque no quiero solo recordar
el paraíso del cielo de tus labios.
No me mates con tu adiós
ni con comentarios que sabes que me desgarran.
No digas que siempre me recordarás,
ya lo hago yo por los dos
que nunca se ha sentido tan bien el dolor.
Decían que el amor viene rápido cuando es el adecuado
y se va aún más veloz
pero yo creía que tú dudarías,
como poco,
toda la vida.